2. De haberte visto

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Luego de dar órdenes para que su grupo de élite se quedara al cuidado de su esposa y amenazarlos con asesinar hasta el primo más lejano si permitían que algo le sucediera, Rubén se subió en una camioneta y manejó por su cuenta rumbo a la bodega, donde Sergio le había informado que ya se encontraban sus amigos policías para apersonarse de la investigación.

Mientras conducía aferrado al volante con tanta fuerza que se le blanqueaban los nudillos, recordó inevitablemente la primera vez que vio a su amor, siete años atrás, cuando ella era apenas una jovencita de diecinueve años.

Él iba con demasiada prisa porque acababa de recibir una llamada con información crucial para un operativo que tenían entre manos y estaban corriendo contra reloj. El semáforo cambió a amarillo y él apuró al conductor para que avanzara rápido, sin embargo, un par de jovencitas se les atravesaron en el camino y el pobre Tomás apenas alcanzó a frenar antes de atropellarlas. Aunque no se escuchó ningún golpe, ambas gritaron despavoridas y cayeron sobre la vía, llamando la atención de algunos transeúntes.

Sergio estaba perdido en la conversación que sostenía por su teléfono y Rubén se bajó para revisar si las habían lastimado de alguna manera. Justo en ese momento no tenía ni el tiempo ni las ganas de lidiar con algo así y solo quería que las chicas se movieran de su camino para que ellos pudieran continuar. Sin embargo, una cara de ángel lo recibió. La jovencita ayudaba a su amiga a levantarse, quien tenía un pie lastimado en apariencia porque cojeó hasta la acera y se sentó en el separador.

Tomás las interrogó por sus lesiones ya que Rubén se había quedado como un idiota mirando a la preciosa chica con cabello rubio trenzado y ojos más azules que el cielo. Su voz dulce se disculpaba porque ellas habían cruzado sin ver y se negaba a recibir el billete de cien dólares que Tomás le ofrecía en un vano intento de deshacerse de la responsabilidad sobre ellas y poder continuar con lo que de verdad les importaba.

—No se preocupe, solo fue el susto. Tranquilo —aseguró la jovencita con una sonrisa incómoda, aunque su amiga no parecía tan de acuerdo y estaba más tentada a recibir el dinero.

—No puedo caminar bien, debemos tomar un taxi y son costosos... —murmuró entre dientes la de cabello castaño que parecía más joven todavía.

—Si necesita ir a que un médico le revise el pie, esto debe ser suficiente para los gastos —apuró Tomás sacando otro billete. Ellos de verdad no podían perder más tiempo.

—Ya le dije que no es necesario...

—¡Rubén! ¡El helicóptero ya está listo! —gritó Sergio con impaciencia desde el interior del auto.

Los curiosos cuchicheaban a su alrededor, pero no se atrevían a intervenir, así que Rubén decidió que ya era suficiente. Lo que tenían que hacer era más importante que el hechizo en el que lo había sumergido esa preciosa mujer. Sacó una de sus tarjetas y lo que llevaba en efectivo en ese momento. Cerca de mil dólares que le entregó en las manos a la chica más afectada.

—Esto debe ser suficiente para cubrir cualquier lesión que te hayamos ocasionado. —La otra chica quiso protestar, pero la mirada profunda que él le dio la dejó paralizada—. Toma, llámame por cualquier cosa que necesiten.

La jovencita rubia asintió y le regaló una sonrisa más radiante que el sol mientras tomaba la tarjeta y se sonrojaba un poco. Demonios, Rubén quería subirla al auto y llevársela con él para no perder la oportunidad de conocerla. Él sabía de belleza, por sus manos habían pasado las modelos y actrices más bellas del país y algunas extranjeras, pero ninguna había conseguido dejarlo babeando solo con una sonrisa.

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