Entre Aliados y Adversarios

01

La noche envolvía Bellwood en su manto oscuro mientras Ben Tennyson, con el Omnitrix resplandeciendo en su muñeca, patrullaba las calles. Las luces de la ciudad parpadeaban en una armonía lejana, y un viento ligero agitaba sus cabellos mientras se desplazaba ágilmente por los tejados.
El resonar de sus pasos se mezclaba con los murmullos de la ciudad nocturna, y la energía del Omnitrix guiaba sus movimientos. Transformándose en diferentes alienígenas con gracia y eficacia, Ben hacía de la patrulla una danza celestial, una coreografía de héroes que defendían la paz.

De repente, las luces del Omnitrix comenzaron a destellar de manera inusual, rompiendo la tranquilidad de su patrulla. Una energía alienígena, ominosa y desconocida, perforó la quietud de la noche. Ben, siempre alerta, se centró en la fuente de la perturbación, anticipando el conflicto que se avecinaba.
Saltando de edificio en edificio con la gracia de un acróbata alienígena, Ben siguió la trayectoria de esa energía inusual. Las sombras se convertían en su aliado, y sus transformaciones su herramienta para sortear obstáculos. La ciudad, testigo silencioso de sus hazañas, observaba mientras el héroe se dirigía hacia el epicentro de la actividad alienígena.

La carrera por la ciudad llevó a Ben a callejones estrechos y avenidas iluminadas por luces parpadeantes. A medida que se acercaba a su destino, las sensaciones del Omnitrix se intensificaban, indicando que la amenaza estaba próxima. Se transformó en diferentes alienígenas según lo requería la situación, sus habilidades adaptándose al entorno urbano.
Fue en uno de esos callejones estrechos donde percibió una presencia conocida. Kevin Levin, con su actitud indiferente, se encontraba en la intersección del rastro alienígena y la energía del Omnitrix.

- ¿No puedes ocuparte de esto solo, Tennyson? -comentó Kevin, su voz resonando con un desdén familiar.
- Siempre tan encantador, Levin. Pero parece que esto nos concierne a ambos -respondió Ben, su tono llevando consigo la tensión que siempre existía entre ellos.

Juntos, siguieron el rastro hasta llegar a un callejón sombrío donde la figura oscura del Dracron se reveló. El Dracron emergió de las sombras como una aberración cósmica. Su figura retorcida se retorcía con tentáculos viscosos que se contorcían como serpientes negras, destilando un líquido oscuro y pegajoso. Sus ojos eran esferas incandescentes, ardiendo con un resplandor malévolo que revelaba su naturaleza alienígena y perversa.
Su piel, si se podía llamar así, era una amalgama de escamas resplandecientes y membranas en constante cambio de color, como si estuviera compuesta de partes de diferentes especies alienígenas fusionadas en una grotesca amalgama. Una corriente de energía pulsante recorría sus extremidades, confiriéndole un aspecto aún más ominoso.

La boca del Dracron se abría en una abertura desproporcionadamente grande, repleta de dientes afilados y retorcidos que se asemejaban a agujas. Emitía un sonido gutural y angustioso mientras se movía, como si estuviera fuera de sintonía con la realidad misma.
Sus tentáculos, cada uno terminando en una garra afilada y pulsante, se extendían amenazadoramente, listos para desatar el caos. La oscuridad que lo rodeaba parecía obedecer a su voluntad, enredándose con su figura grotesca como una sombra cósmica.
Cada movimiento del Dracron estaba acompañado por un hedor nauseabundo, una combinación de sustancias alienígenas putrefactas que emanaban de su presencia abominable. Su aura siniestra envolvía el lugar, contaminando el aire con una sensación de malevolencia que iba más allá de lo físico.

La presencia grotesca del Dracron provocó un instante de terror en Ben Tennyson, visible en sus ojos ampliados y en el ceño fruncido. En medio de la tensión, su mirada se cruzó con la de Kevin Levin, cuyo rostro reflejaba un conocimiento profundo de la gravedad de la situación.
Kevin, a pesar de su habitual actitud indiferente, se percató del miedo momentáneo en los ojos de Ben. Con un gesto sutil pero expresivo, intentó tranquilizarlo, haciendo una ligera seña con la cabeza. Era una señal apenas perceptible, pero indicaba una comprensión compartida de que, por grotesco que fuera el enemigo, debían dejar a un lado sus diferencias.