En los primeros días, imploramos auxilio a las demás razas, nuestras súplicas resonaron en el frío silencio, solo interrumpido por el eco de nuestras esperanzas rotas. En ese vacío, donde la desilusión comenzó a carcomer nos, hallamos la fortaleza para erguirnos sin depender de nadie.
En un momento crítico, nos instaron a detener nuestro progreso, a silenciar la pulsación de nuestra innovación para no amenazar su preeminencia. Accedimos con la esperanza de mantener la armonía, pero en lugar de gratitud, cosechamos desprecio. Gracias a esto, comprendimos que nunca nos verían como compañeros o amigos, sino más bien como amenazas.
Ante el peligro compartido, la humanidad, ya cansada de la indiferencia, sacrificó su esencia, ofreciendo sudor y sangre como tributo para proteger a todas las razas. Sin embargo, este sacrificio fue ignorado, como si nuestra entrega fuera equiparable a la de bestias. La indiferencia dejó cicatrices más profundas que las heridas físicas, enseñándonos la cruel realidad de que los esfuerzos más nobles son a veces pisoteados por la ingratitud.
Cuando la adversidad golpeó a otras razas, abrimos nuestras puertas con compasión. Pero en lugar de gratitud, fuimos saqueados y manipulados. La lección resonó claramente: incluso en actos de generosidad, debemos proteger nuestros límites, o nos convertiremos en víctimas de la avaricia y la malevolencia.
En el apogeo de estas experiencias, nos declararon la guerra. Envidiosos de nuestro conocimiento, desataron una tormenta que no podían controlar. En la brutalidad del conflicto, revelaron su crueldad y arrogancia.
De estas vivencias, brota un agradecimiento sutil y resignado que se desliza de nuestros labios, una expresión de gratitud mezclada con indiferencia. Es un suspiro gélido que abraza la cruda realidad de que la esperanza en los demás ha desaparecido. En nuestro silencio, cargamos con la decepción con la calma de quienes ya no esperan ni desean nada más.
Hoy nos ruegan por piedad, pero en ese ruego, solo encuentran un eco de silencio, acompasado por el cortar de nuestras hachas.