Recuerdos de la finca

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Narra narrador

Era un día normal para los habitantes de aquella finca. Aunque para el más pequeño en realidad era un día especial porque era su día sin entrenamiento.

El pequeño había hecho un trato con los otros dos de que si le dejaban un día sin entrenar él entrenaría todos los días. Cosa que cumplía a medias porque si bien todos los días entrenaba solía escaparse al medio día.

A veces por pasarse de listo los mayores le dejaban sin cena o le cancelaban su día pero está vez se lo había ganado justamente así que podría hacer lo que quisiera.

Zenitsu —. ¡Kai Kai Kai! —.

Kaigaku —. ¿Qué pasa Zenitsu? —.

Pregunto sin muchas ganas recostado de su piedra comiendo un durazno mientras el menor se acercaba corriendo. Zenitsu se tropezó y cayó sobre el mayor.

Kaigaku —. ¿Estas bien? —.

Zenitsu —. ¡Si! —.

Kaigaku —. Me alegra ¿Por qué me buscabas? —.

Zenitsu —. Quiero un duraznito —.

Kaigaku —. Pues te equivocaste, los árboles de durazno están justo ahí. Yo no soy uno —.

Zenitsu —. ¡Kai! Es que quiero que me los bajes tú. Es que tú siempre escoges los más sabrosos —.

El menor lo miraba con estrellitas en los ojos. Kaigaku soltó un suspiro y empezó a buscar con la mirada algún durazno que le guste.

Kaigaku —. Um... Mira Zenitsu ¿Ves ese árbol de allí? El que está justo en frente —.

Zenitsu —. Uh si —.

Respondió inocente sin saber a dónde iba eso.

Kaigaku —. ¿Y ves el durazno que está al final de la rama en la derecha? La rama más baja —

Zenitsu —. Si —.

Kaigaku —. Ese durazno es como los que te gustan. Ve a buscarlo —.

Zenitsu —. ¿No me lo vas a buscar? —.

Hizo un pucherito triste y un poquito de reclamo porque el mayor nunca hacia lo que le pedía, siempre lo mandaba a hacerlo él.

Kaigaku —. No. Si lo quieres ve a buscarlo —.

Zenitsu —. Pero está muy alto para mí. No lo puedo alcanzar —.

Kaigaku —. Trepa —. Respondió simple —. Y se que sabes hacerlo así que ya cállate y ve por tu durazno —.

El pelinegro menor se levantó de sobre Kaigaku y fue a buscar el durazno aún con su puchero. Kaigaku lo seguía con la mirada, el niño era capaz de casi matarse solo caminando por su torpeza natural, así que estaba pendiente.

Zenitsu trepó con relativa facilidad el árbol y se montó en la rama para buscar su duraznito.

Ahora Kaigaku se arrepentía de mandarlo porque la rama no era muy firme y tambaleaba. Pero Zenitsu  solo se concentraba en la fruta.

Se levantó y se acercó al árbol, listo para evitar cualquier tragedia.

Zenitsu estaba a punto de conseguir lo que quería pero una ardilla salió de repente, asustandolo y haciendo que cayera. Menos mal, Kaigaku fue lo suficientemente rápido para atraparlo.

Kaigaku —. ¿En serio te asustaste con una ardillita? —.

Zenitsu —. ¡Me tomo por sorpresa! Bua ¡no pude agarrar mi duraznito!

Mi querido hermanitoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora