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Sus ojos se abrieron muy lentamente hasta llegar a su máxima capacidad de apertura haciendo que Arthur barriese con la mirada el lugar donde se encontraba. La habitación tenía paredes de caoba que olían a un reciente barnizado, dos ventanas de tamaño medio protegidas por mosquiteros y el suelo de una tonalidad similar a la de las paredes y donde su ropa, un vestido negro, y un conjunto de tanga y sujetador negro reposaban desordenados y esparcidos sin el seguimiento de un tipo concreto de patrón de orden. Sólo cuando se fijó de lejos en los elementos femeninos supo donde se encontraba.
-Susan.-Dijo mezclando la palabra con un suspiro y en voz tan baja que ni él mismo se oyó. Era imposible que pudiera haber pasado otra vez. Arthur y Susan habían roto su relación seis meses atrás, pero desde que coincidieron en la compra de sus primeros pisos individuales en el mismo edificio, la pasión desenfrenada y el sexo salvaje se habían convertido en la diversión nocturna de la mayoría de los días. Pero el sabía que no lo estaba haciendo bien. Su corazón, según creía él, pertenecía a otra persona, y era esa la razón por la que había estado evitándola desde hace tiempo, pero cada vez que la veía, sus curvas y su trabajado cuerpo de mujer hacía que el instinto masculino derrotase al romance.
Con mucho cuidado, se quitó la sábana de la cintura dejándola suavemente sobre el cuerpo de Susan-que, afortunadamente, miraba para el otro lado-y puso los pies en el suelo. Llegó a su ropa interior, dio tres pasos más y también consiguió alcanzar su conjunto de chaleco y corbata. Estaba a punto de poner el segundo pie fuera del apartamento cuando una mano en su hombro le sorprendió
-¿Te vas ya?.-Le susurró al oído Susan
-Sí, ya sabes, líos en el trabajo.
-Pero si es sábado.-Arthur no consiguió entenderla del todo por la cantidad de su cuello que ella tenía entre los labios.
-Ya.-"Esa respuesta vale para todo".-En serio Susan tengo que irme.
-Escucha, son sólo las nueve y media de la mañana, te quedas un poquito más, y a las once estás en casa para cuando los niños se hayan despertado.
-¡JODER! ¡LOS NIÑOS!
Arthur salió corriendo dejando la puerta del apartamento de Susan abierta de par en par y al cuerpo desnudo de ella a la vista de la mirilla de enfrente.
-¡Espera!¡Arthur!
Los gritos se ahogaron en la profundidad del pasillo, y Arthur subió los escalones de dos en dos. Abrió la puerta del 9C muy despacio, sin que apenas se oyese la llave y cerró la puerta con el mismo cuidado. Sólo doce pasos le separaban de su habitación. Se quitó los zapatos y llegó a su destino mediante gigantescas zancadas.
-¡Buh!.-Una delicada y aguda voz salió de debajo de las sábanas de la cama de matrimonio intentando asustar al hombre.
-Pero bueno, ¿y tú qué haces despierto a esta hora?
-Le he despertado yo.-Arthur miró al techo suspirando. Como el niño tenía fiebre-siguió diciendo la muchacha-empezó a llorar, y su hermana mayor tuvo que ser quien le cuidó manteniéndose toda la noche a su vera para que el niño descansase mientras su tío se estaba tirando a vecinas-esta parte la dijo más bajo-
-Buenos días Mercy.
-Ni buenos días ni leches, si papá nos ha dicho que nos cuides, es que nos cuides, no que una servidora cuide a su hermano pequeño mientras tú se va se marcha.
Eran Mercy y Todd, sus sobrinos. De mismo padre pero de distinta madre. Thomas, el hermano de Arthur, tuvo a Mercy con su primera esposa, Caroline, sin embargo, no estaba casado con su actual pareja, Charlotte, la madre de Todd. Para eso tenía que arreglar el divorcio con la madre de su hija. Ella tenía diecisiete años, y estaba claro que había salido a Caroline; era perfeccionista, repelente, meticulosa en todos los aspectos y mandona. También estaba claro que Todd, aunque solo tenía cuatro años, tenía las mismas características que su padre y su tío, extrovertido, risueño y peligrosamente gandúl.
-Perdona lista, pero no vengo de estar con ninguna vecina, fui a una fiesta.
