En tiempos de Don Porfirio

4 0 0
                                    

Eran principios de 1900, aquel joven, J. Mariano Herrera, trabajaba en la Presidencia Municipal de Matamoros como Secretario.

Usaba bigote grande y siempre iba vestido formalmente, pues aún en tiempo de calor llevaba chaleco de casimir. Vivia con su padre, Don Alejo Herrera en el centro del poblado, precisamente donde hoy es el Mercado Hidalgo, por la Av. Venustiano Carranza. Dato curioso, en ese tiempo había en este pequeño pueblo dos homónimos de Mariano, con el mismo primer apellido, sin existir ninguna relación consanguínea.

En esa época la Escuela Primaria Nicolás Bravo necesitaba maestras, y como era difícil conseguirlas, las autoridades publicaron un anuncio solicitando jovencitas que tuvieran algún estudio para hacerse cargo de la enseñanza de los niños. No existían en La Laguna Escuelas Normales, y las personas de regular economía pagaban a algunas personas instruidas para que se encargaran de la educación de sus privilegiados niños. De esta manera, llegó una señorita llamada Margarita Ramírez, procedente de la Cd. de Monterrey, quien había cursado contabilidad. Era la menor de varias hermanas y un hermano, se instaló con una familia honorable que le dio alojamiento, y se dedicó dos años a la labor educativa.

Como la escuela era paso obligado de Mariano hacia la Presidencia Municipal, se encontraba muy temprano con la maestra Margarita, de fina figura, y como consecuencia, se conocieron y tuvieron un noviazgo romántico y limpio. Mariano tuvo que ir a la capital de Nuevo Leon a pedir la mano de su enamorada, y se casaron, para luego vivir en la casa del novio, al lado de su padre Don Alejo, que era viudo. Mariano y
Margarita tuvieron una hija a la que nombraron Josefa Isabel (mi madre) y tres hermanos llamados, Alejandro, quien murió siendo niño, Gustavo y el más pequeño Gilberto.

As fue como conoció Marganta a su suegro Alejo, quien curaba por medio del espiritismo. Contaban que escuchaban cantar en su cuarto a Enrique Carruso y a otras personas, porque podía hablar con los muertos.
Esta parte de la vida de don Alejo en la que dicen se comunicaba al más allá se debió a que, después de varios días de haber sepultado a su esposa Josefa, en cuyo honor fue igualmente nombrada su nieta, se enteró de que la habían enterrado viva escuchando los comentarios posteriores de los sepultureros.

Con un pesar atroz, hizo que la exhumaran, encontrando el cadáver con las manos en los cabellos, probablemente como signo de su desesperación al despertarse y verse enterrada viva, por error del doctor que la había declarado muerta. Con el propósito de comunicarse con su amada, Don Alejo se adentró en el espiritismo.

No podría asegurar si logró hacerlo, al menos esta narración es la que me ha sido contada por mi familia.
Pues bien, los niños ya mencionados
sufrieron en carne propia los embates de la Revolución.

Doña Margarita y Don Mariano tenían una tienda de abarrotes, y constantemente eran asaltados por los revolucionarios. Su casa tenia algunos cuartos con dobles paredes perfectamente disimuladas, donde se escondían para no ser descubiertos y sacrificados.

Cuentan que alguna vez Margarita no tuvo tiempo para esconder a su hijo Gustavo, y que lo escondió entre unos bultos de maíz, exponiendo de este modo la vida de uno de sus queridos hijos. En otra ocasión Mariano, quien atravesaba la plaza, divisó la polvareda que levantaban los jinetes revolucionarios, y al darse cuenta que no podría esconderse opto por aventar su saco, camisa y chaleco, revolcándose y alborotándose el pelo; torció los brazos y manos, y babeando, comenzó a caminar con torpes pasos. Los revolucionarios recorrían las calles de Matamoros en sus caballos, gritando y tirando balazos con sus rifies, haciendo que los vecinos de este lugar dejaran las calles solitarias. Al ver al que creyeron era un indigente se rieron de él y lo pasaron de lado.

En tiempos más tranquilos Don Mariano y
sus amigos se reunían y degustaban, platicando en las noches serenas, escuchando un quinteto de cuerdas y comentando los nuevos inventos, como el cine mudo musicalizado por interpretaciones de algún pianista. Reproducían discos en fonógrafo, comentaban sus viajes en tren, recientemente inaugurado por Don Porfirio Diaz, o charlaban sobre la extrema pobreza contrastante con la lujosa vida de los políticos encumbrados, causa del levantamiento revolucionario.

Por las noches se veían  las linternas en las
calles con sus llamitas fantasmales, pues los transeúntes así iluminaban su camino cuando no había luna, mientras los caballos y burros dormitaban amarrados a troncos instalados para tal propósito fuera de los mesones.

En una reunión, cierta noche de intenso frio,
que consistía en que el algunos ocurrentes hicieron una apuesta, que consistía en que el elegido en una rifa fuera a media noche al panteón a recoger una prenda dejada previamente. Así lo hicieron, el poblado era pequeño, el panteón prácticamente estaba retirado del centro. Uno de los retadores fue e desafortunado a cargo de traer la prenda llegando después de cierto tiempo muy asustado , pues una rama, se le habían atorado en en el cuello de la camisa, y el desdichado había imaginado que era el anima de un muerto que lo detenía. Corrió y dando tremendas zancadas llego  con sus amigos, logrando su aplauso y felicitación, brindando con un tarro de cerveza por su macabra proeza.

Don Mariano era duro como los padres de familia de aquella época. Platicaban mis viejos familiares, que un día sorprendió a su hijo Gustavo en la calle, cuando se suponía que debía estar en la escuela. Al preguntarle cómo había hecho para salirse, el niño le contestó que por una de las ventanas del salón. Don Mariano se armó con una pequeña vara de pinabete, y lo castigó con ella en las piernas, haciéndolo volver al salón de clases por donde salió, pidiendo disculpas a la profesora por la falta de su hijo.

Sin embargo, mi tío Gustavo Herrera,
quiso mucho a su papá, y agradecía su dureza, porque de este modo lo formó como una persona responsable y respetable. Don Gustavo hizo estudios en Universidades de Monterrey, viviendo con sus tías, donde adquirió una buena educación y enriqueció su cultura.

Al regresar de su viaje, fueron sus padres y su hermana Josefa Isabel a recibirlo a la estación del tren. Comentaba mi madre que Don Mariano se puso triste, porque no veía a su hijo amado, expresando: "Yo creo que no vino, ¡Sólo veo a ese joven de pantalones cortos, chamorrudo y cachetón!", y es que con el paso del tiempo el viajero no se parecia al jovencito delgadito que había sido despedido años atrás en la misma estación ferroviaria. Tiempo después, mi tío Gustavo junto con su madre, inició el negocio de ferretería, la "Casa GUMA", nombre formado por las dos primeras letras de Gustavo y Margarita.

Estas narraciones son verídicas, contadas  por mis familiares que ya murieron, pero que siguen viviendo en en mis recuerdos y mi corazón.

Siento un compromiso con ustedes
lectores de escribir estas cosas que considero importantes del ayer, por que el buen ejemplo de nuestros ancestros marca nuestros conocimientos y nuestra personalidad.

Matamoros, Coahuila. Marzo 29 del 2009
Escrito por Oliverio Rodriguez Herrera

En tiempos de Don PorfirioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora