Parte única.

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—Otro éxito más —el pelinegro exclamo con alegría mientras continuaban con su patrullaje habitual. Habían decidido que un alumno se encargara del papeleo—. Joder, Gustabo, si te digo que somos unos bestias... 

Sin embargo, el rubio no estaba prestando atención a las palabras de su amigo. De pronto había sentido un mareo, una pequeña punzada en su cabeza que lo hizo sentirse en una especia de déjà vu. No era la primera vez que Isidoro, su amigo y alumno a cargo, mencionaba aquella frase, pero esta vez se sentía diferente. Como si la hubiese escuchado con anterioridad, pero no por parte de él, sino de otra persona que no lograba reconocer. 

Era tan curioso porque se sentía tan real. Tan real como si esa persona estuviese sentado allí en lugar de su amigo, incluso podía describir su voz con claridad; grave pero cálida a la vez, quizá un poco tosca. Nada comparada al acento andaluz de su compañero. 

Comportamiento el cual fue notado por Isidoro, claro, no era normal que Gustabo de pronto se quedara sin decir nada. Si bien tendía a ser serio en ciertas ocasiones, siempre le seguía la broma. Por lo que no pudo evitar ver a su amigo con preocupación. 

—¿Gustabo, ta' bien? Te has quedado callado de pronto, tío.

—Manejas tan mal que me ha dado un mareo —mintió el rubio. No quería preocupar a la única persona que parecía conocerlo—. Tira pa' comisaria ya, quiero dormir. 

—¿Tan temprano? ¿Seguro que estás bien? Puedo llevarte al hospital. 

Quizá la idea de ir al hospital no era tan mala, pues aquello que comenzó como un dolor de cabeza pasajero parecía convertirse en una migraña, pero se negó en su totalidad. Cuando duras cuatro años encerrado lo que menos quieres es volver. Así que cuando volvió a comisaria fue directo a aquella oficina que había tomado para él. 

No era un hotel cinco estrellas, pero le servía para lo justo y necesario: dormir. Y lo más importante, Conway se lo había permitido, incluso le había ofrecido acomodarle la olvidada oficina a sus necesidades, cosa a la que también se negó. No quería ser tanta molestia para su jefe.

Aunque la diferencia de esa noche a las anteriores era que no había tomado aquella pastilla recetada por su doctora. Se las había terminado unos días antes y no había tenido el tiempo de ir a recoger las nuevas, y en realidad, no lo veía necesario. Él seguía tan vivo y sereno como siempre. 

Al día siguiente que despertó el dolor en su cabeza continuaba, aunque con menos fuerza. Fue directo a tomar una ducha antes de que sus compañeros comenzaran a llegar, y mientras el agua caía por su cuerpo no pudo evitar pensar en su sueño, o sueños, en realidad eran como una secuencia de ¿sucesos? 

Nunca antes había recordado un sueño por tanto tiempo, normalmente los olvidaba a los pocos minutos de despertarse, pero esta ocasión había sido diferente. Primero se había visto a sí mismo junto con otras dos personas cuyos rostros no recordaba, pero sus voces sí. Estaban trabajando de basureros y de pronto estaban presentando una denuncia a Conway y un joven de cabellos grises.

Entonces todo se volvía borroso y de pronto estaba con su uniforme de policía junto a aquella persona desconocida, se reían y burlaban sin parar, como si se conocieran de toda la vida. Incluso sonrío rememorando aquel sueño. Luego, el escenario cambiaba a ellos dos rodeados de personas enmascaradas, vestidas de un traje curiosos que él también utilizaba, incluso portaban armas largas. El último escenario de su sueño era en una iglesia, o al menos eso parecía. 

Salió de la ducha colocándose su uniforme y tomando su armamento. 

'Hoy no iré a trabajar, tete. Tengo un dolor de estómago que te cagas, no me extrañes', Gustabo chisto al ver ese mensaje, que Isidoro no fuese a trabajar significaba que tendría que convivir con algún alumno nuevo. No le molestaba, pero no estaba con los ánimos suficientes para explicarlo a aún alumno como utilizar la tablet. 

