Algunas experiencias causaban acidez estomacal en Jaime cada cierto tiempo; entonces agendaba una cita de emergencia con su propio terapeuta, después de la cual no volvía hasta otro aviso de su consciencia. Se convenció de que podía solo con el problema y de que una consulta para curar el resfriado emocional era suficiente; después de todo, conocía la prescripción para el antigripal. Además, el trabajo era muy bueno para negar lo obvio, por eso era imprescindible reanudar las consultas a la brevedad.
Dejó de lado cualquier cosa difícil de controlar y se adentró en el espacio de paredes blancas. A la derecha, la pequeña cocina equipada con una estufa vieja y con probables fugas de gas lo instó a cerrar de inmediato la llave, mientras anotaba mentalmente la irresponsabilidad del arrendador. Sin estar del todo tranquilo, recorrió la sala; reducida, pero suficiente para el mobiliario de su anterior consultorio.
La ventana amplia brindaba una buena ventilación e iluminación; la gente estaría cómoda. Al fondo, apreció la tercera habitación; su sagrado espacio de trabajo. Por último, el baño con su lavamanos y el inodoro manchados de sarro acumulado con el tiempo, pero por completo funcionales. Que olieran a limpio lo convenció de no haberse equivocado en la elección.
Inundándose de la efervescente sensación de haber solucionado un problema, giró sobre los talones para ir por la primera caja. Salió sin problema y, al atravesar la reja, chocó de frente contra un cuerpo delgado que, ante el impacto, se hizo para atrás en medio de una expresión de espanto y un tambaleo.
Decenas de papeles se desparramaron y un par de miradas, una de color miel y otra de chocolate, atestiguaron estupefactas aquel desastre.
—Disculpe. No la vi —dijo el causante mientras se acuclillaba a tomar del suelo los papeles a su alcance.
Sin querer levantó un poco la vista; un lunar del tamaño de una huella dactilar al lado de la rodilla derecha captó su interés. Era muy peculiar, tenía la forma de América, o quizás de África. Lo mejor eran las pantorrillas un poco más abajo, en perfecta concordancia con el resto de las piernas. No pudo evitar recapitular el tiempo transcurrido desde que vio un par tan bonito. Ni siquiera había caído en cuenta de cuándo dejó de disfrutar de la figura femenina.
Al notar lo indiscreto de su observación, el cuello de la camisa se tornó asfixiante. Se acomodó los anteojos, como si fueran los culpables de su desliz. Sacudió la cabeza, dedicándose un sermón interno; no era un adolescente para engatusarse así, ni tampoco de esos hombres que sin decoro miran lo que no deben.
—No se preocupe, yo tampoco —aceptó la mujer, recuperándose de la colisión.
De pronto, la recién llegada concientizó sobre el sujeto en la entrada de la casa que ella alquiló. Desde su posición, examinó la cabeza del desconocido, adornada por uno de esos cortes que tanto le gustaban; cabello castaño y delgado, corto sin estar al ras ni parecer desaliñado; una interesante combinación de pulcritud y buena apariencia.
Además, con ese ángulo, pudo apreciar también la nariz que sostenía unos elegantes anteojos; recta y varonil, igual que las cejas. El conjunto era imposible de ignorar por una mujer a la que le gustaban tanto los hombres. Lo correcto era ayudar, sin embargo, prefirió saborear la visión.
Si era un ladrón no lo parecía, se asemejaba más a un caballero reverenciándola; con su camisa polo de sobrios colores y un pantalón de vestir bien planchado. De pronto, la temperatura en alguna parte de la anatomía femenina se elevó.
Sin ser consciente del escrutinio al que era sometido, Jaime analizó con rapidez uno de los papeles que la extraña soltó; una melosa publicidad en tonos pastel con el blanco y el rosa predominando.
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¿Y si me analizas y yo a ti?
RomanceJaime y Julia son dos terapeutas poco compatibles; sus métodos y filosofía de vida son diametralmente opuestos. Sin embargo, cuando ambos alquilan el mismo consultorio por error, intentarán trabajar juntos mediante una débil tregua. A pesar de un...