CAPÍTULO ÚNICO

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Todo empieza como un juego, uno en el que Zoro nunca dice su nombre en voz alta.

Sanji no puede evitar pensar que, dejando a un lado su evidente rivalidad y antipatía mutua, Zoro es un enigma invariable envuelto en un misterio que no es capaz de resolver salvo con sus toques y efusivas caricias antes de caer inerte en la penumbra de la noche.

Zoro es una presencia indeleble, capaz de hacerle brillar en un mundo donde la oscuridad y la melancolía rodean su cuello como una soga a punto de ahorcarle. Es una luz que abraza la atrocidad de las sombras que estrechan su dolorido corazón.

Pero si Zoro es un ente grácil que recorre los caminos empedrados de su alma, Sanji es un simple espectador solitario cuyo único propósito es apreciar un montaje teatral de emociones enmascaradas que no desea mostrar.

Cada encuentro secreto y cada roce casual es un fuego que aviva las llamas de su pasión oculta, alimentando la chispa de una complicidad que se niega a ser nombrada. Sus conversaciones con Zoro se reducen a sutiles danzas de movimientos de cadera, donde el silencio habla más alto que las frases inaudibles pronunciadas en débiles gemidos, revelando deseos que Sanji no se atreve a expresar abiertamente.

Y sin embargo, Zoro no se molesta en pronunciar su nombre mientras follan.

La primera vez que se dejaron caer en los brazos del otro, Zoro estaba en un estado de vulnerabilidad total. Acababa de tener una pesadilla.

Las palabras Kuina, no me dejes resonaban en sus labios marchitos y ensangrentados por la coacción de sus dientes. Su ceño fruncido revelaba su frustración y los gritos silenciosos que soltaba eran prueba suficiente para que Sanji supiera que Zoro no estaba teniendo un sueño tranquilo, como era habitual en él.

En aquel momento, Sanji tenía muy presentes los sentimientos de pérdida y abandono, pero nunca llegó a profundizar lo suficiente en ninguno de ellos como para comprenderlos del todo. Para él, el duelo estaba olvidado en su corazón de plomo. Para Zoro, no obstante, el duelo significaba una cosa —un nombre, en este caso.

Kuina, su mejor amiga de la infancia.

Para entonces, seguían navegando en el Going Merry. Sanji montaba guardia en el puente de mando del barco mientras Zoro se había quedado dormido en cubierta tras una satisfactoria cena acompañada de incontables jarras de alcohol.

Al principio, Sanji intentó ignorar sus alaridos, pero le fue imposible hacerlo durante mucho más tiempo. Vacilante, bajó de la cofa y se acercó a la forma tensa y somnolienta de Zoro. No lo pensó más y se arrastró hacia él con una exhalación profunda. Una vez encima de Zoro, Sanji le sacudió enérgicamente los hombros e incluso le instó con su propia voz a que se despertara.

Cuando por fin consiguió que Zoro abriera los ojos, su mirada se había desvanecido. Un manto oscuro le cubría los iris y su aliento chocaba contra la cara de Sanji.

Sanji no deseaba ahondar en su pesadilla, así que se dio la vuelta, pero Zoro le agarró de la muñeca y le obligó a mirarle de nuevo.

Por favor, no te vayas.

Los ojos de Zoro habían sido claros. Sanji no necesitaba palabras para entender lo que quería decir con aquella mirada empapada de flaqueza.

Ya que, en lugar de palabras, Zoro había acallado sus dudas con sus labios sobre los de él. Se despojó de la ropa de ambos bajo el consuelo de la luna y la mirada curiosa de las estrellas. Zoro se aferró a su cuerpo desnudo y se enterró en Sanji hasta que la silueta que le perseguía se desvaneció en el viento marino que azotaba el barco.

Durante aquella noche sombría, el cuerpo de Sanji había sido el adhesivo que mantenía unidos sus pedazos rotos en un muro agrietado y disfuncional. Y hasta el día de hoy, Sanji es incapaz de no pensar en ello.

Unspoken Words/Unseen Hearts (ZoSan)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora