Fuego, incendio y bomberos eran las palabras que más resonaban en un pueblo alejado de grandes ciudades y rodeado de campos. Arrasado de personas que se quedaron varadas, sin hospedaje, sin comida y con pocas esperanzas de una solución por el corte de ruta.
El campo se estaba quemando, liberando tanto humo que inhabilitaba el paso de cualquier vehículo por el camino. Kilómetros de autos varados serpenteaban la ruta entre las ardientes llamas y una pantalla de humo en el cielo proyectaba sombras anaranjadas sobre los autos, camiones y sobre el pueblo sobre poblado temporalmente.
Las sombras de tono naranja también llegaban a zonas aledañas al pueblo, como a la choza de una humilde pareja agricultora que tenía pocos vecinos, muy alejados unos de otros. La choza tenía una fachada de tablones viejos de madera que trataban de ser paredes, techo de paja y hojas de palma. En ella habitaban Arami, que estaba embarazada, y su marido Karai, un agricultor de toda la vida. Ellos estaban agobiados por los incendios que rodeaban todo el perímetro del pueblo y sus alrededores, sabían que su casa en algún momento iba ser consumida por el fuego, y ellos también, si no encontraban la forma de salir del monte lo antes posible. De pronto, Arami, miró sus pies húmedos y comprendió que había comenzado el trabajo de parto, entendió que no llegaría al hospital y que no la buscarían por los incendios que rodeaban la casa. Ni los llantos de los árboles apagaban el fuego, ni la agitada respiración de los animales huyendo, ni mucho menos la impotencia de las familias, viendo sus casas desaparecer entre las cenizas y los escombros. Nació una niña, muy próxima a las grandes y altas flamas de tonos rojizos que estaban acabando con cientos de hectáreas forestales. El único alivio para la tristeza de los padres era el llanto de la beba. Para sorpresa de los padres, junto a la niña llegaron las nubes grises que opacaron las paredes de humo. Empezaron a escuchar truenos y posteriormente llegó la lluvia. Ellos estaban muy sorprendidos, creyeron que la niña había traído la lluvia que disipó y apagó las llamas que estaban a punto de quemar su casa y todo lo que quedaba del monte. En honor a este milagro, la llamaron Amaru, un nombre que hace referencia a la lluvia.
Ocho años después, en el alejado pueblo que todos los años se incendiaba, se produjo el incendio más devastador a las afueras del pueblo, el peor que se haya presenciado.
Dejó cientos de hectáreas hechas ceniza, expulsó y mató a miles de animales, además, obligó a la familia de la choza y a todos los demás vecinos que vivían sobre el monte a
trasladarse al pueblo.
Era una mañana muy nublada, de esas para un mate cocido y un bollo.
Un “buenos días” fue la intromisión para la pensativa Amaru, que se alistaba para ir a la escuela. Acomodaba primero el guardapolvo, luego sus
cuadernos forrados con papel a lunares y su cartuchera con un estampado de flores rojas y se daba, como todas las mañanas antes de ir a la escuela, una mirada breve en el espejo
para corroborar que la vestimenta estuviera bien. Su madre, Arami, la esperaba con el deseado mate.
—No te vayas con esa cara larga.
—Me gustaría que todos los días fueran sábado.
—Tenés que estudiar, es tu obligación, además, no creo que tengas clases el resto de la semana. Cortaron la ruta porque los incendios forestales están avanzando por esos lares, tu padre no puede pasar y está
varado del otro lado, mucha gente se está refugiando en el pueblo.
—¿Papá está bien? ¿Qué son los incendios forestales?
—Está bien, no te preocupes. El incendio es el fuego que se extiende en nuestros cerros, tragándose muchas hectáreas de monte, dejando sin hogar a todos los animales que lo habitan. Estos incendios algunas veces se dan naturalmente, pero muchas veces son provocados por la mano del humano.
—Deben ponerse muy tristes los animalitos por perder sus casas.
—Nosotros también perdimos la nuestra, ¿te acordás?
—Sí, extraño mucho la vieja casa.
—Por eso no tenés que tirar basura en cualquier lugar ni tampoco dejar fuego prendido sobre los yuyos. Así evitamos los incendios.
Amaru se despidió amorosamente de su madre y emprendió su camino a la escuela, que estaba fuera del
pueblo, como a un kilómetro. Iba reflexionando en el hecho de por qué un humano podía ser tan destructivo con su hogar, observaba con desprecio todo el monte de ceniza fuera del pueblo, pensaba en la indiferencia que tiene la sociedad. “Deberíamos ser más cuidadosos con nuestro planeta, es muy grande pero muy débil, tenemos que ser más buenos”, pronunció la niña mientras veía la silueta de la escuela cada vez más cerca. Se detuvo a contemplar la vieja escuela, de un estilo clásico,
con paredes blancas talladas y con ventanales altos. De fondo, un horizonte vacío, solo restos de lo que alguna vez fue un ecosistema y, entre todo eso, una escuela que solo funcionaba por la existencia de los pocos alumnos que no se fueron a causa del fuego.
Amaru tenía en las primeras horas clases con el maestro que enseñaba guaraní, pero, al parecer, se había quedado del otro lado de la ruta. Y como comenzó a aburrirse, se dispuso a explorar la escuela, cansada de
[6/2 00:19] Santy Alejandra Gonzalez: ver pasar a las secretarias y porteras haciendo de “guardias”, mirando el aula cada cinco minutos, controlando que los chicos del tercero “B” se portaran bien.
Amaru exploró casi toda la escuela de forma exitosa. Fue al viejo cobertizo y al tanque que almacena el agua, también a la huerta y hasta el alambrado del fondo de la escuela que separa el edificio del monte. Allí le llamó la atención el movimiento intenso de unos arbustos que tapaban y disimulaban el alambrado.
