La Bailarina y El Sastre de Algodón

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El amor... esa hermosa y compleja sinfonía de emociones, despierta mariposas en el estómago al contemplar a la persona amada. Sin embargo, su belleza a menudo se entrelaza con la ceguera, que nos sumerge en un mundo donde la confianza florece. Pero como un espejismo que se desvanece a medida que nos acercamos, la confianza imprudente puede llevarnos a terrenos inciertos. En esta narración, conocemos a Richard, quien fue un dulce sastre de un pequeño pueblo alejado de la ciudad, cuya historia es un testimonio de los matices del amor y la fragilidad de la confianza.

Todo fluía con tranquilidad en la sala de costura, donde un sosiego relajante se apoderaba del espacio mientras las telas eran cosidas. No obstante, el cansancio se reflejaba en los ojos color miel de Richard, un dulce sastre de cabello castaño, quien finalmente había concluido la confección de un hermoso vestido para una linda muñeca. La placidez del momento se vio abruptamente interrumpida por un golpeteo impaciente en la puerta.

-¡Tumbarás mi puerta, Arthur! - exclamó Richard, levantándose para abrir la puerta. La entrada triunfal correspondía a Arthur, un amigo cercano del sastre, con sus característicos lentes, cabello negro y un bolso en mano. La confianza y familiaridad se manifestaban en cada uno de sus gestos.
- Jajaja, ¡Hola Richard ¿Cómo sabías que era yo?-
preguntó Arthur, ingresando con seguridad.

- Eres el único que toca así mi puerta. ¿Qué se te ofrece? -
respondió Richard con una sonrisa amigable.

Arthur compartió su estrés, explicando que la organización del Festival Otoñal, donde se coronaba a una de las Bailarinas como Reina, estaba generando presión tanto para él como para su padre, el alcalde. Aunque los vestidos ya habían llegado de la Ciudad, presentó un inconveniente: sacó de su bolso un elegante terno con una gran parte de su tela rota. Arthur explicó que su terno se había roto y que él no sabía cómo arreglarlo, por eso recurría a la ayuda del sastre. Richard, sin vacilar, aceptó la tarea de coserlo. Entre risas y conversaciones, la amistad entre ambos se fortalecía.

La serenidad se vio abruptamente interrumpida cuando, desde la ventana, se veía a los pueblerinos llevando baldes de agua, corriendo en una carrera contra el fuego que consumía uno de los cuartos de la casa del alcalde. Richard y Arthur, de inmediato, se unieron a la lucha para sofocar las llamas. Tras el arduo esfuerzo, lograron apagar el incendio. El alcalde abrazó a su hijo, explicando que una bailarina se lesionó al intentar huir. La confusión creció al revelar una carta que supuestamente Arthur había enviado, invitando a la joven al cuarto de los vestidos, donde había empezado el fuego. Sin embargo, Richard, al verla, agregó que era una letra bastante elegante para ser escrita por Arthur.

Horas después, con el terno ya cosido, Richard reflexionó sobre el estrés que su amigo estaba experimentando. Había perdido vestidos y a una bailarina, complicando la organización del festival. Ante esto, el sastre decidió aliviar la carga de Arthur. Sacó su cuaderno de dibujo y se dispuso a diseñar nuevos vestidos desde cero. A la mañana siguiente, al ver el evidente estrés en los ojos de Arthur, Richard le ofreció crear los vestidos nuevos para facilitarle las cosas. La amistad entre ambos se solidificaba, y los ojos de Arthur reflejaban gratitud y alivio, con el trato ya hecho, ambos amigos se pusieron manos a la obra.

Como todo buen sastre, Richard debía medir a cada una de las bailarinas para poder hacer los vestidos a la talla. Fue entonces cuando Arthur les avisó a todas que fueran a la pequeña sastrería de Richard. Algunas se quedaban admirando los lindos vestidos y trajes que Richard creaba para algunos muñecos. Cuando tocaron la puerta, Arthur fue a abrir, y era la nueva bailarina, Kelly, una chica con ojos azules y cabello negro que reemplazaría a la muchacha que se lesionó durante el incendio.

-Lo siento mucho por llegar tarde, joven Arthur. Se me complicó llegar aquí-
se disculpó Kelly por la tardanza y trató de entablar una conversación con Arthur, pero este solo le pidió que pasara y siguió ignorándola o, más bien, siendo distante. La relación de Arthur con las bailarinas era simplemente laboral.

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