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Megumi había sido maldecido. Maldecido por sus propias palabras. Mientras su alma estaba encerrada en su propio cuerpo, se dio cuenta.

Hace toda una vida, en donde era feliz, se le ocurrió decir que amaría a quien tuviera una moral inquebrantable. Y en ese momento pudo hablar de cualquiera a su alrededor. Pudo referirse a Nobara, a Yuuji, principalmente a Yuuji, incluso pudo ser Toge, pero no. No pensó en nadie en particular, aun así lo que dijo era cierto y fue el principio de su decadencia.

Desde el principio lo supo. Ese rey de las maldiciones era algo. Si bien nunca compartió sus ideales y lo quería exorcizar, había algo, y es que debía admitir que su moral, incorrecta, era suya y haría lo que fuera por alcanzar sus metas.

Quería morir.

Quería luchar.

Estaba perdiéndose, se quebraba a cada pensamiento. Pensó en todo lo que había pasado hasta encontrarse en ese punto. Con su alma encerrada en su propio cuerpo. Se sentía débil.

Pensó en aquel que le dio un corazón sin pensarlo, demostrando que nada lo detendría. Diciéndole que esperaba más de él. En algún punto retorcido y ahora que no era capaz de controlar su cuerpo, sentía que Sukuna Ryomen confío en él y en su poder. Un poder que no sentía. Algo que el mismo Gojo "el hechicero más fuerte" le dijo anteriormente. Dos de los más poderosos en el mundo confiaban en el poder que no creía tener. Había defraudado a ambos.

Mientras escuchaba lo que pasaba como murmullos en la oscuridad y se rompía cada vez más, supo por qué Sukuna lo había elegido a él. Supo que si tenía que admirar a esa bestia, no era por su inmenso poder, ni siquiera que demostrara que su técnica podía ser más de lo que creía en un inicio. Era quizás por eso que vio desde su primer encuentro. Era inquebrantable.

Se maldijo a sí mismo. Sin buscarlo. Sin quererlo. Y se dio cuenta al momento de quebrarse, de decepcionar a todos los que confiaron en él.

Tenía que salir. Recuperar su cuerpo y su energía maldita para demostrar su valía. Demostrarle a ese bastardo que él era el único. Que solo él, Megumi Fushiguro era el único que podía derrotarlo. Al único que debía ver como un igual.

Mientras más tiempo pasaba dentro de esa oscuridad, más se corrompía. En algún momento olvidó la sangre, olvidó hasta quien era. Y su maldición llegó a su límite. Se torció. Todo en él se torció. Nada más importaba.

Se dio cuenta de que Sukuna sabía de la maldición que era amar. Sabía que él entendía lo que le sucedía. Sabía que Sukuna no lo amaría. No hasta verlo como un igual. No hasta que demostrara todo su poder. No hasta que acabará con su reinado. Sabía que él sufrió lo que era el amor, pero eso no le impidió sacrificar a quien amaba. Sabía que si fue amor, no era total. Faltaba algo, faltó algo en ese tiempo. Faltaba él.

Solo él, Megumi, era capaz de destrozarlo. De acabarlo. Sí, él mismo se maldijo, pero Sukuna era la razón de su maldición. Sukuna era el culpable de su locura. Y para acabar con todo, debía ganar primero al rey de las maldiciones.

Espero. Espero. Todo era muerte y podredumbre. Sukuna era de nuevo el rey. Se levantó poco a poco. Cuando vio a su alrededor, y a pesar del dolor que sintió al no ver a alguien de su pasado, solo bastó ver a Sukuna para fijar su objetivo.

- Megumi Fushiguro. Ahora es cuando me vas a mostrar todo lo que tienes, ¿cierto?

- Solo tú lo sabes, Sukuna - Una risa histérica se escuchó. Ninguno supo de quién era. - Voy a exorcizarte. A destrozar cada parte de ti. Voy a vencerte.

- Será un placer morir por tus manos.

- El honor es mío. Morirás en mis brazos. Te ataré a la peor maldición que existe.

- Ya lo has hecho. Desde que te vi. Me has maldecido, al igual que tú lo sientes ahora. Solo tú eres digno de matarme. Eres el único a mi nivel. Eres mi igual.

Ambos sonrieron. Ambos estaban locos. Ambos estaban torcidos. Su amor era igual, loco, roto, cruel y maldito.

Un Amor MalditoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora