Capítulo uno: el odio a despertar

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Si dormir es tan bueno, ¿cómo será morir?

Ava siempre se lo cuestionó.

Viviendo en una casa que no podía llamar hogar dado el hecho de que vivía en un pobre orfanato de un pueblito apenas ubicado en el mapa, Ava se sentía aislada y despreciada por no ser normal. Después de todo, las personas normales carecían de la incapacidad del habla fluida y tenían dos manos, caso contrario para Ava, que se cortaba demasiado al hablar y, desde su nacimiento, estaba incompleta, pues le faltaba su brazo derecho, donde solo se encontraría un feo muñón. Esto último, decían las malas lenguas, era la razón por que su madre biológica la había desechado. Decidió abandonarla en la basura, el lugar donde fue encontrada por la policía y el punto de inicio para su llegada al orfanato.

Ava no culpaba a su madre por eso. Entendía que esperaba mucho y la obtuvo a ella, que en pocas palabras significaba una decepción.

La luz del sol penetró por las ventanas destartaladas del orfanato. Skies, como este se llamaba, contaba con tres pisos amplios y demasiada vejez. Las paredes absorbían humedad por múltiples agujeros y el mojo crecía con rapidez incluso si luchaban por erradicarlo.

Ava, que solía dormir mucho o al menos lo intentaba, se halló despertando temprano por una razón. Ese día era su cumpleaños; cumplía dieciocho años de edad. Y pese a que se suponía que era un día especial, no quería despertar. Ni aunque lo había hecho minutos antes se atrevió a levantarse de la cama.

Odiaba tanto despertar. Despertar significaba afrontar a un mundo que se movía con rapidez y se burlaba de ella por ser diferente y no lograr grandes cosas como los demás.

Por eso prefería dormir. Mientras dormía sus ojos estaban cerrados a las visibles burlas; mientras dormía no podía escuchar los apodos despectivos; mientras dormía... era feliz.

Solo cuando despertaba todo era vil, y aunque hubo una ocasión, mucho tiempo atrás, en la que trató de señalar ese punto a una de las cuidadoras del orfanato, la mujer se rio, señalando que dormir demasiado era una cosa absurda que convertiría a las personas en inútiles.

Solo los inútiles preferían soñar.

—En la vida real no es suficiente idear cosas en tu cabeza —le dijo la cuidadora—. Necesitas moverte y dejar de soñar. Sueñas demasiado y no accionas nada, Ava, no puedes pasar la vida así. Soñar es bonito, pero es algo irreal. No te ayudará en nada, solo pon los pies sobre la tierra y deja de imaginar.

—Pero... —Ava trató de refutar al respecto, sin embargo, la mujer no había terminado.

—No malgastes tu cuerpo en la cama, sillón o cualquier superficie en la que puedas quedarte dormida, se marchitará. Muévete, haz algo, hay mucho que hacer. Vive incluso si no es la vida que quieres.

Ese fue su primer y último intento de ser valiente.

Ava sabía que la cuidadora tenía razón, y que su propia justificación parecía la absurda excusa de una persona perezosa e inepta, pero eso, incluso sin razonamiento lógico, era todo lo que ella tenía.

—¡Niñas, a despertar! —gritó una de las cuidadoras del orfanato, regresándola al presente. La mujer entró a la habitación, el lugar donde las jovencitas descansaban en sus respectivos camarotes.

Ava se quedó muy quieta en la cama incómoda que le perteneció por los últimos años. Escuchó a las demás jovencitas moviéndose en son a la orden de la cuidadora. Las escuchó hablar y fortalecer una amistad, pero solo entre ellas. Ava estaba sola ahí. Sabía que si se levantaba de la cama y comenzaba a hablar, se burlarían de ella por su repetitivo tartamudeo, y mientras eso sucedía, estarían mirando su muñón con asco y desprecio.

Siempre había sido así. No importaba la edad que tuviera, ser diferente era un estigma y  producía que la miraran de manera despectiva.

—Hoy una de ustedes está de cumpleaños —soltó otra cuidadora en forma de despertar la emoción entre las presentes.

—¿¡Quién!? ¿¡Quién!? —cuestionaron las jovencitas del orfanato al unisono y con entusiasmo.

—¡Ava!

Nadie habló o siquiera emitió sonido alguno después de aquella respuesta. Ava cerró los ojos y fingió seguir durmiendo en la zona inferior de su camarote. Los cuchicheos no se hicieron esperar:

—Pero fue abandonada —soltó una joven—, ¿cómo saben que es su cumpleaños?

—Al parecer su madre la abandonó el mismo día de su nacimiento —contestó alguien más en lo que aparentemente era un susurro.

—Seguro fue porque no tiene un brazo. La vio y se quedó horrorizada.

—O tal vez presintió que sería una rara que no puede hablar bien. Como: n-n-no tengo b-b-brazo.

Ellas se rieron. Ava sintió que le ardían los ojos incluso cuando mantenía los párpados abajo.

—Señoritas —reprendió la primera cuidadora. Las jovencitas guardaron silencio—. Ava, despierta.

—¿Ahora también es sorda? —continuaron los susurros malintencionados.

Ava, no soportando más la situación, fingió recién despertarse. Bostezó bien grande e incluso comenzó a estirarse como un gato, pero se detuvo. Hacerlo llevaría a que su brazo incompleto sea el foco de atención, y sabía que el recuerdo de los ojos de terceros viéndola con notoria pena o asco no era algo que pudiera trivializar, no por mucho tiempo. Los señalamientos de los demás dolían. El bostezo fue suficiente, concluyó.

—B-buen d-día. —Hablar era un problema para Ava.

—Buen día, Ava —Sonrió la cuidadora—, feliz cumpleaños.

—G-g-gracias.

—¡Jovencitas! —Resonó como una orden por parte de otra mayor.

—¡Feliz cumpleaños, Ava! —gritaron las demás jóvenes. Sonaban aburridas, aunque debió suponer que sería así dado que estaban siendo obligadas a felicitarla.

—M-m-muchas gracias.

—Ya cumpliste la edad legal, ¿cuándo piensas irte? —cuestionó una joven toda inocencia.

—Señorita... —El tono de la cuidadora dio a entender que se quedara en silencio, lo cual la jovencita decidió obedecer.

La cuidadora asintió y se giró para salir de la habitación como si nada hubiera ocurrido.

—Bajen a desayunar.

Con eso, las cuidadoras se retiraron a proseguir con su día y Ava dejó de ser el centro de atención. El cuarto se sumió, de nuevo, en un desorden de jóvenes hermosas preparándose para el día.

Ava las imitó, al menos, de forma más lenta que todas ellas. No había nadie a su alrededor distrayéndola con conversaciones, incluso su camarote, igual que todos los demás en la habitación, tenía dos camas, pero nadie lo compartía con ella.

Estaba completamente sola, y aun así trató de animarse al ver el paisaje gris que lograba verse por un agujero de la ventana.

Desearía estar en otro lado, uno con un paisaje hermoso para poder dibujarlo y, mientras tanto, cantar.... Cantar libremente sin tartamudeos. Sus ojos quemaron, y se llenaron de humedad.

Desearía... no sentirme sola.




(⁠ ⁠ꈍ⁠ᴗ⁠ꈍ⁠)


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Lu⭐

El Otro Lado ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora