Amidama.

51 3 4
                                    

Yo no sé por qué extraña razón
Tus ojos iluminan las ruinas de mi alma
Y no sé porqué todo tu cuerpo es como un río
Donde bañar mis días más sedientos


Alexander Von Humboldt cerró su libro. Con 89 años en su haber le parecía extraño aun tener la fortaleza de poder leer varios libros y apuntes al día sin cansarse, aunque bueno, era la costumbre; organizar el trabajo de su vida bajo los volúmenes amplios de Kosmos le había hecho tener un ritmo de vida bastante acelerado para su edad.

Había vivido muchas cosas. Había ido a un montón de sitios, había explorado, había visto demasiado, hecho conferencias, era una leyenda viva, una atracción para la gente que iba a Berlín a verlo; estudiantes, Exploradores, científicos, políticos habían pasado por su sala una y otra vez, ávidos de conocimiento, pero más de poder, mucho poder.

Ahora que lo pensaba era chistoso, él había dicho a Goethe y a Wilhelm que le  gustaba la gente con sangre caliente. Pero en la práctica había descubierto que no era así. Gente entusiasta que cantara, bailara y luchara, pero no, porque haciendo un retroceso mental, se daba cuenta que la sangre Caliente no impidió que amara a Francisco José de Caldas, que estaba seguro, era el que menos sangre caliente tenía de todos los que conoció.

Lo había conocido apenas cuando tenía 32 años. Era un poco mayor, tan solo un año le llevaba de ventaja. Lo conoció cuando era un pequeño cabrón que creía que era el dueño del mundo por haber subido montañas y haberse enfrentado a un jaguar... y a varias anguilas.

Con detenimiento, mirando sus recuerdos ya con el ojo de la experiencia ganada, tal vez el haber jugado a ser explorador no fue una buena idea. Es decir, lo fue y fue genial porque todo salió como debió salir y él resultó ileso de todo ese trajín de cinco años, con prestigio adicional que lo convirtió en una leyenda, en un héroe, en todo aquello en lo que los jóvenes pensaban convertirse y las jovencitas deseaban que tuviesen sus insípidos y torpes prometidos. Pero de haber perdido un ojo, o un pie, o haber muerto, no, no habría sido una buena idea en definitiva.

Volviendo al tema, la travesía por la Nueva Granada fue mucho más tranquila que la que llevó por el Orinoco. Un poco más tranquilo hablaba con la gente preguntando saberes, nombres de plantas y direcciones, sobre todo direcciones para saber como llegar a Guayaquil, que era su destino, pero a partir de cierto momento desde que salió de Santafé de Bogotá, todo el mundo lo refería con un tal Sabio Caldas. Que la verdad de sabio no tenía mucho, pero igualmente, se quedó con la curiosidad mientras pasaba por Popayán, y posteriormente en otros lugares, aunque claro, siempre refiriéndose a su persona como un novato chiflado y loco. Era gracioso, así que lo dejó pasar, aunque la curiosidad fue cada vez más intensa.

Luego llegó Aimé un día a entregarle una carta con un aviso de "Urgente". La carta básicamente fue una sarta de halagos y peticiones de un tal Francisco José de Caldas y Tenorio, Payanés, aficionado y que ansiaba seguir sus luces. Entendió que se trataba de aquél que estaban refiriéndole en Popayán y en otras partes.

Alexander se rió, ya sabía que alguien terminaría ilusionado y embelezado por su inteligencia y las "luces" así que contestó la carta, sin mayores pretensiones. Mientras Aimè se follaba a una mestiza en algún lado, él comenzó a escribir con un poco de nervios y un tanto de burla inocente. Aún recordaba medio siglo más tarde el cómo se sintió agarrar la pluma para comenzar a escribir, incluso con ingenuidad, poniendo palabras en Francés para impresionar.

Monseiur Caldas... me encanta por fin poder conocer la letra de un hombre que me han referido tantas veces las gentes de aquí, tengo que dejar las formalidades levemente de lado por el momento, para halagar que su letra es muy fina, y me gusta mucho su elitismo ¿Podríamos...?

Amidama.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora