Ballet

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Ajusto un poco más las blancas zapatillas de ballet que se adaptaban sin problema a sus pies.

La ligera suciedad, que unos pequeños hilos descosidos iluminaban, delataba el mediado uso que le habían dado a las perladas zapatillas.

Michael suspiro.

Suspiraba mas de lo que le gustaría.

Se enderezó con pesar, queriendo y no comenzar en lo que él mismo se hundió. La malla del traje de pegaba incómodamente a su tenso cuerpo. Era como si su piel intentará, inútilmente, evitar la tela de ese traje tan conocido pero anormal.

Relajo sus hombros, no podía hacer esto si estaba tensó.

Las puntas de sus dedos tocaron las de sus zapatillas, mientras estiraba, sentía como si cada uno de sus músculos ardiera bajo un gran fuego.

Recordó, recordó aquel día donde los llantos inundaron su hogar, aquel día sintió su cuerpo frío, como si hubiera estado meses solo sin comida en medio de la nieve. Casi podía sentir cada uno de los copos cayendo arriba de su ropa, todos de una forma diferente al anterior, únicos.

El conocía dos copos de nieve, uno de cabello naranja y sonriente. Mientras que el otro temeroso de ojos verdes. Esos dos copos eran únicos y preciosos.

Pero también, además del frío, sintió calor. No de ese agradable calor de la chimenea por la noche fría, o de la comida caliente luego de un frío día en la escuela, no era el calor que te envolvía satisfactoriamente, no era el calor del hogar. Era el calor de su falta. El calor que te arde, que duele, como si en vez de disfrutar la calidez de la chimenea metiera su mano directamente al fuego.

Suspiró y se enderezó de nuevo.

Alzó una pierna y la llevo hasta su rodilla. Junto sus temblorosos dedos, alzando su brazos sobre su cabeza, e intento un giro.

Luego dos. Tres. Cuatro.

Otro giro.

Ella lo hacía mejor no?

Otro.

Tenía más experiencia.

Descendió pero volvió a alzarse.

Le gustaba más.

Otro.

Era su pasión.

Otro.

Así lo conoció a el.

El último.

Conoció a su perdición, claro.

Michael suspiro y descendió. Su rodilla despidió a su pie y sus dedos se dijeron “hasta luego”.

Camino sin prisa hacia una de las paredes de lugar. Sus pasos resonaban de manera intranquila en el piso de madera hueca de un color igual y predeterminado en todos los lugares.

Flexiono sus rodillas, tomo algo de impulso, mental y físico, y saltó.

No sintió libertad. Hay gente que dice que ciertas cosas le hacen liberarse, sentirse libre, sin cadenas. Él no, no sintió esas cadenas romperse ni el aire en la cara.

El aire no estaba, le falta. Cómo la agonía de estar caminando de noche y que te agarre una lluvia exasperante que te ahogue y mojarte de manera desagradable. Y cuando llegas a tu casa mojas todo el piso y luego pasas una hora entera secando. Así se pasa el resto de tu noche y luego no llegas a cenar.

Desagradable.

Suspiró.

Tenía que parar con eso.

Saltó.

¿Eso le gustaba?

Otro.

¿Por qué?

Más.

No le parecía liberador ni satisfactorio.

Otro.

Lo que si era liberador era el agonizante y doloroso ardor de sus nervios frotándose contra sus músculos sangrantes sin sangre goteando de ellos.

Otro más.

El dolor de su elección era como una droga tan satisfactoriamente asqueroso que le encantaba.

Unos más.

¿Eso le gustaba a ella?

Pocos.

No, ella no era así, era mejor que esto.

Casi.

Él era ridículo, humillante a lo fue alguna vez, no era su sombra, eso sería ser mucho para algo tan deplorable cómo él.

Ya.

El último.

¿Donde terminaría él?

Los golpes con eco descansaron en camas con edredón emplumado. Solo se escuchó sus alteradas respiraciones, el dolor expulsado de sus pulmones junto al dióxido de carbono.

Suspiró. Mal hábito.

Desató sus perladas y desgastadas zapatillas, sus pies gritaron de alivio al ser liberados. Su entero se despidió de su piel que aún trataba de evitarlo de forma extraña, tan extraña como él. Los ropajes se escondieron en el bolso familiar.

Último suspiro.

La luz se fue y su presencia también.

El ballet de mí madreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora