El chico de cabello dorado había acabado por acostumbrarse a aquellos extraños sueños.
Eran fantasías recurrentes, que le asaltaban mientras dormía y, en algunos casos, también despierto. Habían empezado cuando tenía poco más de ocho años y se habían convertido en una especie de rutina. Aunque al principio le asustaban, ahora, con casi dieciséis años, eran lo único por lo que Chris vivía. Lo cierto era que, todas las noches, sin excepción, se trasladaba a el reino de Eira, estuviera donde estuviese, y hablaba con su reina. Alexandra le había parecido terrorífica cuando era pequeño, pero, con el tiempo, se había convertido en su amiga, o algo parecido a ello. Los días buenos, Chris casi podía fingir que no quería que llegase la noche, que no esperaba pacientemente el momento de dormir y soñar. Los días malos, en cambio, era mucho más difícil actuar como si no se muriese por volver a Eira, donde Lex le esperaba para escuchar sus historias.
Y, noche tras noche, cerraba los ojos y soñaba con Eira.
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La reina Alexandra había dejado de mentirse a sí misma.
Le dolía utilizar a Chris como lo hacía. Claro que le dolía. Pero Eira era lo primero. Siempre tenía que serlo. Y el reino de Eira dependía de ella para sobrevivir. Dependía de los sueños de ese chico...
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Eira era un reino relativamente joven; hacía solo unos quinientos años que existía vida humana en él, a pesar de que el mundo llevaba vivo millones y millones de años. Durante mucho tiempo, en Eira solo habían habitado las deidades primigenias del cielo y la tierra. Después, nacieron las estrellas, la tormenta, el aire y el agua. Y cuenta la leyenda que las estrellas y la tormenta se enamoraron, y que, cuando se reencontraron tras décadas de separación –conocidas como la noche oscura, debido a que las estrellas dejaron de brillar–, ambas lloraron y, de sus lágrimas, surgieron los humanos. Sin embargo, el llanto de las diosas creó también una enorme masa de agua en el centro de Eira: el Lago Estrella. Este lago es la fuente de poder del reino, y a él están vinculadas las vidas de todos los eiraitas. Y, para no secarse y morir, el lago, el reino, necesitaba dos cosas: la luz de las estrellas y la sangre del monarca de Eira. Lo primero era fácil de conseguir; en Eira siempre brillaban las estrellas más fuerte que en cualquier otro lugar.
Lo segundo, en cambio... "la sangre del monarca" no se refería tan solo a su sangre, sino a su poder. El poder que Oxhara, la diosa de la tormenta, les había otorgado cuando fueron creados. El poder que les permitía gobernar. Y ese poder estaba ligado tanto a su sangre como a su corona. La famosa Corona de Sueños y Estrellas, que se alimentaba de los sueños de los eiraitas. Sin embargo, hacía años que no funcionaba como debería. Eira había prosperado, y con el reino había aumentado también la necesidad del Lago Estrella de consumir sangre, poder y sueños. Los sueños de los eiraitas habían dejado de ser suficiente para alimentar a la corona. Necesitaba algo mucho más fuerte.
Necesitaba sueños de otros mundos.
Así que Alexandra había pasado meses buscando a ese alguien, alguien cuyos sueños fuesen tan poderosos que pudieran devolver Eira a la vida. Alguien joven, con vida por delante, alguien que todavía creyese en la magia, alguien a quien pudiera robarle, uno por uno, todos los sueños de su humanidad. Alguien que no sospechase cuando Lex invadiera sus sueños y se los quitase. Y, durante mucho tiempo, creyó que era imposible, que nunca encontraría lo que estaba buscando. Pero lo encontró. Encontró a un muchacho, un niño de ocho años, un soñador. Un extranjero de cabello dorado, Christian, se llamaba, que tenía todavía muchísimas fantasías por entregar.
Y Alexandra pensaba tomarlas todas.
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Chris se metió en la cama y se acurrucó entre las sábanas e, impacientemente, intentó conciliar el sueño. Cerró los ojos con fuerza y respiró profundamente. Últimamente, sin importar cuánto lo intentase, le costaba mucho quedarse dormido. Había comenzado a sentirse... raro, sin fuerzas, sin ganas de hacer nada. Era como si todo lo que había querido hacer, todas sus ambiciones y todos sus objetivos, se hubiesen desvanecido en el aire. Lo único en lo que podía pensar era en viajar a Eira, en hablar con Alexandra. Y sentía que cada vez lo deseaba con más ganas, a medida que el resto de sus sueños se iban alejando de él. Quería preguntarse por qué.
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La Corona de Sueños y Estrellas
FantasyEsta es la segunda historia de la colección "Leyendas de Eira". La primera, El amor de las estrellas y la tormenta, está disponible en mi perfil. ¿Qué harías para salvar tu reino? ¿Cuántos sueños estarías dispuesto a sacrificar por un mundo que no e...