La invitación tuvo la excusa de darle la bienvenida al 2024 de una manera digna, o sea, comiendo carne argentina. Pablo vive molestándolo con el tema que en España comen basura y que la verdadera carne se encuentra en nuestro país. La discusión siempre termina en que el país ibérico se especializa en mariscos mientras que el nuestro lo hace con su ganado pastando los millones de kilómetros que recorren toda la extensión de la República Argentina.
Aimar habrá jugado en el Valencia. Habrá engendrado dos hijos valencianos, pero a la hora de comer, no intentes venderle gato por liebre.
Scaloni vivió durante toda su estancia en Europa degustando todo tipo de carne. Literalmente. Sus años jugando en el Dépor y conociendo toda clase de hombres y mujeres que se le cruzaran en el camino, lo alejaron del único hombre que en su vida le interesó. El cordobés de Río Cuarto que con sus gambetas lo enloquecía y a quien moría por acariciar sus suaves y brillantes rulos castaños. Aun así, la cantidad de relaciones fugaces que vivió jamás lograron apagar el fuego ardiendo en su pecho por el petiso.
Y por cosas del destino, terminaron trabajando juntos y ganando una Copa del Mundo.
Hoy, ambos divorciados y con hijos, intentan disfrutar de su relativa soltería mientras se abocan en cumplir con la titánica tarea de mantener y continuar alimentando el sueño de millones de argentinos. Pero los días que se toma para reuniones con Messi y Tapia, entre otros, se intercalan con algunos sutiles momentos de felicidad. Como, por ejemplo, ser invitado a comer un asado hecho por Pablo en su casa junto a otros amigos.
Hay caras conocidas pero otras nuevas. Aimar mezcló dos grupos de amigos. Ex futbolistas y personas cercanas a él de toda la vida. El combo puede ser extraño, pero bajo el cielo estrellado del jardín, el aroma del frondoso jazmín de Paraguay y algún que otro picotón de mosquito, el ambiente se hace ameno. El Ratón, Walter y Matías charlan con otros tres amigos de Pablo de la infancia. Lionel aprovecha para acercarse a la parrilla en donde, con un simple short de jean y una vieja remera manchada con carbón, Aimar corre las brasas que se van extinguiendo para poner nuevas.
—¿Y cómo va la cosa? —pregunta el pujatense con las manos en la cintura.
—Bien, che. —responde Pablo con una sonrisa— ¿Tenés calor, Leo?
—No ¿por?
—Tenés toda la cara colorada. —apunta Aimar, moviendo sus ojos miel por todo el rostro del santafesino.
Es la calentura que tengo con vos, enano de mierda.
—¿Eh? Ah, puede ser porque hoy me insolé un poco.
—¿En dónde? —cuestiona Pablo.
—¿Importa?
—De curioso, nomás.
La respuesta más lógica sería que se trata de nerviosismo por caras nuevas, o alguna estupidez semejante. Pero no logra armar ninguna excusa en su cabeza que suene coherente. Por lo que decide encogerse de hombros y dejarlo pasar. Redirige la atención del dueño de casa hacia el fuego, apuntando ciertos lugares en donde falta calor y Pablo se dispone a moverlo para cubrir esos espacios.
—Qué calor de mierda. —murmura Aimar, antes de apoyar el atizador en el parrillero un momento.
La secuencia que sigue se desencadena frente a los ojos de Lionel casi en cámara lenta. Pablo toma su remera sucia por el borde inferior y en un solo movimiento se la quita por la cabeza. La tira a un costado, apoyándola sobre el respaldar de una silla. La mandíbula de Scaloni se tensa. Aimar vuelve a tomar el instrumento para mover las brasas y continua con su tarea bajo la hambrienta mirada del DT de la Selección Nacional. El pecho fibroso y torneado de Pablo resplandece bajo una finísima capa de sudor sobre la piel besada por el sol. Su rosario de madera descansa sutilmente entre sus perfectos pectorales. Sus bíceps se amoldan a los movimientos de su mano mientras apoya sus dedos suavemente sobre la bola de lomo y comprueba la temperatura de la carne por el lado superior. Una tenue gota corre cuesta abajo sobre la sien del futbolista y la punta de lengua de Scaloni se asoma, como acto reflejo.
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Cambio de menú (Scaimar)
FanfictionVer a Pablo haciendo asados es una de las cosas favoritas de Lionel. Pero una noche de verano, una bolsa de carbón puede cambiarlo todo.