Supuso que había alguna alimaña, ya que son muy frecuentes en la escuela. Observó con detenimiento
y vio una cola con rayas amarillas y marrones sobresaliendo. Era un coatí. Tenía un hocico alargado y un pelaje muy sedoso, la niña no dudó en acercarse para verlo mejor.
—Hola, ¿cómo te llamas?
Era una pregunta retórica, jamás esperó una respuesta.
—Nasu, es un placer, necesitamos tu ayuda.
La niña se sorprendió, pero lejos de asustarse prestó atención a lo que el coatí tenía que decir.
—Necesito que me sigas, por favor, es urgente.
Amaru no lo dudó, sabía que solamente le quedaba media hora libre.
—Nuestra madre tierra te necesita, los animales y bosques están desapareciendo. La humanidad no entiende el daño que provoca, necesitamos tu ayuda, vamos.
La niña asintió con la cabeza, caminando sobre los pastos secos que aún quedaban.
—¿A dónde me llevas?
—Estamos muy cerca, ya lo verás.
—Espero, tengo que volver y no
quiero alejarme mucho de la escuela.
Con sus cuatro patitas a paso rápido iba marcando el camino que la niña tenía que seguir. A medida que avanzaba, el pasto dejaba de ser pasto y se transformaba en una capa de cenizas que se iba haciendo más densa. La niña pudo observar con más precisión todo lo que había quedado de aquello que alguna vez fue campo.
—Llegamos, siéntate en algún lugar y saluda.
La niña miró confusa a su alrededor, en el que solo había un lapacho rosado, totalmente sano, con todas sus hojas bien coloridas, contrastando con el fondo negro. Trató de entender por qué un árbol había sobrevivido en el centro de lo que fue el incendio y a quién debía saludar, porque solo estaban ella, Nasu y el afortunado lapacho. De todas maneras, saludó.
—¡Hola! Me llamo Amaru.
—Amaru, bendito universo. Estás aquí, tuve que esperar ocho años para reencontrarme con vos ¿cómo estás?
Se percató que las brasas que estaban alrededor del árbol le estaban hablando. Pero a esa altura le daba igual, ya le había hablado un coatí. ¿Qué otra cosa podía ser más extraña?
—¿Por qué me hiciste venir tengo que volver a la escuela.
—Amaru, te propongo un acuerdo entre tu y yo.
—Está bien, ¿de qué acuerdo me estás hablando?
—Tengo la capacidad de controlar el fuego y el clima, y casi siempre detengo los incendios como el que sucedió cuando naciste. Me encantaría
poder ayudarlos ahora, pero no es justo que todos los años sigan dañando al medio ambiente.
Amaru se quedó sorprendida, y pensó si de verdad podría hacer lo que dijo.
—Te entiendo, también me molesta mucho que no cuiden la naturaleza. ¿De verdad puedes apagar los incendios?
—Claro que sí, pero, necesito que concientices a tu pueblo informando sobre la situación en la que están los animales y recordándoles que no deben tirar residuos en cualquier lugar, ni dejar fuego prendido donde hay vegetación, para fomentar la empatía por el medio ambiente.
—Sí, lo haré, me encargaré de que nadie vuelva a dañar la naturaleza.
—Muy bien, no me presenté formalmente, me llamo Ígnea, mensajera de la madre tierra y cuidadora de la naturaleza terrestre.
—Fue un gusto, Ígnea, espero que me entiendan y ya no sigan haciendo daño.
Las brasas con las que mantuvo la conversación comenzaron a apagar se marcando el final de la conversación. Se despidió de Nasu y regresó corriendo a su escuela con una tarea muy importante para hacer. Cuando regresó a su casa, después
de la escuela, le contó a su madre, sin dar más explicaciones, lo que quería hacer y ella no dudó en ayudarla, sabiendo más que nadie el daño que provocaban los incendios. Y la acompañó a pegar afiches informativos y repartir folletos de prevención de incendios en la escuela, también buscó información con los bomberos locales. Luego, las personas comenzaron a sumarse a la
campaña y empezaron a recolectar los residuos de la calle y a los costados de la ruta. También le pidió a su madre ayuda para contactar a una protectora de animales para que la ayudaran a rescatar y refugiar a los animales, víctimas del fuego. A los pocos días de su campaña su padre regresó, y junto a él toda la gente que no podía llegar al pueblo. También, las personas varadas que intentaban salir de allí y pudieron volver a sus hogares y Amaru entendió que el incendio había cesado. Ígnea había cumplido su parte del trato. Tres meses después, el pueblo, poco a poco, comenzó a recuperarse, pero Amaru no tuvo descanso en su misión.
Los primeros plantines comenzaron a florecer y crecer en el inhóspito monte de las cenizas, las aves volvieron a cantar y las columnas de humo dejaron de existir. Amaru, jugando a las escondidas con sus compañeros, durante un recreo regresó al alambrado y vio a lo lejos que el lapacho se estaba que mando, rápidamente corrió hacia allí y vio que las flamas que estaban consumiendo al árbol iban dando forma a la silueta de una mujer delgada, con cabello largo.
La niña miró impactada a la bella mujer hecha de fuego, se acercó y sintió el calor que emanaba del cuerpo de la dama. Vio sus brillantes y
fogosos ojos mirándola directamente, entonces le dijo:
—Gracias Amaru, y hasta nunca, si el humano lo quiere.
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ACUERDO ÍGNEO 🌱
Short StoryLa tierra proveerá y también quitará si nosotros no cumplimos nuestra parte del acuerdo. El cuento "Acuerdo Igneo" de mi autoría fue seleccionado junto a otras catorce obras como las mejores del "IV CONCURSO DE CUENTOS DEL CONGRESO DE LOS CHICOS Y L...