Parecía una batalla infernal el despertar de aquella borrachera, mi cabeza retumbaba y mis labios exigían un poco de agua para refrescarla. Me senté sobre el suelo del que había despertado y mire a mis lados, estaba Sabo y Diego recogiendo lo que parecían sus pertenencias, el último volteó a verme y me ofreció su mano para levantarme, la tome y le agradecí con una áspera sonrisa.
—¿Cómo estás, chato?
—Bien. —Respondí. —¿Cómo están ustedes? ¿Dónde están Poncho y Alejandro?
—Bien y bien, hace rato se fueron. Nosotros no nos quisimos ir.
Denoto por mi estado y se volteo para meter su saxofón por fin a su funda.
—Pero viéndote ahora y saber que estás bien pues me retiro. —Dejó su instrumento sobre la mesa y me abrazo dándome suaves golpes en la espalda. —Y Saúl...—Suspiro.— Porfavor reposa, ¿Está bien?
Asentí repetidas veces y observé como se retiraba, mientras Sabo tomaba su bajo y de inmediato vino hacia mí despidiéndose del mismo modo que Diego, sus últimas palabras eran advirtiéndome lo mismo que hacía ya varios días: "Saúl, cuídate, y cuida tu voz".
Volví en razón, sosteniendome con claridad sobre mis dos pies, acomodé mi cabello a un lado mientras me dirigía al baño.
—Ay Dios mío. —Corrí la sombra negra que tenía en mis ojos y me acerque aún más para despintar el labial que tenía en mis comisuras y una sonrisita traviesa que complemento mis pensamientos.—¿Cómo la pasé anoche? —Sin embargo desapareció al notar una herida en la frente.
La puerta de aquella habitación sonó fuerte y con precisión, por lo que me apresuré a vertir un poco más de agua de la llave y caminé para abrirla de inmediato.
—¡Ay!
Una mujer se me abalanzó abrazándome y estrujandome. Caminó hasta acorralarme con la esquina de la cama, haciendo caerme al instante.
—¡Te amo, Saúl!
Lo decía en repetidas ocasiones, mientras besaba mi cara. Yo la tomé sutilmente de los hombros y cuando intenté alejarla de inmediato entraron dos más las cuales se abalanzaron y me abrazaban.
—Chicas, por favor esperen.
Insistí de manera efusiva. tuve que girar a mi derecha ya que estaba libre, me puse de pie y estiré mis brazos agitando mis manos para que pararán.
—Chicas, chicas, chicas. —Dije repetidas veces.— Calmense, podemos cotorrear, pero calmados todos.
—¡Ay Saúl, es que me gustas mucho!
Las demás gritaron de emoción y se acercaron a mí sin embargo me eché para atrás.
—Chicas, está bien, podemos hablar y todo, las invito a un café, pero calmadas, ¿está bien?
Ellas asintieron en repetidas veces y tomaron haciendo donde les indique. Comenzamos la charla, ellas alabando cada una de las canciones, con calma, mencionaron cosas que les gustaban sobre cada uno de nosotros, una de ellas mencionó que le encantaba esa indiferencia que Alejandro tenía ante los fans, sin embargo la otra chica mencionó lo mucho que le gustaba mi cercanía con los aliados, todo esto mientras calentaba el agua y preparaba todo para el café.
Me incliné hacia la pequeña despensa y fue mi sorpresa al ver qué no tenía café. Las volteé a ver, temiendo que se pusieran euforicas de nuevo.—Haré una pequeña llamada.
Les dije y me giré, ellas comenzaron a murmurar. Yo en cambio caminé a la habitación y tome el teléfono para llamar a servicio al cliente, para mí fortuna respondieron de inmediato.
—Diga.
—Si, quisiera pedir un café a la habitación 511.
—¿Solo eso?
—Hum, sí, por favor.
La voz era de una mujer, era una bella voz, profunda, misteriosa y filosa.
—Perfecto, en un momento la llevo.
Las chicas estaban asomadas por el marco de la puerta, pero al ver qué me giré corrieron de nueva cuenta a las sillas, yo solo suspiré y me resigne a aquel fanatismo religioso del que esas chicas sentían hacia a mi, no era malo, para nada, sin embargo podría ser agotador el intentar manejar una interacción social con la resaca.
Abrí la puerta ya que había sonado, fue mi sorpresa el ver a una mujer supremamente hermosa. Su cabello era negro, con un fleco y un estilo pin-up, y sí, aún teniendo su traje de trabajo se percibía su estilo sin igual, unos ojos miel, que sin haber mucha luz esos eran claros, una sonrisa larga y de labios con un labial rojo, era más baja que yo, realmente no era muy alta, sin embargo su firmeza la hacía ver intimidante.
—¿Saúl Hernández?
—Sí, soy yo.
Sonreí y ella a mí.
—¿Puedo?
Asentí. Ella entró y de inmediato dejó el bote de café sobre la mesita donde estaban las chicas, ellas la voltearon a ver, porque sí, era tanta su belleza que era difícil de ignorar.
—Una disculpa. —Me dijo mientras pasaba su cabello atrás para verse más presentable. —hubo un incidente en el piso de abajo, el ascensor se trabo.
—No te preocupes, un gusto. —Estiré mi mano y ella la tomó. —Y gracias por traerlo.
Ella me sonrió de vuelta y camino hasta el marco de la puerta.
—Me retiro. Provecho.
Volteó hacia las chicas y luego hacia mí, insinuando algún acto sexual con su cara, que por cierto parecía muy expresiva. No pude evitar sonrojarme y sin algún motivo justifique la presencia.
—Solo vienen a convivir, nada comprometedor.
Ella se rió, y sin más cerró la puerta. Me quedé impactado igual que las otras chicas, sin embargo ella era una mujer espectacular, algo de otro mundo, debía saber quién era.