𝐈 𝐧𝐞𝐞𝐝 𝐲𝐨𝐮 - 𝐂𝐡𝐞𝐬𝐭𝐚𝐩𝐩𝐞𝐧

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Contar ovejas no funcionó.

Max se volvió sobre su espalda con un suspiro. Él escuchó la respiración de Kelly, tratando de dejar que lo amodorrara hasta dormirse.

Eso no funcionó, tampoco. Su novia podría estar durmiendo a su lado, pero la persona que ocupaba su mente estaba abajo, emborrachándose. Sergio. Su mejor amigo.

Suspirando de nuevo, Max se sentó y enterró sus dedos en su pelo. Retuvo el aliento y forzó su audición. La casa estaba completamente silenciosa. Habían pasado horas; a lo mejor Sergio había finalmente ido a acostarse.

Y a lo mejor todavía estaba bebiendo frente a la chimenea. Apretando la mandíbula, Max miró hacia la puerta.

Él no debería. No debería ir abajo. Eso no cambiaría nada.

No había nada que él pudiera hacer por Sergio.

Después de todo, él era la razón por la que Sergio estaba bebiendo.

"¿No ves lo cruel que es esto? ¿No te importa? Lo estás quebrando." La voz del primo de Sergio resonó en su mente, una y otra y otra vez, cada palabra como un puñetazo en el plexo solar.

Max cerró los ojos, tratando de bloquearlo.

Él no tenía intención de revelarle a Alexander que sabía acerca de los sentimientos de Sergio por él.

No se suponía que lo supiera nadie. No se suponía que Sergio debiera saber que Max lo sabía. Ahora, Max no podría dejar de preocuparse. Alexander había prometido no decirle nada a Sergio, pero Max no estaba seguro de poder confiar en el tipo – se lo veía bastante enojado más temprano esa noche.

"Él no es tu padre. Él no es tu hermano mayor. Él no es un monje. Él es un hombre saludable en su mejor momento. Si lo amas tanto como afirmas, dejarás de ser una pequeña mierda egoísta y lo dejarás ir."

Alexander tenía razón, por supuesto: Max era heterosexual, tenía una novia que amaba y no podía darle a Sergio lo que quería. Lo correcto sería decirle a Sergio, que él sabía sobre los sentimientos de Sergio por él - y que cualquier cosa entre ellos era imposible. Hubiera sido más amable permitir a Sergio dejarlo y encontrar a alguien más para amar.

Excepto que Sergio no podía dejarlo. Incluso pensar en ello hacía que su estómago se retorciera en un nudo doloroso y una oleada de pánico le atravesara todo su cuerpo. Dios, esto estaba tan jodido. Le había dicho a Alexander la verdad: realmente se alegraba de no ser gay. Si él era así de necesitado y dependiente, cuando no quería a Sergio de ese modo, Max no podía imaginar la pegajosa ruina que habría sido, si él realmente quisiera a Sergio de esa manera. Era lo suficientemente malo ya.

Por el amor de Dios. Él era una estrella del automovilismo en ascenso y millonario. No se suponía que se sintiera de esa manera aún. Ya no era un adolescente. Ya no estaba paralítico. No se suponía que todavía sintiera como que Sergio fuera su ancla.

Él tenía dieciséis años cuando se dañó la columna vertebral durante alguna carrera de practica sin importancia, aquí en los Estados Unidos.  Lo habían colocado en el centro de rehabilitación donde Sergio estaba haciendo su residencia, y Sergio había sido asignado como su fisioterapeuta.

Durante diecisiete largos meses, Sergio había sido su mundo: él había sostenido la mano de Max mientras trataba de mover sus extremidades, limpiado el sudor de la frente de Max, lo había animado y elogiado cada pequeño logro suyo. Todo el mundo había pensado que la carrera de Max había terminado antes de que incluso hubiera comenzado adecuadamente – los médicos no eran optimistas sobre sus posibilidades de caminar de nuevo, mucho menos de regresar a su carrera de piloto- pero Sergio le hizo creer que podía hacerlo. Y lo hizo. El día en que dio sus primeros pasos sin caerse, Sergio lo abrazó con fuerza y le susurró, con voz llena de orgullo, "Este es mi niño." Y Max no quiso soltarlo jamás. Sergio era suyo. No sabía lo que habría hecho sin él.