Forzada a mudarse al barrio más peligroso de la ciudad, Aria se encuentra fuera de su zona de confort, enfrentando un mundo de crimen y peligro donde debe valerse de su ingenio para sobrevivir.
Allí conoce a Rick, un traficante atractivo y enigmáti...
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—Príncipe
—Príncipe
—Príncipe
Me remuevo en la cama al escuchar los gritos de mis hermanas. Miro la hora en el móvil y veo que no son ni las ocho de la mañana.
«Dios, estoy muerto»
Anoche nos dormimos muy tarde, porque no contento con una vez, que tuve que desenvolver mi regalo hasta tres veces.
Pero Santa ha venido y mis enanas están desesperadas por abrir los regalos.
Busco a mi novia en la cama y me doy cuenta de que no está, porque ella al igual que mis hermanas está ansiosa por estas navidades y todo le hace tanta ilusión como a las niñas.
—Vamos dormilón —me habla desde la puerta de la habitación ya lista para salir.
Tiene la sonrisa más grande del mundo y esa chispa en los ojos que la hace única. Me levanto medio zombie y camino hasta ella. Juntos abrimos la puerta viendo a mis hermanas sentadas en el suelo junto a todos los paquetes de regalos que hay alrededor del árbol. Sus caras lo dicen todo, porque nunca habían tenido el árbol tan a rebosar de regalos y mucho menos con paquetes tan grandes.
—¡Mira príncipe! somos las niñas más buenas del mundo ¿lo ves? —señala mi hermana todos los regalos.
—Eso lo sé yo más que nadie, enana —les doy un beso a cada una—. Pero ya sabéis que Santa no trae regalos a los adultos, por eso Aria y yo nos regalamos entre nosotros ¿os acordáis que lo hablamos?
—Sí, príncipe nos lo has explicado todos estos días.
—Vale —me aseguro porque nunca hemos tenido que hacer algo así antes. Siempre han sido regalos solo para ellas y nada para mí. Pero este año les hemos explicado esa mentira piadosa. Más que nada porque uno de mis regalos para ella es imposible que Santa lo haya hecho.
—Venga vamos a abrirlos ya —se emocionan ellas.
Como era de esperar abren el paquete más grande de todos los que hay. Es el que trajimos de la mansión de Aria, el que ella quería darles como regalo de navidad. Pero sin que supiera que era de su parte. Por eso ha sido Santa quién lo ha dejado.
Se les humedecen los ojos al ver la gran casa de muñeras de madera con la fachada blanca y tejados de color morado claro con las ventanas del mismo color. Tiene cuatro plantas de altura, ascensor, mil quinientos accesorios, una familia de muñecos con tres mascotas, en fin... una barbaridad que me va a tocar montar pieza por pieza. Una vez este construida se quedará más alta que ellas y mide metro y medio de larga.
Una monstruosidad de casa.
—Príncipe miraaaaaa —corretea mi hermana por el salón más que feliz.
—Ariel, miraaa ¿Vas a querer jugar con nosotras?
—¿En serio lo tienes que preguntar? —les hace cosquillas a mis hermanas que están encima de ella sentadas—. Vuestro hermano ya está tardando en montarla.