Prólogo

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La oscuridad me rodea.

¿Dónde estoy? ¿Cuánto tiempo llevo aquí? No tengo ni idea, soy lo único que se encuentra en este lugar. Serpenteantes y curiosas, las sombras se acercan a mí, aunque no se atreven a tocar mi piel (que es espantosamente blanca en contraste con la oscuridad de mi alrededor). 

Siento miedo, una conocida y angustiante presión en el pecho, una ansiedad que nubla mi escasa visión. Sin embargo, también siento paz. Una sensación cálida y extraña me rodea, me dice que todo va a salir bien, que no me preocupe. ¿Cómo es posible? Me encuentro flotando en la nada con la única compañía de las sombras. No quiero estar tranquila, quiero volver a casa.

La oscuridad parece querer contentarme puesto que, en cuanto ese pensamiento pasa por mi agotada mente, el entorno sufre un drástico cambio. 

La oscuridad ha desaparecido, la luz (aunque no muy brillante) ha vuelto, mi visión sigue estando borrosa, pero puedo ver y distinguir dónde me encuentro; mi habitación. Sé que lo es, reconozco el lugar, aunque no el momento, la decoración es diferente. ¿Acaso estoy muerta? Eso explicaría muchas cosas, sobre todo el hecho de estar viéndome a mí misma.

Debo de tener unos cinco años y estoy en el suelo, jugando con mis muñecas sobre una alfombra de vivos colores. Parezco muy feliz, tal vez esto sea un recuerdo pero, si es así, ¿por qué no me suena haberlo vivido?

Un escalofrío me recorre mientras observo la habitación, es la misma que la mía, pero con una decoración mucho más infantil; cientos de juguetes, peluches, papel pintado con dibujos de personajes animados... ¿Realmente llegué a tener esa decoración alguna vez? ¿Por qué no logro recordarlo?

Quiero acercarme a esa versión de mí, comprobar si es real, si sabe qué demonios estoy haciendo aquí, pero no puedo, no cuando entra él.

Es un niño, parece tener mi misma edad. Entra corriendo mientras su risa llena las solitarias paredes. Debo de conocerlo, puesto lo recibo con un gran abrazo antes de ponernos a jugar sobre la alfombra. Juntos comenzamos a crear un mundo de magia y misterio, lleno de princesas y piratas, duendes y brujas... Cientos de historias que nos hacen reís sin parar, pero que no consigo recordar.

Entonces, en lo que tal vez sea un acto de insensatez, me acerco a esos dos niños. Aún con los bordes de mi visión distorsionados, la cara de ese niño me resulta terriblemente familiar. Me coloco junto a mi otra versión y observo con atención su rostro, tratando de retirar el borroso velo que cubre mis ojos, aunque toda mi concentración desaparece cuando el pequeño me devuelve la mirada.

¿Puede verme? No es posible, ¿verdad? Pero, si estoy en lo cierto, ¿por qué parece seguirme con la mirada?

Mi ansiedad aumenta a cada segundo que esos ojos, de un azul helado, permanecen clavados en mí. Mi pulso se acelera y mi respiración se dificulta hasta que, finalmente se detiene del todo cuando el pequeño (que aún no aparta la mirada de mí) sonríe de la forma más siniestra que he visto nunca.

Trato de retroceder, de escapar de allí, pero el terror me paraliza por completo. A mi alrededor, la oscuridad reaparece. Lentamente, va aumentando desde las esquinas hasta cubrir toda la sala, haciendo que las pocas fuentes de luz artificial (la lámpara del techo y una lucecita en mi pared) titilen hasta apagarse por completo. Y, en medio de esa asfixiante oscuridad, se encuentra él.

Sus ojos brillan ahora con un resplandor azulado y su sonrisa, compuesta por afilados colmillos, resplandece gracias a ellos.

Un desagradable frío me inunda mientras despierto de la pesadilla y, como si de una pequeña ayuda se tratase, una única palabra viene a mi mente.

"Charlie".

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