ÚNICO.

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San abrió sus ojos al sentir el ambiente de la sala de estar, llenándose del aroma a perfume y sangre, el cual tenía un toque especial que entraba en perfecta sincronía con el de la naturaleza del bosque alrededor de la cabaña, el rocío de la madrugada elevando aún más ese gustoso olor a tierra húmeda que le hacía sentir calmado y melancólico.

Las pisadas eran lentas pero decididas, no tenía que preguntar quién andaba allí, pues sabía perfectamente de quien se trataba aquella presencia. Ese perfume que era tan suave y al mismo tiempo, tan elegante y jodidamente sensual, eso era lo único que le hacía saber de quien pertenecía la presencia que se acercaba... Ya ha pasado mucho tiempo conviviendo con él, existiendo a su lado... Si su nariz no reconocía ese olor era porque definitivamente le había perdido el sentido a la vida misma.

Un suspiro brotó de su garganta, mientras estiraba el brazo para tomar la copa de vino sobre la mesita, tomando un sorbo mínimo, que fue como remojar sus labios finamente con el líquido rojizo, una sensación exquisita que jamás se cansaría de tener presente en su boca.

El sonido que creaban las maderas al quemarse en la chimenea le tranquilizaba, el calor que le brindaba mucho más. Pero tener esos ojos que conocía tan bien, sobre él, era algo que le calentaba más que las llamas ardientes que eran usadas para almacenar un poco de la humanidad que le quedaba.

Y ver su rostro etéreo una vez más, tener presente a su alrededor las motas de madera y lavanda, siendo testigo de la mirada profunda, pero a la vez, tan suave, le generaba un sentimiento lleno de calidez que empapaba por completo a su corazón.

—¿Estabas esperándome?— Escuchó su voz, una melodía tan sublime y encantadora, siempre escuchándolo igual de hermoso desde el primer día que tuvo el privilegio de haberlo hecho por primera vez.

El olor a sangre lo sintió más fuerte en sus fosas nasales, lo cual le hizo sentir hambriento por un instante, además de aquella sonrisa que el contrario llevaba en su boca, avivando su curiosidad.

San dejó la copa en su sitio y sonrió levemente, mirando por encima de su hombro a ese muchacho que, incluso en la muerte, lograba acelerar su corazón como si de cientos de caballos cabalgando se tratasen. Pudo ver la camisa blanca manchada con gotas de sangre que seguramente corrieron traviesas por sus comisuras, ese corset que acentuaba la pequeña cintura y generaba en él un aura imponente a la vez que genuinamente delicada. Choi San cada vez que le miraba portar esas prendas no podía evitar el sentirse cada vez más atrapado en ese ser que le hacía tener escalofríos incluso si solamente estaba mirándole y nada más.

—Por su puesto.— San notó que los cabellos negros de su amor verdadero estaban levemente húmedos, su rostro dejaba en evidencia que se la había pasado bien esa noche, en sus labios aún podía ver indicios de que había estado cazando. —Apenas empiezo, sabes que no me gusta beber solo.— Dijo él, paseando sus ojos por toda la anatomía del contrario, gozando de la vista como siempre lo hacía, tenía ese privilegio, uno que jamás se cansaría de disfrutar.

—Entonces llegué justo a tiempo.— Murmuró él en un suspiro, avanzando para luego, tomar asiento sobre su regazo, San al tenerlo allí no pudo evitar sonreír, llevando una de sus manos al muslo derecho del pelinegro para darle un suave apretón, que al mismo tiempo fue firme. —Debiste salir conmigo hoy, había un festival en el pueblo con mucha gente borracha, bebí muchísima sangre y estoy tan lleno que podría explotar.— San rió bajo, volviendo a mojar sus labios con el vino de su copa, observando al contrario con una admiración que cualquier otra persona desearía.

En sus ojos se podía ver lo satisfecho que estaba, un brillo único que caracterizaban los orbes de color grisáceo que el amor de su vida portaba, aquellos que le enamoraron a primera vista.

❛ STANDING NEXT TO YOU。Donde viven las historias. Descúbrelo ahora