capítulo i. solo, en la oscuridad

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Cronos no es un enemigo al que se derrote fácilmente, no es un monstruo al que te encuentras en una misión sin importar qué tan peligrosa sea esta.

Percy Jackson tampoco es un semidiós ordinario, es quien asesina al monstruo que se enfrente, quien protege a las personas que ama, y quien daría su propia vida para cumplir la promesa que hizo a un niño de 10 años antes de partir en una ardua travesía. Ese era el chico de quien Nico se había enamorado, no es que hubiera planeado decirlo nunca.

Sin embargo, la realidad era que Percy iba a perder contra Cronos, y no le importaba si los dioses caían o si el Campamento Mestizo era destruido, pero le importaba el hijo de Poseidón más que cualquier otra cosa. Y no lo dejaría morir.

Había tomado un tiempo para Nico llegar a esa resolución, porque el dolor de una promesa rota, el sufrimiento de la muerte de su hermana que era todo lo que tenía en el mundo, y el intoxicante rencor llenando sus venas habían nublado su mente y su corazón por demasiado tiempo. Y al final, su alma estaba tan quebrada que no podía darse el lujo de odiar tanto como amaba.

El primer paso para La Maldición de Aquiles era pedir permiso a su madre, pero él había perdido a la suya hacía tanto tiempo que ni siquiera la recordaba, y su alma estaba escondida celosamente por Hades, su padre divino, incluso para él, cuyos poderes eran más fuertes que los de cualquier otro mestizo, excepto, claro, por Percy. Era así que, entonces, debería prescindir de eso, tanto como de la ayuda de otra persona para sujetarlo a la orilla, lo que no debería ser tan difícil, llevaba tanto tiempo aferrándose a la vida por su cuenta que sería más difícil para él tener ayuda que no tenerla.

Para su talón de Aquiles, eligió un punto en su espalda baja que debería cubrir correctamente una armadura.

Nico había tomado su decisión y no la cambiaría, y, sin embargo, cuando se escabulló entre las sombras a través del territorio de su padre y se acercó al Río Estigia, sintió la urgente necesidad de retroceder.

¿Qué mierda estaba haciendo? Su padre no pelearía en la guerra contra Cronos, no le importaban los Dioses ni mucho menos el Campamento en el que desde el inicio quedó claro que no pertenecía. ¿Por qué arriesgar su vida? Sabía que la respuesta era Percy Jackson, y aún así... ¿No sería más simple solo secuestrar al chico, ponerlo en una burbuja y obligarlo a estar a salvo? Pero sabía que no era posible, porque aunque él lo daría todo por él, Percy no sentía lo mismo y jamás lo elegiría sobre el mundo. Y eso estaba bien. Solo dolía, pero no era algo a lo que no estuviera acostumbrado.

Entonces avanzó, caminó hasta el borde del río y entonces el fantasma apareció ante sus ojos, lo que quedaba del alma de Aquiles.

—No lo hagas, hijo de Hades. Mi maldición solo te traerá miseria y destrucción... —dijo el fantasma, y aunque probablemente pretendía sonar intimidante, no amedentró a Nico ni por un segundo.

— ¿Qué podría saber un fantasma de mi destino? —preguntó Nico, mirándolo, cruzado de brazos— No gastes conmigo tus amenazas vacías porque no vas a detenerme. Ahora vete.

El poder adornó la voz seca y rotunda de Nico, amplificándola hasta que resonó en los oídos de cada fantasma a la redonda, y uno a uno todos enfilaron hacia el Palacio de Hades, incapaces de hacer frente a una orden directa de su rey. El rey de los fantasmas, un simple y joven mestizo.

Nico no miró atrás, ni por un segundo, solo se quitó la espada negra de hierro Estigia y la dejó en la orilla antes de sumergir su primer pie en el agua.

La piel le escoció al contacto, y lo que empezó como un ardor empeoró mientras sumergía su cuerpo más y más, y sintió cómo el fuego bailaba contra su piel, el ícor divino atravesaba sus parpados y el dolor nublaba sus sentidos.

Pura agonía como la que jamás había sentido.

Y su mente empezó a fundirse, rota y quebradiza como su corazón y su alma, trozos remanentes de lo que alguna vez fue y ya no era.

En el Río Estigia yacían los sueños rotos, y sobre ellos Nico había sido forjado.

Era un semidiós, tan dios como mortal, pero también era sus lágrimas, su dolor, su tristeza... Y su amor, su esperanza y su poder.

Y por un segundo la mente de Nico volvió, un solo pensamiento lúcido a través de la terrible bruma: Percy. Y lo atravesó como una flecha.

Percy. Percy. Percy.

Percy, que los había encontrado en aquel internado.

Percy, que se había visto claramente fastidiado por la versión más inmadura de Nico pero aún así lo había tomado bajo su ala.

Percy, que había discutido con Bianca por haber abandonado a Nico aunque acababa de conocerlos.

Percy, que había llevado a Nico esa última figura de mitomagia.

Percy, que guardó su secreto y no reveló a nadie que su padre era Hades.

Percy, que lo encontró en el laberinto.

Percy, que lo ayudó a invocar a su hermana y se aseguró de que estuviera a salvo.

Ese era Percy Jackson, su talón de Aquiles.

Y en ese instante en que la realización lo golpeó, ese pequeño punto en su espalda baja dolió como si le hubieran clavado allí una espada.

Y Nico comenzó a moverse.

Porque veía a Percy, a la orilla, veía su mano extendida hacia él, sus ojos verde mar y su estúpida sonrisa. Y nadie podría impedirle a Nico ir hacia él.

Así que con el dolor de la Maldición de Aquiles comenzando a pesar en su cuerpo, se obligó a moverse, a salir, y cuando estuvo a su alcance, tomó la mano de Percy y salió a la superficie.

Se desplomó en la arena, con la piel brillante y la cabeza punzando, solo. Solo en la oscuridad, como siempre había estado. Excepto porque en sus ojos todavía brillaba el hilo dorado que le había unido a Percy, y esa era una esperanza que el inframundo no podía apagar.

En la lejanía, el fantasma de Aquiles miró al chico, otro sobreviviente.

—Sé más de lo que crees sobre tu futuro, joven Di'Angelo —dijo Aquiles, y su voz temblaba, vibraba, hasta que se convirtió un eco y lo que fue una voz se transformó en la de tres, tres mujeres, y su aspecto se desdibujó también—. La Maldición de Aquiles en ti va a traer miseria y destrucción, pero no a ti. El mundo y los Dioses deben temer a lo que harán los únicos dos hijos restantes de la Profecía cuando su buena voluntad se haya acabado.

En el ocaso y el Estigio, un hijo de los muertos se sumergirá,
La maldición de Aquiles en su ser resonará.
Un segundo elegido, de las aguas su destino fraguará.
Amor prohibido en el silencio, el Olimpo temblará.

Un príncipe de sombras, con el poder del río en la piel,
Une su alma con quien siempre debió ser.
Tragedias entre susurros, sombras que danzarán,
En el silencio, el Olimpo yace en la balanza, a punto de quebrantar.

Las lágrimas del Estigio sellarán su destino entrelazado,
Con cada paso, el lazo mágico será forjado.
En el crepúsculo, dioses temblarán ante la alianza oscura,
El amor y la destrucción, entrelazados en su danza pura.

Bajo la luna llena, el juramento será quebrantado,
La destrucción se avecina, por el amor destinado.
Los dioses caerán, en su propio juego atrapados,
El Olimpo perecerá, por dos corazones desatados.

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⏰ Última actualización: Jan 05 ⏰

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La maldición de Aquiles (Percico)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora