Espadas y monstruos - I

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   La puerta de aquella taberna de mala muerte se abrió tímida, por ella, un hombre encapuchado entro cabizbajo, ninguno de los comensales que allí bebían le prestaron la mayor importancia, ya era habitual que hombres misteriosos se sentaran a tomar y se fueran sin decir una palabra.
   Caminó a través de aquel humo infesto y los ebrios carente de conciencia, la iluminación escaseaba y el olor que se respiraba era nauseabundo, una combinación de vomito, sudor y cerveza, pero nada de esto molestó al hombre que seguía su trayecto hasta la barra. Se sentó en uno de los bancos que tenía en frente, estaban desvencijados y viejos y sucio como la mayoría de los muebles del lugar. El bar tender no se fastidió en atenderlo sino hasta que oyó el tintinear de las monedas depositadas en la mesa. Se acerco rápido. Su delantal blanco se ceñía a la figura esférica de su abdomen, y el bigote tupido que poseía parecía nacer desde la cavernosa nariz gorda de su rostro.

-Buenas tardes, joven. ¿Qué puedo ofrecerle? – Preguntó, echándole una mirada lasciva al saco de monedas arriba de la barra.

-Deme una cerveza. Y si puede, decidme de una posada para dormir esta noche, con eso le estaría muy agradecido. -Contestó Etienne.

-Pues una cerveza será mi joven amigo. Lugar podrás conseguir en la posada El Venado, de lo peor que hay aquí, es lo mejor. Está al fondó de la calle. – De debajo de la barra tomó un tarro de madera y lo llenó del líquido ámbar hasta que rebosaba de espuma, el cantinero se lo entregó y con ánimo de charla, prosiguió a preguntarle. – Si no es una molestia, debo preguntarle, ¿de dónde es que viene?

   Antes de contestar, Étienne bebió un trago largo y profundo, con la lengua hidratada podía responder satisfecho.

—Vengo del norte. – Fue su respuesta.

—Ahh, he oído que hubo un incidente muy feo por esos lares. Dime muchacho, tú que provienes de allí. ¿Qué tan cierto son los rumores de la destrucción de Aretusa? Mis oídos de cantinero han escuchado una variedad de rumores variopintos sobre la caída del castillo, dicen que las brujas fueron asesinadas, todas. – Preguntó con cierto interés morboso.

—Las lenguas te han informado bien. Pero hay un pequeño detalle. Asesinar es humano. -Étienne bebió otro sorbo. – A mí también me han contado de las atrocidades que sucedieron allí, sobrevivientes, pude verlo tiempo después con mis propios ojos.

   El cantinero gruño, parecía perturbado por las palabras de Étienne, su bigote se movía inquieto debajo de su nariz que resoplaba con un aire de pesada preocupación. Étienne lo pudo sentir. Hacía bien en temer.

—Bueno, de todas maneras, no me sorprende, esos magos y hechiceras siempre haciendo cosas extrañar. Algún les iba a pasar algo como esto, y ese día les llego. Algunos de su gente me deben unos cuantos ducados, pero siempre se van como aparecen, el próximo de ellos entre aquí le voy a dar con una maza. O sí que lo haré. —Refunfuñaba el ordinario tabernero, a lo que Etienne contestó con una sonrisa escueta.

   El tarro de cerveza casi estaba vacío, pero la charla todavía tenía lugar entre estos dos singulares personajes. Una charla tan elocuente como las precarias palabras del cantinero le permitieron continuar. Le había dicho su nombre, Randolf, y que hacía veinte años que atendía esta taberna. Randolf pudo notar que el brazalete del muchacho llevaba inscripta una runa. Supo entonces de quien se trataba.

—Oh, ya veo, tú eres un cazador. Hace unos días he visto a uno de tu gente por aquí, una chica tan malhumorada como guapa. Esa mocosa era una espina en el culo, golpeo a dos de mis hombres. Pero dejo buena paga, de eso no puedo quejarme. – Dijo Randolf. – ¿Y tú qué cazador? ¿Vas a alguna parte? ¿O solo vagabundeas por mundo buscando trabajo y matando monstruos?

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⏰ Última actualización: Jan 17 ⏰

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