Capítulo 1

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El alegre tono de la alarma la sacó abruptamente de un sueño nada tranquilo.

Rápidamente, se incorporó en la cama con el pulso resonando con fuerza en los oídos y la respiración acelerada. Su primer impulso fue detener ese sonido infernal que, tras haber sido su tono de alarma por más de un año, lograba provocarle una pequeña taquicardia cada vez que lo oía. Bastó con pulsar un solo botón para que un pesado silencio se instalase a su alrededor, lo que no ayudó a disminuir su ansiedad.

Dolorosas imágenes de su pesadilla volvieron a su mente; la oscuridad, el silencio... Esa sonrisa.

Sus ojos se humedecieron y un escalofrío la recorrió mientras recordaba ese rostro, grabado a fuego en su aún dormida mente. Había sido un sueño aterrador, pero estaba empezando a comprenderlo.

Ese niño era Charlie, su mejor amigo desde preescolar y la decoración del cuarto era tal y como la había tenido cuando era niña, recordaba haberla visto en las fotos de su madre. Sin embargo, aún no lograba hallar explicación al principal elemento perturbador de su sueño; la oscuridad. 

Recordaba con claridad la asfixiante sensación que había sentido justo antes de ver la luz de sus ojos, el brillo de su sonrisa... Corrió a levantar la persiana y soltó un pequeño suspiro de alivio cuando la claridad hizo retroceder las sombras que poblaban la habitación. Aunque su tranquilidad no duró demasiado tiempo.

Un pequeño golpe en el cristal hizo que se sobresaltase para, acto seguido, asomarse a la ventana. Casi se echó a reír cuando descubrió que el origen de dicho sonido era justamente uno de los protagonistas de su sueño.

Charlie había tirado una pequeña piedra contra la ventana y ahora le saludaba con una gran sonrisa, mientras agitaba alegremente la mano en su dirección. Emily respondió a su saludo y lo observó mientras el chico continuaba su camino, seguramente en dirección a la tienda de su padre, donde ayudaba los fines de semana y durante las vacaciones de verano.

Una vez que su figura hubo desaparecido tras la esquina de la calle, la chica permaneció durante varios minutos apoyada contra el alfeizar de la ventana, con su cabeza dándole vueltas a su corta interacción. 

¿Debería haberle dicho algo? ¿Habría parecido demasiado forzado el saludo? ¿Lo habría pensado él y por eso no se había parado?

Una ráfaga de aire helado le hizo volver a la realidad desde sus maniáticos pensamientos justo a tiempo para que un nuevo sonido en el pasillo reclamase su atención. El inconfundible crujido de una puerta, seguido por el suave sonido de la cisterna; alguien había dejado libre el baño.

Sabiendo eso, decidió rápidamente lo que se pondría ese día y se metió en la pequeña habitación cuya puerta estaba frente a la suya, donde no tardó en accionar el grifo del agua caliente al máximo y darse una ducha de más de treinta minutos. Para cuando salió su madre ya estaba despierta, por lo que le dio un beso y tomó su mochila antes de salir corriendo escaleras abajo, esperando llegar a tiempo.

Tardó alrededor de veinte minutos en llegar a su destino; un elegante edificio de paredes lisas y tonos suaves en cuyo costado se anunciaba una clínica de estética. Como siempre que acudía allí, se divirtió pensando en cómo algún conocido podría malinterpretarla y pensar que iba a realizarse alguna operación a la temprana edad de diecisiete años. 

Cruzó las puertas de cristal con una pequeña sonrisa y dejó que el olor a desinfectante y limpieza la envolviese, no tardó en llegar a la sala de espera, donde se sentó a esperar pacientemente. Apenas pasaron dos minutos antes de que una mujer se asomase por una de las puertas de madera pulida y la llamase.

—¿Emily? Ya puedes pasar —anunció antes de volver a la consulta, donde la chica la siguió tras un breve gesto de asentimiento.

Una vez dentro, se sentó en la silla de la izquierda y, como siempre, dejó sus cosas en la otra. Dedicó unos instantes a observar a la mujer que se hallaba ante ella, que le sonreía como de costumbre.

Su psicóloga era una persona joven, nunca se había atrevido a preguntarle su edad pero pensaba que no podía tener más de treinta años. Era muy amable y adoraba su estilo un poco desaliñado, como si aún fuese una estudiante universitaria, con pantalones anchos y enormes jerséis de punto y tela gruesa. Como cada día, Amanda fue la primera en hablar.

