Venía con la Casa

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La casa nos la heredó la tía abuela Severina a mi familia y a mí, con la condición de que no la vendiéramos y que viviéramos en ella permanentemente. Siendo los menos afortunados de la familia y no teniendo otro lugar donde vivir, aceptamos las condiciones con humilde agradecimiento.

El gato venía con la casa.

Un hermoso gato negro de pelo largo, esponjado y con un lustre de color azulado. Soberbio y orgulloso, indiferente y distante, generalmente tranquilo, y perpetuamente malhumorado. Un verdadero rufián. Pero eso sí, muy educado y limpio dentro de la casa. Siempre muy limpio.

Todo un déspota, pero igual y así nos enamoramos perdidamente de él.

A decir verdad, al principio tuvimos serios problemas por su mal carácter, pues molestaba constantemente a nuestro perrito Rufus. Lo atacaba hasta el punto de dejarlo herido con rasguños sangrantes por todo su cuerpecito. Lo torturaba salvajemente hasta hacerlo llorar, obligándolo a escapar para esconderse.

Por eso tuve que hablar muy seriamente con el gato. Lo enfrenté con seriedad y lo acorralé con astucia. Él se defendió ¡Oh, como se defendió el bribón! Pero aun así lo tomé en mis manos y lo alcé al nivel de mis ojos, mientras él mordía y arañaba sin piedad, dejándome marcados los antebrazos para el resto de mi vida.

Pero no me importó.

Lo miré directo a los ojos, esos hermosos ojos multicolor que parecían escarabajos enjoyados brillando a la luz de la Luna, y con todo el cariño y la ternura de mi corazón le dije:

"Cirilo precioso (así lo rebautizamos), tu hermanito Rufus te quiere mucho, por eso siempre quiere jugar contigo. Yo sé que te fastidia mucho, y que te molesta todo el tiempo y que no sabe cuándo parar. Pero es que él es un cachorrito todavía y le falta mucho por aprender. Tú debes de tenerle paciencia porque ahora eres su hermano mayor. Si lo sigues lastimando, no vamos a tener otra opción más que irnos, y abandonar la casa... y abandonarte a ti también porque no vamos a poder llevarte con nosotros".

Pude ver con toda claridad como el pequeño animal asimiló el mensaje. Su cuerpo entero se relajó dócilmente, y su tierno rostro evocó una graciosa expresión de extrema desilusión al darse cuenta de que, aun siendo él quien era, tenía que seguir las reglas y comportarse bien. No hice ni siquiera el intento de ofenderlo con un abrazo, pero le acaricié la cabeza en señal de paz. Y al final le dije "te queremos mucho".

No voy a mentir, siempre supimos lo que era Cirilo, no había manera de que nos engañara. Aparecía en todas las fotografías de mi tía abuela, y en los cuadros de sus antepasados. El pequeño demonio había estado presente en nuestra familia por generaciones y generaciones.

Y claro, esto traía otros pequeños problemas, como por ejemplo cada tantos años teníamos que cambiarlo de veterinario. Era difícil de explicar que el gato se conservara siempre igual, y que no se enfermara nunca. "Solo vacunas y baño, por favor".

Y siempre las mismas estúpidas preguntas: "¿Qué edad tiene su gato?", "¿Hace cuánto que adoptaron a su minino?". No sé quién se enojaba más, si el gato o yo. Y para el caso era lo mismo, pues todos los doctores terminaban teniéndole pavor porque, aunque supieran controlar sus aguerridos colmillos y garras, su ronco maullido y sus estridentes silbidos no fallaban en aterrorizarlos.

Cirilo gobernaba nuestra casa y todos los tétricos fenómenos que ocurrían en ella. Las sombras danzantes, las luces juguetonas. Los susurros misteriosos, los anhelantes suspiros, los llantos y las risas lejanas. Las habitaciones heladas, los cuadros sonrientes y parpadeantes, los objetos que desaparecían de donde los habíamos dejado y aparecían en otro lugar completamente diferente e inverosímil. Al final, ya nada de eso nos asustaba, pues sabíamos que el gato lo hacía todo... o por lo menos ocurría bajo su comando.

Tampoco teníamos por qué preocuparnos por las pestes comunes que invaden las casas antiguas pues, como todo buen gato, Cirilo mantenía la casa libre de bichos, pajarracos y roedores. Con la única diferencia que nuestro amado minino llevaba a sus víctimas a un claro en el jardín y las sacrificaba sobre una gran piedra ceremonial, dejando sus restos pudriéndose al aire en clara ofrenda a una oscura deidad nocturna. Era mi responsabilidad de cada mañana revisar el patio y despejar cualquier residuo del macabro ritual para evitar que otros miembros de la familia se encontraran con el oscuro pasatiempo de nuestra pequeña mascota.

Cirilo sobrevivió a todos sus hermanitos: Rufus, Rufus Segundo y Canito. Todos ellos vivieron largas y felices vidas a su lado. Cirilo los adoptó y los protegió como parte de su familia. Como un buen hermano mayor.

Ahora, al final de mi vida me voy al jardín a tomar el fresco y observar el poco firmamento nocturno que la contaminación de la ciudad me permite.

Pero Cirilo me brinca al regazo y se acurruca contra mi pecho. Y con su magia me permite ver todos los astros como si los pudiera alcanzar con solo extender el brazo. Y me canta con su ronroneo y me hace sonreír. Y yo le digo "Cirilo precioso, ya no me queda mucho tiempo en este mundo. Mi cuerpo se marchita, mi mente se nubla. Pero mis hijos te cuidarán a ti y a la casa. Y los hijos de sus hijos. Y los hijos de sus hijos. Y tú nunca estarás solo. Siempre tendrás quien te cuide y quien te quiera y quien te trate como el rey que eres. Aunque yo ya no esté aquí contigo".

Y el gato se me queda viendo, con esos ojos eternos y sabios, y tristes por pensar que su mascota favorita pronto lo abandonará para ir a donde él no lo puede seguir.

El adorable demonio que venía con la casa.

Datos del autor

Israel G. es miembro de la Logia Universal de Nómadas Arcanos y escritor de La CiberGaceta por más de 10 años. Actualmente, se encuentra realizando una expedición solitaria a través de las dunas del tiempo con el propósito de encontrar vías alternas de existencia consciente.

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⏰ Última actualización: Apr 01 ⏰

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