-No hueles a alcohol, sino a "Lady Million", tienes carmín en la nueca y en el cuello, estás sudando y te tiemblan las piernas como si hubieras subido siete pisos en escalones de dos en dos, tienes aruñones en la mejilla y tu maletín. Como si hubieras hecho el itinerario trabajo-casa de quiensabequien.
"Maldita capacidad de observación femenina", pensó para sí. Dejó correr el asunto cambiando de tema.
-¿Han desayunado?
-Todd sí, yo no. Pero no tengo hambre, he estado a base de café desde las once de la noche.
-¿Han hablado con tus padres?
-Sí, dicen que llegaron bien a Madrid ayer de madrugada, y que estarán allí tres días. Lo que significa que tendremos que estar aquí tres días más. Qué divertido.
-He pillado tu ironía con esa expresión.
-Entonces he tenido que decirlo en un tono muy obvio.
A ella no le caía muy bien porque pensaba que vivir en un desordenado apartamento que olía a tigre de cuarenta metros cuadrados, trabajar de camarero en el bar de abajo y tener sexo casual con toda mujer vacía y simple como hobby, era fracasar. Le salvaba su uniforme de chaleco y corbata. Pero él sabía que era su forma de ser y por eso no le importaba. Gruñona de buen corazón.
Thomas y Caroline estaban de vacaciones en España y les habían dejando sus hijos a Arthur una semana atrás para que ellos pudiesen disponer de ayuda más cercana, sobre todo por Todd. Claro que eso dificultaba mucho los planes nocturnos del hombre. Menos mal que en tres días todo volvería a la normalidad.
-Tito caca.-La voz de Todd se instaló en el ambiente y cosiguió atraer la atención de tío y sobrina.
-Voy yo.-Dijo él.
-Hombre, no querrás que vaya yo después de la nochecita que he pasado.
Haciendo caso omiso, levantó al pequeño por las axilas y lo llevó corriendo al baño. Una vez acabado el laborioso trabajo, lo dejó con su hermana viendo "The Mysteries Of Laura" en la televisión, y volvió al baño a ducharse.
Diez minutos después, un nuevo, más despierto y descansado Arthur envuelto en licra salió del cuarto de baño.
-Voy a correr. A la vuelta voy a pasar por el supermercado. ¿Qué compro?
-Es tu casa tío, tú sabrás.
Arthur sabía perfectamente la respuesta. En efecto, era su casa. El sabía lo que debía comprar, solo quería reírse una vez más de la reacción de la desagradable joven.
Comenzó su carrera desde la puerta cerrada de su apartamento con la única compañía de los numerosos artistas que salían de su iPod.
Las calles de Nueva York estaban demasiado transitadas para ser un sábado por la mañana; las personas iban y venían, habían ladridos, ruidos de bocinas, música de alto volumen procedente de algún establecimiento moderno, gritos de gente...le encantaba su ciudad. Entonces comenzó a pensar en su pasado. Calle abajo, recordó como sus padres se habían trasladado desde la costa irlandesa hasta La Gran Manzana, cómo fueron sus primeros años como ciudadano neoyorquino y cómo había conseguido situarse en el lugar donde se encontraba ahora, el camino que había conseguido labrarse y que no le agradaba en absoluto. Quería cambiar. Dejar de ser el Arthur que todos conocían como despistado, golfo, fresco, desordenado e irresponsable y empezar a trabajar en los antónimos de cada uno de esos términos. Tenía que trabajar duro para conseguirlo.
Sus pensamientos se detuvieron al visualizar el cartel de "Supermarket" que colgaba de la parte baja de una ancha fachada negra. Revisó que los treinta dólares que se había guardado en los calzoncillos no se hubiesen caído, y entró en el local.
Era profundo y luminoso y con mucha gente, como a él le gustaba. La revisión de la lista de la compra que había escrito en su mente le inició en la búsqueda del estante de los lácteos, y el primer contacto visual con el pasillo donde se encontraban ese tipo de productos le soprendió formándole una reacción en la cara que figuraba entre la confusión, el desconcierto y la sopresa. Todo ello consiguió que el veinticuatroañero colase una pregunta por su boca sonriente y dirgirla a la chica que venía de frente sin fijarse en él. Reconocería esa cara en cualquier parte.
-¿Rachel?

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⏰ Última actualización: Jun 22, 2015 ⏰

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