Capítulo I

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Priper era el apellido de mi padre y de mi abuelo, pero no me gustaba mucho. Prefería mi nombre de pila: Jack. Todos en el pueblo donde crecí y más adelante me llamaban Jack.

En 1878 vivía con mi abuelo Joe Priper. Nunca conocí a mi padre porque fue arrestado semanas después de mi nacimiento. Él asesinó a mi madre según me contó Joe. Mi padre se llamaba Damien Priper de acuerdo con un periódico viejo que encontré una vez entre las cosas de mi abuelo con unas pocas fotografías suyas con mi madre. Aunque cuando encontré el periódico no sabía leer, Joe me educaba un poco en casa y lo primero que me enseñó fue escribir mi nombre y apellido. Mi madre se llamaba Joanne Priper por lo que pude ver en la inscripción de su tumba. Una vez mi abuelo me llevó al lugar de su entierro, detrás de la iglesia. Su lápida era de un tono gris opaco y un poco de moho crecía en la orilla del lado izquierdo. En las fotografías se veía como una mujer feliz, dulce y bonita. Me daba un aire de que era alguien amable que ayudaba a todos.

Joanne tenía el pelo rizado, piel blanca y una sonrisa hermosa. Damien en cambio era de apariencia seria, con el pelo corto y era fornido. Parecía que siempre se metía en peleas bajo los efectos del alcohol.

Joe y yo residíamos en un pueblo llamado Port New situado a la orilla del mar. Era un pueblo pequeño donde todos se conocían. De vez en cuando mi mejor amigo y yo íbamos a la playa a jugar con la arena; metíamos los pies al mar y platicábamos sobre los residentes del pueblo. Allí había una iglesia y un puerto donde estaban los barcos pesqueros. Yo ayudaba a mi abuelo, un pescadero, en su negocio que se encontraba al lado de su casa y por las noches me llegaba el denso olor salado y desagradable de la pescadería a mi habitación.

Una noche en la que no pude dormir caminé por la casa a oscuras. Pasé unas horas en la sala y la cocina tratando de cansarme viendo sombras e imaginándome lo que eran a pesar de que ya lo sabía. También me senté en las escaleras que suben a las habitaciones y comencé a contar los peces que había entregado ese día. Le llevé uno a la señora Graham a su casa, dos al herrero Walter Brown en su forja, uno para el padre Carter en la iglesia y dos más a la señora Collins, la madre de mi mejor amigo Charles. Después de rememorar las entregas de aquel día, ya me sentía lo suficientemente cansado para volver a la cama. Subí las escaleras con cuidado con la intención de no caerme o hacer algún ruido que despertara a Joe. Cuando llegué al segundo piso, me dirigí a mi habitación que estaba en el fondo del pasillo cerca de una ventana que daba a un callejón, pero me detuve en seco cuando al voltear al otro lado creí ver una puerta. La curiosidad me llamaba y me dejé llevar. Fui hacia aquella dirección; sin embargo, antes de tocar el pomo de la puerta, escuché un sonido ahogado que provenía del otro lado y fui corriendo a mi cuarto con el sudor inundándome la espalda y los escalofríos azotándome el cuerpo. Me escondí debajo de las cobijas y, sin darme cuenta, me dormí.

Desperté en mi pequeña y fría habitación con olor a pescado en descomposición. Había una vela de cebo en la cómoda. Mi abuelo, aquel viejo avaro, me daba una cada mes para iluminar y calentar un poco mi habitación. Salí de la casa y me dirigí a la pescadería después de desayunar una pequeña hogaza de pan con manteca untada que mi abuelo me había preparado cuando se despertó. Acudí al negocio familiar y Joe me mandó a hacer algunas entregas para la señora Jameson, el alguacil Baddeley y el abogado Beit. Cuando iba de regreso al cementerio de peces y decidí hacer una parada rápida en la casa de los Collins.

- Hola, Charles. ¿Cómo va el día? - le pregunté mientras estaba sentado en la entrada de su casa.

Su casa era muy bonita. Siempre había fuego en la chimenea en la época de frío. Sus padres me invitaban a cenar regularmente. Su madre era una mujer pelirroja y caminaba con cierta autoridad y elegancia. Decía que era hija de un duque muy famoso en Londres, pero que se escapó de casa por amor a su marido, ya que su padre le había prohibido aquella unión. Su padre era un farmacéutico de carácter intelectual que tenía su botica a poca distancia de su casa. Sus lentes lo hacían parecer listo y su frondosa barba, más grande; siempre que nos hablaba de los avances de la medicina posaba su mano en los vellos de su mentón y los estiraba.

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⏰ Última actualización: Feb 22 ⏰

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