2. My sleepless night, my winless fight

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Algo embriagado por el alcohol, Paul entró por la puerta de The Unholy Bar por segunda vez. Aunque quería pasar relativamente desapercibido, tras pedir una caña en la barra avanzó entre las mesas (la mayoría todavía vacías, seguramente porque era relativamente temprano) para sentarse cerca del escenario, donde ya había varios bailarines y bailarinas, y ver el espectáculo de cerca.

A pesar de ser más bien estrecho, el escenario se extendía más allá de su campo de visión, por lo que el granadino se tuvo que girar ligeramente para buscar al bailarín con los ojos. Observó a Martin, quien, sin duda, era de los que más éxito parecía tener ahí, pues ya iba sin camiseta y bailaba en una esquina del escenario, cerca de una mesa llena de gente que lo vitoreaba. Era evidente que tenía carisma.

Pero ni rastro de Álvaro, hasta que apareció por la parte derecha de las tablas y, al verlo, sin darse cuenta, Paul contuvo la respiración por momentos.

Poco después de salir, los ojos del bailarín se volvieron a posar en él. Esta vez, el castaño llevaba una camisa burdeos con transparencias y unos pantalones negros que marcaban su figura esbelta. Sus movimientos lo atraían como si de un imán se tratara y, durante varias canciones, el moreno perdió la cuenta de las veces que sus miradas se encontraban, en una especie de juego que ninguno de los dos estaba dispuesto a perder.

Al ver que Paul no le quitaba los ojos de encima, y tras bajar y dar una vuelta por las mesas, el bailarín se acercó a la silla de Paul por detrás, puso la mano en el respaldo y caminó hasta volver a colocarse en frente de él y bailarle.

Como la otra vez, pensó Paul, aún sin poder creérselo.

Sin embargo, esta vez, el granadino tenía un as en la manga.

Álvaro empezó a incorporarse para volver al escenario, pero, antes de que pudiera irse y poner fin a esa provocadora interacción, Paul sacó un billete de cien y, mirándolo fijamente, se lo enseñó y, a continuación, alargó su mano para colocarlo sutilmente en el bolsillo trasero del bailarín, tragando saliva al establecer contacto con esa parte del cuerpo del otro, aunque fuera tenue como una pluma. Entonces, con una media sonrisa cautivadora, el bailarín colocó sus piernas a ambos lados de la silla del granadino y empezó a descender lentamente hacia su regazo para hacerle un lap dance.

En otra situación, Paul se habría muerto de vergüenza, pero, con la bebida corriendo por sus venas, se permitió deslizar la mirada diligentemente por el rostro y la parte superior del cuerpo del castaño, que se iba desabrochando uno a uno varios botones de la camisa de forma tentadora.

E, indudablemente, aquel baile era de carácter obsceno, profano, perteneciente a todo lo que se esconde entre las sombras de la vida noctámbula. Aun así, el hecho de que Álvaro todavía estuviera vestido, pues solo llevaba algunos botones de la camisa sin abrochar, junto a la conexión visual entre ellos, teñían ese encuentro de una intimidad y vulnerabilidad que resultaban inusuales en un lugar como ese.

Porque, para ser sinceros, Paul no se consideraba uno de esos hombres, pero ese dato, con Álvaro pegado a él, le había dejado de importar.

Álvaro dejó de agarrarse la camisa y posó sus manos en los hombros del cliente para levantarse solo un poco y empezar a mover su cadera y su pelvis. Sin embargo, aunque en un principio el granadino sí que se perdió en ese contoneo, pronto levantó la mirada para volver a encontrarse con su rostro.

Para él, aquel bailarín del que sabía poco más que el nombre seguía siendo mayormente un enigma, pero necesitaba comprobar si podía notar algo más en su mirada. Sabía que, como le había comentado a Ruslana solo horas atrás, era su trabajo, pero lo dominaba el deseo de conocer si la atracción a la que estaba subyugado era algo mutuo.

The Unholy Bar || Alvaul / Polvorones AUDonde viven las historias. Descúbrelo ahora