Capítulo uno.

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La intensidad de las luces blancas, el mortecino azul de las paredes y la discordancia del sonido de las máquinas

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La intensidad de las luces blancas, el mortecino azul de las paredes y la discordancia del sonido de las máquinas. Insignificantes elementos que por separado serían emperceptibles, pero juntos alternaban los nervios de Sophie, que frotaba sus manos, una junto a la otra creando espuma entre sus dedos. El jabón se perdió en el desagüe, bajo un chorro de agua fría que contrastaba con el calor que emitía su propio cuerpo.

Un joven golpeó delicadamente el cristal que los separaba con el nudillo de su índice. Ya estaban listos para la intervención. La mujer cerró el grifo, sin separar
sus oscuros, pero cálidos ojos de la mesa metálica que había en la sala contigua. Suspiró, y con una mascarilla adornada con ilustraciones de flores le cubrió la boca y la nariz. Una chica a su izquierda fue rápida en ponerle unos apretados guantes quirúrgicos en las manos y, sin retrasarlo más, empujó con su espalda la puerta.

Un Pomerania había sido víctima de un accidente de coche, el pequeño cuerpo del animal apenas conseguía ocupar un cuarto de la mesa. Sophie comprobó una última vez las constantes, estaba sedado, el latir era débil y las probabilidades de supervivencia eran mínimas.

— No te rindas y yo tampoco lo haré. —susurró fijando sus ojos en el animal, justo antes de hacer la primera incisión.

Un minuto en la mente de Shopie eran en realidad horas en aquel quirófano, un lugar donde siempre había una vida que dependía de ella, de cada una de sus acciones y movimientos. Un reloj colgaba en la pared, y las manecillas avanzaban a una velocidad vertiginosa. No podía tener al perro en aquel estado por mucho más tiempo, pero aún no había acabado con sus múltiples hemorragias ni con las fracturas de sus costillas. Cualquier ser humano racional que hubiera puesto los ojos sobre aquel diminuto Pomerania de color canela, daría aquella batalla por pérdida. Sin embargo Sophie era obstinada, tanto que llegaba a ser irritante para cualquiera que se atreviera a discutir con ella.

Dos horas más y una esporádica hemorragia fue la que puso fin a todo. El monitor de las constantes hizo aquel horrible, sin embargo ya conocido, timbre agudo. Ya no habían latidos.

Sophie soltó el bisturí con fuerza. Una, dos, y hasta tres veces intentó reanimarlo, sin embargo ya nada podía hacer.

Su pequeño cuerpo no soportó la sacudida del coche, conducido por un inconsciente hombre que erró al cruzar un semáforo.

— Hora de la muerte. —tragó en grueso, alzando sus vidriosos ojos hasta el reloj de la pared. Ahora las manecillas parecían escurrirse con lentitud— 21:47.

No era la primera vez que Sophie abandonaba el quirófano con el sabor amargo de la impotencia y rabia invadiendo su paladar. No sería la primera vez, ni la última, que derramaría una lágrima por un animal fallecido bajo sus manos.

𝐓he 𝐋ast 𝐓rain - 𝐏ayton 𝐌oormeierDonde viven las historias. Descúbrelo ahora