—¿Qué tal? ¿Cómo va todo?

—Bien, aquí —respondió Emily mientras se encogía de hombros y mostraba una sonrisa que esperaba no pareciese demasiado forzada.

—¿Te ha pasado algo que quieras contarme desde la última vez que nos vimos? —La chica solo negó —. ¿Qué tal llevas lo de la ansiedad social? Esta semana es tu cumpleaños, ¿no?

—Sí y es por eso que lo odio.

—¿Por qué?

—No me gusta llamar la atención y ese día todos se centran en mí. De hecho, cuando era pequeña, me cantaron "cumpleaños feliz" y me escondí bajo la mesa mientras me tapaba los oídos —explicó ella mientras el recuerdo se reproducía en su mente con una claridad asombrosa.

Recordaba con horror el bar donde tuvo lugar el evento, la enorme mesa llena de familiares y forrada con un mantel de papel que ella estaba usando para dibujar, las miradas de todos, fijas en la niña, mientras comenzaban a cantar y esperaban que apagase la vela de una tarta que ni siquiera llegaría a probar. Aún podía sentir la misma vergüenza que le llevó a hacerlo; se cubrió los oídos con ambas manos y se escondió bajo la mesa, de donde su abuela y prima tuvieron que sacarla unos instantes después.

—Vaya, entonces, ¿no piensas celebrarlo?

—Ojalá pudiese no hacerlo. Tendré que ir con mis padres a casa de varios familiares y seguro que mis amigas me hacen algo, aunque ya les dije que no es necesario.

—Y, en esas celebraciones, ¿qué es lo que crees que podría pasarte? ¿De qué tienes miedo exactamente?

—De hacer el ridículo —afirmó mientras apartaba la mirada de su rostro, incapaz de mantenerla ahí por más tiempo y dejando que vagase libremente por la sala.

Llevaba acudiendo al psicólogo desde que tenía uso de razón y tenía claro el motivo; sufría una fuerte ansiedad que se veía aumentada en actos públicos o sociales. Si bien este trastorno no le impedía interactuar libremente en determinadas situaciones, sí que le hacía sentirse avergonzada y agitada una vez que finalizaban.

De modo que, cada día, iba hasta allí y hablaba durante una hora con Amanda que, muy amablemente, trataba de calmar sus temores, aunque sin resultados notables. Aun así ella seguía acudiendo porque encontraba cierto alivio al desahogarse con una persona, pese a no contarle toda la verdad.

Estuvieron hablando poco más de una hora en la que la chica sintió cómo las lágrimas luchaban por salir, pero se esforzó en contenerlas. Le contó sus dudas con respecto al encuentro con Charlie, pero no le habló de su pesadilla. Por algún motivo que desconocía, no quería contarlo aún. Para finalizar la cita, le dio hora para verse al día siguiente y la despidió con una sonrisa, dejándole las mismas inseguridades que tenía cada día al acabar dichas charlas.

"¿Habré hablado demasiado? ¿La he interrumpido? Tal vez debería haberle contado otras cosas, debería habérselo contado de otra forma. ¿Y si esto no funciona porque apenas la dejo hablar?"

Antes de darse cuenta, sus agotadores pensamientos la habían mantenido ocupada durante todo el trayecto de vuelta. Volvía a encontrarse en casa y su mente se vació para encontrar la determinación necesaria para subir tres pisos de escaleras. 

Después de más de un año viviendo en ese piso debería de estar acostumbrada a subir y bajar esas escaleras cada día, pero seguía faltándole el aliento cuando llegaba a su puerta. Por lo que una vez arriba se tomó unos segundos para reponerse, entonces lo vio.

En el felpudo había una pequeña caja de color verde turquesa, atada con una cinta azul.

Miró a su alrededor buscando algún posible propietario, aunque su piso era el último de ese edificio. Finalmente, tomó la caja y, al levantarla, dejó al descubierto una pequeña nota, doblada por la mitad y con su nombre escrito en uno de los laterales.

No pudo reprimir una sonrisa al reconocer la redondeada letra de Julia, una de sus amigas. Sin duda se trataba de una sorpresa por su cumpleaños (para el que habían decidido adelantarse).

Su corazón se aceleró mientras comenzaba a leer la nota, dejando que la alegría la llenase junto a los nervios de la aventura que le esperaba. Sin embargo, lo que no sabía era las desgracias que iban a desencadenar esa pequeña caja.

Vínculo oscuroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora