Prólogo

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La he liado, la he liado pero bien. Ahora toca tener cuidado, si me choco con cualquiera de estas acabaré en problema, peores de los que ya tengo.

― ¡Venga!¡Deprisa!¡El tiempo es oro!¡Y ese ladronzuelo no debe andar muy lejos! ― grita el coronel Darius, enfurecido.

― ¡Sí señor! ― responden sus lame botas personales.

― ¡Vamos, vamos, vamos!

Están cerca, debo darme prisa, debo acelerar, venga, vamos, más rápido, corre. ¡Ahí! Ahí me ha parecido ver un hueco entre los árboles, una pared de roca, erguida como un acantilado ante un mar de copas, creí ver un resquicio por el que cabría, o quizá solo era mi imaginación bajo presión.

Sí me pillan me van a encarcelar, y paso de volver a estar en ese agujero otro porrón de años. Ya me van pesando las piernas, el cansancio va a poder conmigo. ¡Ni de coña!¡No pienso parar, debo seguir! Sigo corriendo para que no me atrapen; el aire opone más resistencia a cada paso, siento que... ¿Y el suelo?¿Dónde está? Al dar este último paso no he sentido el suelo bajo mis pies, ni el aire en la cara, es como si el tiempo hubiera dado un suspiro. Sentí cómo los árboles se desvanecían a mi alrededor, dejándome solo ante ese extenso mar de copas verdes.

Estaba cayendo desde un acantilado no precisamente bajo. ¿Qué cojones ha pasado?¿Dónde está el puto suelo? Bueno, más me vale prepararme para la tediosa caída, creo que lo mejor será absorber el impacto poniendo los brazos y las piernas flexionados por delante del pecho, la espalda y la cabeza no deben recibir ni el más mísero daño. Veía cómo se acercaban las hojas y empecé a notar las caricias de las hojas y los arañazos de las ramas destrozarme la piel. Aunque sentí cómo me quedé suspendido en el aire justo antes de acabar de estamparme contra el suelo. Finalmente abrí los ojos, mareado y desorientado, conseguí ponerme en pie a duras penas mientras me tambaleaba, aunque solo tenía arañazos y algún que otro corte no me había roto ningún hueso, pero me temblaban mucho las piernas. Ya he acabado de inspeccionar las ligeras lesiones... Mira, ahí está, esa pared rocosa erguida sobre el mar verdoso, entonces lo entendí. Ahí se abrió el resquicio de la pared.

Aún se oye a los soldados merodear por el acantilado pero estaba cómo hipnotizado, estaba demasiado concentrado en la abertura de la pared. No me pueden verme desde arriba, apenas pasan los rayos de luz a través de las copas. El viento me susurra que entre pero algo en mi interior ruega porque no lo haga, no se si es el instinto o el estómago. Solo me voy a acercar un poco, nada más...

ImporiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora