De rodillas, tendido en la tierra húmeda, desolado, agotado, cansado y sin fuerzas, Nefer se encontraba en una depresión absoluta. Su único plan era quedarse tendido en ese páramo solitario y oscuro a esperar su final.
A todo el mundo le llega, no importa el tipo de ser ni su longevidad. Así como todo tiene un principio, a él todo también le llega su final.
Y así, Nefer desistió de respirar, de pensar, de sentir, de vivir y así concluyó que él debería dejar de existir.
Un ser de su calibre podría morir por voluntad propia. Conoce los enlaces de la vida y la conciencia, la tangibilidad del alma y la esencia del ser. Solo debía dar el paso, asomarse al vacío y verlo. Para luego, finalmente, lanzarse. Solo un pequeño paso, luego el destino y la causalidad continuarían con su trabajo.
Nefer respiró hondo en lo profundo de su mente y, cuando se decidió a dar el paso, sintió algo diferente. No era un cambio de su voluntad o del mundo intangible, sino algo más simple: calor, un destello a sus ojos.
Cuando se dispuso a abrir sus ojos, observó sus prendas destrozadas, ensangrentadas. Ya no sabía si eran de sus compañeros o de sus enemigos, o si era suya. Estaba pálido y casi sin vida. Había comenzado su proceso, pero algo lo seguía molestando.
Buscando el destello que lo irritaba, con la mirada siguió por su brazo y rápidamente bajó hacia su mano. No comprendía por qué su mano brillaba. Era solo suciedad, barro húmedo y costras de mugre y sangre que no lo dejaban ni ver su propia piel. Algo tan mundano como eso, ¿cómo podría brillar?
Hasta que intentó sentir lo que tenía en su mano y hubo un estallido en su mente: el olor del café por la mañana, una brisa cálida sobre su piel y una caricia en su mano, acompañada de una sonrisa tan dulce e inocente, una por la que hubiese dado todo. Entonces recordó que en esa mano tenía su anillo, el anillo que ella le regaló. El anillo que Silv le regaló para conmemorar su décimo año de compromiso.
Y entonces recordó lo que era el calor, lo que era la felicidad, la tranquilidad, la paz y, con esos pensamientos en mente, se dio cuenta del frío, la humedad, el lugar en el que estaba, la angustia, el dolor, la ira y el odio. Inundó su mente con emociones arrolladoras. Desesperado, se aferró a lo único que le traía lo más cercano a la paz.
Su anillo, teniéndolo en su mano pegado a sus labios, toscamente y con torpeza lo iba limpiando, dejando a la vista el color dorado del anillo y donde se podía apreciar la frase "Juntos en vida, como en la muerte". Leyó esto y una emoción de angustia arrolladora lo tumbó e hizo que se encoja aún más, con el anillo en la frente.
Nefer suplicaba: -Lo lamento tanto, Silv. Fallé a mi promesa, a los chicos, al pueblo, a todos- con una mueca de dolor duramente marcada. -Incluso te fallé a ti- Nefer se retorcía en el suelo, con el consuelo de que todo lo malo que pasara sería por su culpa, su incapacidad, sus errores y su idiotez. Por haber contagiado a todos con sus tontas esperanzas.
Acurrucado en el suelo, temblando y atormentado por sus errores, recordó cómo Silv se le acercaba cuando fallaba y le recordaba: -Oh, no te preocupes, Nefer. Tropezón no es caída- con un abrazo y una sonrisa le dijo: -Si no puedes con algo complejo, solo debes simplificarlo, al punto de que te creas capaz y puedas lograrlo- Nefer, dubitativo, le preguntó: -¿Cómo puedes estar tan segura?- A lo que Silv, de forma simple, le respondió: -Porque yo creo en ti- con una sonrisa dulce pero con un amor radiante.
Nefer no sabía por qué ese recuerdo le inundaba la mente. Pero sabía lo que tenía que hacer. De forma alertada, comenzó a levantarse y, una vez de pie, pudo sentir el calor del sol en su piel.
Una sensación de claridad que pocas veces había experimentado.
-Ay, Silv. Incluso desde el otro plano siempre me ayudas. ¿Qué sería yo sin ti?- dijo Nefer en voz baja. Mirando sus manos, comprendió lo único que alguien como él podría hacer. -Sé que no es la mejor opción y, así como opciones, habrá apóstoles- con la mano izquierda comenzó a sacarse el anillo que Silv le obsequió. -Pero es la única forma que se le puede ocurrir a alguien tan tonto como yo- el anillo lo pasó de su mano izquierda a la derecha y lo sostuvo con firmeza, mientras que con la izquierda tocó su pecho, palpó y sintió. Con una caricia delicada, pudo retirarlo. Consiguió sacar una llama blanca. -Sin recurrir a los Scedrick, o a los Seres primordiales, algo que solo yo pueda conseguir- apretó ambas manos. La izquierda, con gentileza, la llama se reducía a una pequeña esfera blanca y la derecha, con firmeza, produciendo un calor que derritió el anillo y, con la presión, lo convirtió en una esfera dorada. -Incluso aunque yo solo sea un fragmento- estiró ambos brazos y, formando una forma de poder, dijo para sí mismo en su mente:
«Yo, Nerferati, sí juro»
Automáticamente, toda la zona se vio despojada de la vida, el oxígeno, las fuerzas naturales e intangibles colapsaron sobre sí mismas y, justo donde estaba Nefer, se podía ver una estela de oscuridad.
El suelo tembló y el aire vibró. Las aves huían en bandada, los animales desesperados huían en todas direcciones, intentando escapar de la catástrofe que se avecinaba.
Cuando Nefer abrió ambas manos y sostuvo, en su izquierda se formó un arco blanco plateado opaco translúcido y, en su derecha, una flecha dorada. Se puso en posición y, con determinación, tensó el arco.
-Veremos qué catástrofe puede crear un fragmento de Ruina- Cuando disparó su flecha, el suelo crujió. Las placas tectónicas provocarían terremotos y maremotos de magnitudes titánicas por todo el mundo. La flecha disparada distorsionó el espacio a su alrededor. A metros de su disparo, deformó la membrana del sonido y, rompiéndola, generó una explosión ensordecedora que se escucharía en todo el mundo, explotando los cerebros y globos oculares de todos los seres vivos en un rango de 30 km a la redonda y dejando completamente sordos a los restantes en los próximos 50 km a partir de ahí y causando incontables problemas, dolores de cabeza, náuseas a todo el resto del mundo.
La flecha surcó el cielo. Nefer desconocía si la flecha impactaría y, aunque no lo hiciera, el caos que generaría consumir su existencia por ese disparo. Les compraría tiempo a todos o, tal vez, solo los pondría en una posición mucho peor. Pero nada de eso importaba ya, porque estaba a punto de desaparecer. «Cómo me gustaría un café negro» y, con ese último pensamiento, Nerferati desapareció de la existencia para siempre.
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conciencia y dorado
Short StorySe narran los últimos momentos de Nerferati, un fragmento de Ruina Si quieren el pasado me dicen ah