Aunque para su suerte, James Gordon le había ofrecido patrullar juntos. No había sido tan malo como lo pensó, incluso se rio un par de veces. La convivencia con Gordon era divertida, inclusive charlaron sobre el pasado, pues resultaba que ambos llevaban bastante tiempo en la malla. A Gustabo le parecía raro no recordarlo, pues una persona como Gordon no era fácil de olvidar. 

—Gordon no habremos patrullado juntos antes, ¿verdad? —preguntó. Por algún motivo, hablar con él sobre el pasado le parecía seguro. 

—No que yo lo recuerde, en realidad yo no hablaba con muchos antes —respondió mientras mantenía la fija vista en la carretera—. Aunque eso sí, la malla en aquel entonces era rarísima, incluso había unos enmascarados, policías en cubierto. 

Enmascarados, policías en cubierto. ¡Pues sí era él y...! 

—Joder, Gordon, ¡pues era yo! —respondió con más alegría de lo que quiso. De pronto más recuerdos comenzaron a llegar a su mente, él y su mejor amigo siendo policías—. Yo era Fred. 

—Coño, Gustabo, no me jodas —exclamo con sorpresa el oficial—. Si tú eras Fred, entonces ¿Dan era Horacio?

Horacio, claro, ese era su nombre. Era él quien estaba a su lado en todos sus sueños, era él a quien Isidoro tanto le recordaba. Incluso quiso besar a Gordon por un momento por ayudarle a recordar.

—Sí, Horacio y yo trabajábamos en cubierto, ya sabes, cosas importantes. 

Incluso se sentía tan raro mencionar su nombre. ¿Dónde estaba el ahora? El resto del día patrullaron con normalidad, Gustabo incluso se sentía más feliz que de costumbre, estaba emocionado por contarle a Castro sobre su avance, le hacía ilusión que finalmente estaba dejando de ser un fantasma preso de su cuerpo. 

Tan emocionado estaba que esa misma noche llamo a Isidoro para contarle sobre Horacio, su mejor amigo, su hermano, su alma gemela. No en sentido amoroso, pero se lograba entender su concepto. Aquella noche durmió con una sonrisa en el rostro, como nunca lo había hecho antes, incluso el incómodo sofá en el que se recostaba se sentía como una nube. 

Por otra parte, Jack Conway parecia lanzar humor por su nariz. Sus manos estaban apretadas en puños firmes y su cuello tan tenso que parecía que una vena se reventaría en ese momento. 

—Un trabajo, un puto trabajo tenías —grito con rabia—. Imbécil, ¿¡cómo permitiste que eso pasara!?

Claro. Isidoro apenas colgó la llamada con Gustabo fue corriendo con el superintendente. 

—Coño, Conway, Gustabo ni siquiera sabe que lo estoy vigilando, ¡No podía solo preguntarle por las pastillas! Él ni siquiera sabe que yo sé —intento defenderse el pelinegro, pero sabía que era difícil. Había descuidado a Gustabo y ahora estaba metido en serios problemas.

—Ahora mismo te largas con Castro y le pedirás el suministro de pastilla, y no sé cómo, pero te encargarás de que Gustabin vuelva a olvidar a ese gilipollas o comenzarás a cavar tu propia tumba. 

—Si jefe. 

Se sentía mal por hacerlo, definitivamente. Le parecía cruel jugar de tal manera con la mente de alguien, con sus recuerdos y su felicidad. Ni siquiera sabia como se había unido al juego del superintendente, pero sabía que el único motivo por el que estaba con Gustabo era para mantener informado a Conway sobre cualquier cambio en él.

Gustabo García no podía recordar, bajo ningún concepto.

E Isidoro se encargaría de que aquello se mantuviera intacto. 

Memories | Gustabo GarciaWhere stories live. Discover now