Único Capitulo

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Mucho se hablaba entre los ancianos de la ciudad que el joven Leónidas estaba destinado a algo realmente grande, un destino que era guiado por el dios Apolo.

Leónidas escuchaba y en cierto modo chasqueaba la lengua por ello, si por destino se referían a ser interés del dios de las artes entonces sí, podría decirse que lo era.

El dios del sol Apolo era conocido por sus múltiples amoríos fallidos, era más una maldición tener el amor del dios a una bendición que Zeus le daba a pocos, pero la diferencia era que, él no quería convertirse en uno más de sus amoríos perdidos en la historia siendo conocido como uno más del amor infinito del dios del sol pero tampoco hacia el intento de ignorarlo o apartarlo, en la intimidad de la soledad él siempre llegaba, aunque este en la noche más obscura o en la cueva más profunda, el sol siempre iluminaba su camino.

Esa vez lo había alcanzado cerca del lago, justo debajo de la copa de un árbol, la túnica que anteriormente estaba en el cuerpo del dios ahora hacia una pequeña barrera en su cuerpo desnudo y el pasto. Sus cabellos fueron apartados de su rostro que dormían plácidamente, sonriendo suavemente y haciendo que abriera los ojos.

Al verlo frunció el ceño y le dio la espalda, esté solo comenzó a reír inclinándose para dejar un beso en su nuca.

— Odio ver que actúes como su no lo desearas — Leónidas no contesto, no negaba que el maldito era increíble, pero sabía que sus palabras solo eran para idolatrarse y que él lo hiciera también.

— Si fuera el caso no dejaría que me tocaras — habló sin mirarlo aun manteniéndose recostado mientras su mano soportaban el peso de su cabeza.

Se acerco a su amante nuevamente, abrazándolo por la espalda; dejaba que jugueteara un poco más con su cuerpo antes de por fin separarse e irse por su camino.

Encuentros casuales que duraban un par de horas pero que tardaban incluso años para volverse a ver.

Por ende, Leónidas solo miraba su relación como un capricho de uno de los dioses del olimpo, uno que, aunque lo negara ellos mismos terminarían por ingeniarse maneras de obtener lo que deseaban, era mejor dejarlo pasar y disfrutar del momento.

El placer que tiene ser acariciado por un dios, sentir el fuego de su lujuria y lo caliente de su intensidad, dejando quemaduras tan calientes que poco a poco su cuerpo llegaba a acostumbrarse, dejándolo con mayor resistencia al calor o incluso a quemaduras superficiales.

Los años pasaban y cada año su edad se volvía más evidente en su rostro y cabello, razón por la que no lo esperaba que estuviera justo en ese lugar, en su palacio, en la habitación que compartía con su esposa, por un momento se molestó pensando que venía por la belleza de Gorgo.

— Es hermosa, casi como mis amadas musas... pero no vine por ella — se había acercado, con esa caminata elegante que siempre tenia, esa mirada arrogante y su sonrisa que lo hacía querer darle un puñetazo — sino por ti, Rey de Esparta.

Apolo lo beso, el espartano simplemente cerro los ojos y dejo que el dios profundizara el beso, mismo que correspondió a los pocos segundos.

Sus manos se entrelazaron con los del rey de Esparta, aprisionándolo en la pared y su propio cuerpo, manteniendo una de sus piernas en medio de las del cuerpo más grande. Había olvidado lo intenso que era, después de muchos años era normal, ningún amorío de un dios tenía que tomarlo enserio, para ellos eran solo un momento de calentura que podrían negar, aunque había consecuencias y aunque él claramente no le temía a tales consecuencias tampoco era que quisiera negarlo.

— Eres realmente hermoso — durante el sexo era el único quien hablaba, Leónidas no tenía nada que decir al dios ególatra, y aunque lo tuviera dudaba que superara sus expectativas a sus palabras.

Fue preparado con tanta intensidad que casi había olvidado que su lujuria quemaba tan intensamente que lo hacía entrar en calor lo bastante pronto. Colocando sus manos firmemente en el muro mientras sus pieles golpeaban entre sí, gruñidos salieron de sus labios y finalmente sintió la intensidad por la quemadura en su piel al ser tomado por las caderas.

Suspiro profundo antes de ser sujetado nuevamente para ahora recostarse en el lecho que compartía con su esposa.

Su relación era poco menos que amantes, una divinidad que se acostaba con un mortal al cual había visto interesante, era lo que Leónidas veía entre Apolo y él.

Una vez la lujuria de ambos fue saciada se quedaron un buen momento recostados, hasta que Apolo se incorporó, sentándose en la cama mientras dejaba que su cuerpo desnudo se mostraba sin ninguna pena al igual que el rey espartano, miraba con una liguera sonrisa ese perfecto trasero que hace un par de minutos fue suyo, golpeándolo con su pelvis para poder tocar lo más profundo de su interior.

Como siempre Apolo se alejó, dejándolo solo una vez satisfago su lujuria.

Al día siguiente estaba en el templo, justo enfrente del oráculo, por primera vez ese dios se había convertido en un fastidio al decir tal estupidez, pese a ello aun así se sentía en cierto modo, traicionado, aquel dios al que le entrego su lujuria ahora los estaba condenando a una esclavitud.

Le había dado la espalda sin más; mostrando que el ser amantes no era algo al cual lo fue Leónidas, Apolo se le conocía por ser tan enamoradizo, pero en esta había sido un momento de diversión fuera de algo importante para el dios.

Lo sabía, pero aun así llegaba a picarle un poco el pecho, decidió no hacerla caso, levantarse y destruir su estatua

Apolo había escogido bando así que iría en contra de ello por el bien de su gente.

Destruyo su estatua y partió a la batalla sin mirar atrás.

...

Fue realmente una perdida, la muerte de un ser amado que nunca creyó conveniente mencionarlo. Claro que el rey espartano tenía un lugar en su corazón y se notaba al ver los interminables cuadros de sus amores perdidos mismos que se sumó su amado Leónidas. Acariciando el cuadro recién pintado antes de alejarse dejando que el eco de sus pasos resonase en los enormes pasillos, estaba de luto, justo en la muerte de su más reciente amor, el sol no brillo como siempre lo hacía.

Su suerte no cambio, incluso empeoro, ahora iba directo a la arena, a un duelo a muerte a enfrentarse a su ultimo amante antes de que la conexión con los dioses y los humanos se perdiera.

Su oponente; aquel amante al cual lloro el día de su muerte.

Entendía su mala suerte, pero no creía que el destino fuera tan cruel que lo hiciera matar a uno de sus amores perdidos.

Paso justo al lado de aquella pintura que se realizó hace años, pasando su mano por el lienzo manchándolo de su propia sangre que provoco al apretar su puño, dejando un rastro que cortaba el cuello del rey espartano.

— Lo lamento, rey de Esparta.

Tu hermoso retratoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora