“ maia pasó ... ”
El torneo de cláusula le había dado comienzo el millonario contra uno de los grandes de Rosario; Newell's Old Boys.
Por desgracia de la lepra, habían perdido el partido de inicio por la única diferencia de un tanto. Había convertido Agustín Ruberto, uno de los chicos que había sido subido a reserva por el hambre de gol que tenía, y esto era característico de él desde que hizo inferiores en el mismo club de sus amores. La banda roja tenía una gran delantera para un futuro, y tal vez, habían muchos más chicos de inferiores esperando a poder debutar y convertir su primer gol.
Malena buscaba a Agustín con la mirada, y gracias a su altura, era fácil diferenciarlo entre tanto gentío. Habían jugadores, familias, niños pequeños corriendo por ahí mientras los pibes trataban de abrirse paso así ir a descansar después de un partido agotador y apretado.
Al encontrarlo, la rubia se colgó de sus hombros, haciendo que de forma automática el morocho se dé vuelta, poniéndose a la defensiva, porque nadie sabe que podría pasar en un parpadeo.— Tarada, avísame que sos vos, mirá si te encajaba una piña. — advirtió con cierto enojo en su tono de voz, aunque no lo parezca, temía hacerle daño.
— Bueee, sí, yo estoy bien, ¿y vos? — dijo con sarcasmo, revoleando los ojos.
Agustín río. Ladeó un poco su cuerpo para brindarle un fuerte abrazo a la menor. El calor de sus brazos la hacían sentir segura, aunque le daba cierto asco el tener que tocar su espalda transpirada por culpa del esfuerzo que había hecho hace unos minutos atrás en la cancha. Podría jurar que hacía magia, porque aunque transpire, caiga al barro o llueva, el perfume tan característico suyo, seguía impregnado en su cuello, haciéndose en un punto algo hipnotizante. No quería despegarse de él por nada del mundo, quería estar sobre sus brazos lo que restaba de su vida, pero sabía que era imposible. Segundos después, ambos se separaron. El más alto le sonrió, achinando sus ojitos.
Juraba que no podía explicar lo que le hacía sentir el ver cómo sus ojos se achinaban al sonreír. Esos labios hipnóticos, eran tan besables, pero ya llevaba cinco años aguantando aquella tentación, desde que se vieron por primera vez en las canchas del club.
Aún recordaba aquel día como si hubiera sido ayer. Habían empujado a Ruberto, haciendo que caiga unos metros detrás de la línea que daba por terminada la cancha, justamente, Malena corría detrás de su hermano quien le había quitado su muñeca preferida, y, sin darse cuenta, había tropezado con el pequeño cuerpo, cayendo de cara al suelo, lastimando un poco la zona baja de su boca.
— Ahora voy a ir a visitar a Maia, me voy a quedar con ella hasta la nochecita. — avisó emocionado.
Malena cambió su expresión completamente, comenzando a sentir una leve presión en el pecho por el repentino aviso. Quería pasar lo que restaba de la tarde con su mejor amigo, llevarlo a merendar o al parque.
Eran las diez de la noche aún.
Malena miraba el reloj, esperando a que el tiempo pasara. Mientras, Melissa terminaba de cocinar los fideos con queso que tenían planeados para esta noche. Ninguna de las dos tenía ganas de salir a comer algo por ahí, mucho menos en pensar en qué ponerse, demasiado estrés para pasar solo un rato juntas y dejar un pulmón para poder comer algo decente, así que, el día de hoy, optaron por ese menú.
La morocha terminó. Tomó con el colador los fideos calientes, y puso un poco en cada plato. Tomó el pequeño embase del queso crema así echarle un poco encima. Tomó dos tenedores y los dejó encima, así poder dirigirse a la mesa sin problema de que caigan mientras caminaba. Dejó un plato en frente de la rubia y otro para ella.
— ¿Y Agus? — preguntó, llevándose un tenedor envuelto de fideos a su boca.
— Eh... está con la novia, creo. En la tarde me dejó re tirada. — su tono de voz había cambiado, ahora parecía estar desganada por la pregunta de su amiga.
— Uh, que tarado. — tragó — Si Claudio me llega a hacer eso con alguna amiga, le corto los huevos. — la rubia río por lo anteriormente dicho — Es que te juro.
— Pero bueno, ya fue. Solamente soy una amiga, no puedo influir en su vida amorosa por más que me afecte... — apoyó su hombro en la mesa y su cachete sobre la palma de su mano.
Hubo un silencio que perduró por varios minutos. Ninguna de las dos hablaba, porque sabían que tenía razón la rubia; no iba a poder interferir en su vida amorosa por más que duela, por más que le guste...
Las pequeñas gotas de lluvia comenzaban a arremeter contra la ventana de la menor. Esto hacia que se asuste levemente, ya que estaba completamente sola en su hogar, y por vergüenza, no le había pedido a Melissa que se quede esta noche.
Terminó de colocarse la su pijama, que conformaba por una camiseta de River vieja, un short negro holgado y un top, así estar más cómoda a la hora de poder descansar.
Por alguna razón, sentía que algo iba a pasar. Su mirada se paseaba con cautela antes de recostarse. Sentía que algo iba mal, como si no estuviese en el lugar que corresponde. Puso a cargar su teléfono en la mesita de luz, y a los pocos segundos que abrió las frazadas para recostarse, sintió como tocaban el timbre. Tragó grueso. Pensaba en la variedad de posibilidades de qué podría ser lo que tocaba la puerta; un asesino, un secuestrador. Sintió un escalofrío recorrer su espalda.
Bajó lentamente las escaleras, sobresaltadose al sentir los golpes de la puerta más intensos. Ahí fue cuando dudo varias veces en abrir, pero al escuchar una voz conocida detrás de la puerta, ya no dudo más en hacerlo. Abrió, topandose con la alta figura del moreno, quien apretaba sus puños de forma firme. Culpa de la luz de la calle que golpeaba su espalda, no podía verlo con claridad, pero bien sabía que se encontraba mojado por la lluvia.
— Pasá. — tragó grueso, quitándose del medio, así el morocho podía adentrarse a su hogar.
Prendió la luz del living, y cuando Agustín volteo, pudo ver el pequeño puchero inconsciente que hacía. Lo conocía bien. Aquella acción era casi automática cada vez que lloraba. El más alto la miró por unos segundos. Estaba callado, pero sabía que necesitaba un abrazo.
La rubia se acercó a él, rodeando sus brazos por su ancho torso. La diferencia de altura se hacía notar, ya que Agustín no llegaba a abrazar la cintura de Malena, solo debía conformarse con rodear su cuello con sus brazos.Sentía nuevamente sus ojos picar, las lágrimas amenazaban con salir a cántaros. No podía llorar en frente de ella, no de nuevo.
— ¿Qué pasó? — preguntó, su voz se había suavizado, a pesar de estar enojada por lo que había sucedido en la tarde.
— Maia pasó...