Cinco grados bajo cero, eso era lo que marcaba como temperatura ambiental la pantalla de su teléfono móvil. Desde que salió de casa no pudo nada más que ver manchones blancos pintando las calles, la nieve caía perezosa, afortunadamente sin tanto viento, pero lo suficientemente tupida como para comenzar a ocultar los prados y hacer montañas sobre las aceras y los toldos de los autos. Amaba el clima frío, pero odiaba a sobre manera tener que salir a mitad de una nevada para coger un tren. Muy en el fondo maldecía las fiestas decembrinas y las tradiciones familiares que le obligaban a arriesgarse a una pulmonía solo para celebrar. El viaje a Hasselt desde Ámsterdam le tomaría solo 3 horas, pero la espera a la llegada del tren se le estaba antojando eterna, además de solitaria, aparentemente él era el único idiota con intenciones de viajar a mitad de una nevada.
Ahí se encontraba, de pie en el andén expuesto a la intemperie, cubierto con capa, tras capa, tras capa de ropa que le ayudaba a soportar la baja temperatura, con un abrigo azul marino, grueso, que le llegaba a mitad de la pantorrilla y que además combinaba hermosamente con sus profundos ojos azules. Su cabello rubio estaba tristemente oculto bajo un gorro de lana gris, no era muy bonito, pero definitivamente le ayudaba a conservar su calor corporal y además, iba a juego con una gruesa y suave bufanda. Era como ver una enorme montaña de lana balanceándose como campana mirando fijamente hacia la dirección en que se supone venía el tren, como si así éste fuese a llegar más rápido. Sentía la nariz congelada y los labios arder gracias a la resequedad que el viento helado provocaba al chocar contra su rostro, un poco molesto, se acomodó la bufanda para poder cubrir esa parte de su cara, rogaba y rezaba a los dioses en los que no creía porque el tren llegara pronto para poder abordar y refugiarse de la inclemencia del clima y fue entonces cuando lo vio, una pincelada de verano a mitad de aquel paisaje invernal, con la calidez de esa piel morena y el rebelde cabello oscuro y rizado jugando con el viento, un desordenado encanto latino que resaltaba en mitad de aquel frío paraje. Aún a la distancia, aún con un par de vías férreas separándolos, pudo sentir su cálida mirada, un abrasador calor golpeándolo de lleno en la cara, como un rayo de sol atravesando la neblina. Jamás, en todos sus 25 años, había sido testigo de alguna visión similar ¿Acaso era real? O ¿Solo era la frialdad del crudo invierno haciéndolo alucinar antes de caer congelado a mitad del andén?
Permaneció estático, de pie, frente aquel extraño al lado contrario de la estación, observando cómo aquel loco sin aparente temor al frío peleaba con su equipaje que, a lo que alcanzaba a ver, se había atorado entre dos de las tablas del piso. Lo vio forcejear solo unos cuantos segundos antes de ganar su pequeña batalla y caminar un par de pasos hasta la orilla notándose victorioso por someter aquella valija con dos ruedas. Cuando recuperó la compostura, pudo observarle con mayor detalle, parecía ser un tanto más bajo de estatura que él, delgado, podría decir que fuerte, pero vamos ¿Qué tan fuerte se necesitaba ser para arrastrar un equipaje de 10kg? Aquel sujeto ahora se preocupaba por poner en orden su cabello, aunque no parecía valer la pena, recién acomodaba un rizo y el viento volvía a empujarlo al lado contrario, le resultó gracioso verlo emprender esta nueva batalla, aunque desafortunadamente no duró bastante porque el moreno terminó por rendirse con fastidio. Solo habían pasado un par de minutos, no más, y solo ver aquellas graciosas acciones habían sido suficientes para que la atención de Max se enganchara de aquel atractivo sujeto que no llevaba más que un abrigo gris claro, sin guantes, sin bufanda, sin gorro, alguien que claramente no sabía lo que era enfrentarse a una tormenta de nieve.
No estuvo seguro si era por la baja temperatura o por el hecho de que en ese instante aquel hombre había reparado al fin en su presencia, pero cuando él le miró y encima le sonrió, claramente sintió cómo su respiración se cortó, su corazón dio un vuelco y pudo jurar que por un momento el mundo dejó de girar. Aun a la distancia pudo distinguir el café de sus ojos, tan brillantes y expresivos, y esa sonrisa, maldita sea, esa sonrisa ¿Es que acaso podría ser más perfecta? ¿Acaso ese sujeto era modelo de comerciales para dentífrico? Se congeló, tal cual, como una estatua de hielo permaneció fijo en su sitio, su mirada se quedó prendada a él, en su rostro, en su dulce expresión, en lo brillante que parecía ser con tan solo sonreír, era como ver al invierno y al verano mirándose a la cara a mitad de la estación, frío y calor, azul y marrón conectados por algunos instantes hasta que el recién llegado se sintió lo suficientemente abochornado como para desviar la mirada y ocultar su sonrojo de aquellos ojos azules que parecían querer atravesarle. Solo entonces, Max fue consciente de la manera en que lo había observado desde que apareció en aquel lugar, por un momento se sintió apenado, como un acosador o algo así. En un esfuerzo por recomponerse rápido, se aclaró la garganta fingiendo toser, se balanceó sobre sus tobillos y giró hacia su izquierda para dar un par de pasos y alejarse de la mirada de aquel extraño.
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Mi nombre es Sergio Pérez
Romance[One Shot / Capítulo único] |Max viajará de regreso a casa por las festividades decembrinas, mientras espera al tren que lo llevará, tiene un breve y peculiar encuentro con un chico hispano. No necesita más que un par de segundos, un intercambio de...