⌗ 𝐭𝐞 𝐦𝐢𝐫𝐨 𝐲 𝐭𝐢𝐞𝐦𝐛𝐥𝐨.

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El 16 de marzo de 1995, exactamente a las 17:25 minutos y 5 segundos, la vida de Nieves Aguirre Castro cambió para siempre. Mientras corría para coger el metro, chocó con alguien, perdiendo el equilibrio y cayendo al metro. A Nieves le gustaba anotar las cosas que le gustaban a las personas y a su gato Rayas. El viento de primavera soplaba e ingresaba en las narices de los porteños, los pájaros cantaban con toda la fuerza que tenían en sus pequeños cuerpos y el mar golpeaba las playas de Buenos Aires con olas brillantes.

El chico le pidió distraídamente perdón y continuó su camino, sin darse cuenta de que un librito de piel negra se le había caído del bolso en el impacto.

Nieves observó atentamente a su alrededor, buscando un lugar donde sentarse mientras esperaba al próximo metro. En ese momento, se percató del librito olvidado en el suelo. Nadie le prestó atención, todos seguían con sus vidas y sus caminos. No sabía qué hacer, pero la curiosidad venció su incertidumbre y lo recogió del suelo.

La piel negra era muy suave en sus manos; quizás el propietario lo utilizaba con frecuencia. De repente, una foto, una foto que solo se puede tomar en un fotomatón, salió del librito y cayó sobre las flores azules de su vestido.

Ella la miró con curiosidad. La foto había sido arrancada y alguien la había reconstruido minuciosamente.

Nieves abrió el libro, encontrando una página vacía. Solo un nombre escrito apresuradamente: Esteban Kukurizca, año 1995.

Ella acarició ese nombre, repasando las letras con sus dedos. En ese momento, el altavoz anunció que el metro estaba llegando, y Nieves corrió hacia el andén sosteniendo el librito, su nuevo tesoro, contra su pecho.

Las corrientes de aire movían las largas trenzas negras y la tela de su vestido acariciaba sus piernas, como las olas del mar. Ella subió al vagón y se sentó cerca de la ventana, mirando la pared de ladrillos blancos.

El metro comenzó su viaje, y pronto su mirada encontró el mar verde de Argentina. Las palmas se extendían hasta el cielo, bailando con la brisa marina. 

Nieves abrió otra vez el libro, girando las páginas con cuidado. 

Durante unos segundos, se sintió la guardiana del secreto más increíble del mundo.

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Nieves volvió a su casa en el barrio Retiro, subiendo lentamente las estrechas escaleras del palacio destartalado donde había vivido por casi 3 años. Dado que las paredes, carentes de yeso, eran muy finas, se podía oír todo lo que sucedía en los otros apartamentos.

En el primer piso, la señora Benítez estaba gritándole a su hija Consuelo que empezara a estudiar para el día siguiente. En el segundo piso, se encontró con un hombre cuya cara estaba manchada de lápiz labial rojo.

𝐥𝐚 𝐜𝐢𝐮𝐝𝐚𝐝 𝐝𝐞 𝐥𝐚 𝐟𝐮𝐫𝐢𝐚 | esteban kukurizcaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora