Zarj

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-Socorro, socorro, ayúdame, por favor ayúdame-despertó gritando Zarj a la vez que una tos, áspera y violenta, la invadía. Su cuerpo volvió a chocar con la gélida pared de la estancia, la sensación del frío hizo que todo su cuerpo se erizase y empezase a temblar. Los grilletes que apresaban sus manos por encima de su cabeza chocaron entre si mientras los temblores de su cuerpo proseguían. Las cadenas que unían los grilletes subían por la negra pared para esconderse por un pequeño orifico y desaparecer. Esto hacia que la cautiva estuviese medio colgada, las cadenas tenían un límite y el movimiento de estas hacia que los grilletes apretasen más la carne. Las heridas de las muñecas de Zarj eran una horrenda visón, intentaba no mirar por encima para no fijarse en ellas. La ultima vez que lo hizo le dieron ganas de vomitar, pero no pudo ya que su estómago estaba vació. Las raciones de aquel lugar eran escasas y poco llamativas. Muchas veces pensó que la comida que le daban era el vómito de algún guardia al que le había sentado mal la verdadera comida. Igualmente, se comía el plato y lo relamía hasta dejarlo reluciente. Agradecía poder comer, era lo que más echaba de menos de su vida pasada, comer sin tener hambre. Y lo que más echaba de menos eran las frutas, abundantes en los huertos de su hogar, el sabor dulce y jugoso de las peras, la acidez de un kiwi y el tacto sedoso de la piel de un melocotón. Quería volver a su hogar, pero sabia que eso era imposible, después de lo que sucedió aquella noche no, no podía volver.

Mientras fantaseaba con volver a poder degustar el sabor de las frutas los primeros rayos del sol se colaron por unas pequeñas rendijas, tan pequeñas que ni una rata escuálida podría colarse por ellas, ni el más habilidoso de los gatos, colocadas en la parte opuesta de la encadenada. Los cálidos pero escasos rayos acariciaron con dulzura el rostro de Zarj, se pasearon por su pelo, bajaron a sus mejillas y recorrieron el resto de su cuerpo con meticulosos cuidado. Zarj disfrutó el momento como cada mañana, lo guardó en su mente como un tesoro, era lo único que tenía, lo único que le quedaba. Sabía lo que se le venía encima dentro de unos minutos, necesitaba la fuerza de esos rayos de sol para afrontarlo, necesitaba sentirse ayudada, aunque nadie lo hiciese en realidad. Ellos vendrían, y ella tenía que demostrarles su fuerza, su resistencia, o por lo menos intentarlo. Estaba cansada y no sabía cuánto tiempo podría aguantar así.

Sus oídos captaron un ruido que provenía del exterior de su estancia, al principio tenue que se fue acentuando con medida que pasaban los segundos. Eran pisadas, pisadas de botas metálicas, fuertes y robustas, y se estaban aproximando. Zarj dedujo que el guardia traía compañía, porque al ruido de las botas iba acompañado el melódico parloteo de otro acompañante. La voz del segundo hombre era menos grave que la del guardia, voz a la cual ya estaba acostumbrada. De pronto las pisadas cesaron y el silencio se apoderó del tiempo, para ser rápidamente derrotado por el golpe seco que la puerta emitió al abrirse y chocar con la pared. La fuerza con la que se abrió hizo que esta una vez que chocó con la pared volviese hacia su posición original, pero la mano enguantada de uno de los hombres la paro antes de llegar a su origen. Los dos hombres entraron en la estancia.

El guardia, al cual ya conocía de varios días, venía vestido como siempre; una armadura de acero negro, como el carbón, la coraza le daba un aire de grandeza. Zarj le tenía asco y repugnancia, con solo mirarlo le entraban ganas de morder el cuello y desgárraselo. En el pueblo de Zarj que aquellos que bajaban de las montañas con la armadura negra eran bestias salidas del corazón, ardiente y oscuro, de la montaña. Ver un armadura negra significaba la muerte y la destrucción de todo lo que se pusiese en su camino. De pequeña Zarj había escuchado historias de estas bestias, y como habían arrasado pueblos y oasis enteros. A los hombres los pasaban por la espada y esclavizaban a los niños y a las mujeres.

El otro hombre, mucho mas pequeño en comparación al guardia, iba vestido con una armadura de cuero y una espada pegada al cinto. No era un guardia y tampoco un soldado raso. Esas armaduras eran muy frágiles, Zarj dedujo que se trataría de un señor o noble, alguien que tenia poder o lo ejercía en nombre de otro.

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⏰ Última actualización: Jan 20 ⏰

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