CAPITULO 13

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Mile había dejado a Apo en la habitación de invitados. No se iba a aprovechar de él. Lo quería lúcido cuando la sedujera: entonces él no tendría oportunidad de recriminarle nada, porque sería con su consentimiento y entrega. Quería que todo cuanto sucediera fuera por propia voluntad de Apo; él solamente tensaría un poquito más de lo habitual las cuerdas para conseguirlo.

oa seduciría y doblegaría su altanero orgullo. La trataría con la misma moneda que Rory usó con su madre: desprecio e indiferencia. ¿Cuánto duraría el matrimonio? Pues exactamente el tiempo que le tomase a él convencer a su abuelo de la veracidad de su treta romántica y obtener así la casa en la que había vivido con su madre en Chesterton.

Se acercó al bar para servirse un brandi. Los cubitos de hielo tintinearon en el vaso; vertió una cantidad generosa y se recostó en el sillón que daba a la ventana del patio.

Planificar en los negocios era excitante, pero idear estrategias para vengarse de un castaño de sinuosas curvas tenía otras implicaciones totalmente distintas; ninguna de ellas vinculada a un compromiso emocional. Por su cama habían pasado algunos amantes. No tantas como los tabloides y las revistas proclamaban con deleite y exageración. Una de sus normas personales era no quedarse con ninguno de esos amantes en la cama al despertar. Se levantaba impulsado como por un resorte apenas sentía que la conquista en cuestión intentaba acercarse otra vez para una nueva sesión sexual. Ni siquiera con Diana sentía ganas de quedarse más tiempo del necesario; salía de entre las sábanas muy temprano para ir a trabajar o viajar por Europa con sus clientes. Permanecer más tiempo del preciso con una persona implicaba empezar a otorgarle confianza, y él no era de los que confiaban en nadie. Podía estar hasta tres meses con una mujer sin quebrantar jamás esa norma tan suya. Él lo llamaba «principio de supervivencia».

Su abuela se empeñaba en decirle que era un hombre que necesitaba aprender a amar. Y Lionel, en cambio, le decía que pronto encontraría la horma de su zapato y, por su obstinada cabezonería, quizá perdería algo valioso por su empeño de afirmar que el amor estaba sobrevalorado. Lo que ninguno de los dos comprendía era que él ya se había enamorado una vez, o quizá creyó hacerlo. No quería pensar en lo que hubiera ocurrido si se hubiese llegado a casar con Diana. Esa cuota de «amor» fue suficiente para él. Se había salvado de que la prensa lo arrastrara con titulares amarillistas, lo que hubiera significado el declive de su reputación y su nombre, por no decir el golpe de imagen para su imperio corporativo; por ende, también se habría visto afectado su plan para hundir a Nnattawin.

En esta ocasión, con Apo, todo era diferente.

Él iba a casarse conociendo perfectamente quién sería su pareja, pues sabía sus defectos, y si poseía alguna virtud, esta no era de su incumbencia.

Solo deseaba que esa familia experimentara en carne propia lo que era el dolor, la humillación y el sentir que te han robado. Fusionaría las dos empresas, H&E y Art Gourmet, de tal forma que quedarían bajo su absoluto poder. Los obligaría a vender sus acciones y los dejaría en la calle.

No pensaba devolverle la empresa a Rory cuando estuviera saneada. La pondría en el mercado a un precio absurdo, y Art Gourmet la compraría.

Apo seguro que llamaría a algún amigo adinerado que, por un par de coqueteos y besos, intentaría ayudarlo. Imaginarse a Apo besando a otro hombre lo ponía de mal humor, lo que era una completa estupidez. Lo único por lo cual podría molestarle era porque representaba el medio para vengarse de Rory Nnattawin. Y aquella era la única explicación correcta y posible.

Se desanudó la corbata Versace para estar más a gusto y dio varias vueltas al líquido oscuro sobre los cubitos de hielo. «Realmente es un buen brandi.» Dio un largo trago que le quemó la garganta. Poco a poco el licor se fue deslizando por su organismo, hasta que sintió el agradable calor expansivo y reconfortante.

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