Capítulo 2

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Darien sonrió al ver a Serena apoyada en la pared y mirando su reloj

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Darien sonrió al ver a Serena apoyada en la pared y mirando su reloj. Sabía que la pequeña contable intentaba huir de él para evitar que la acompañara. Y también sospechaba que estaba contando los segundos, para marcharse de allí en cuanto pasara el minuto que le había prometido.

Darien la acompañaba todos los días con la excusa de que Serena salía muy tarde del trabajo y de que no podía permitir que se marchara sola; pero en realidad, la acompañaba porque quería estar con ella. No se podía resistir a la tranquilidad y a la dulzura que exudaba, a pesar de su nerviosismo. Tampoco se podía resistir al vaivén de sus caderas ni a la curva de sus pantorrillas. Y además, le gustaba acompañarla al coche y sentirse un hombre normal y corriente. Serena estaba tan concentrada en el reloj que no lo vio hasta que alzó la mirada un segundo después.

—Ah, hola...

—¿Ibas a marcharte sin mí? ¿No sabes que este vecindario es peligroso?

Ella bajó la mirada.

—Sí, lo sé —respondió.

Él le abrió la puerta y aspiró el aroma dulce, ligeramente afrutado, de su cabello. Serena se humedeció los labios y Darien tuvo que resistirse al impulso de tomarla entre sus brazos y descubrir si sus labios tenían un sabor tan bueno como el olor de su pelo. A fin de cuentas, ella era su empleada y él, su jefe.

Darien carraspeó y dijo:

—¿Qué tal te ha ido hoy?

Ella salió del edificio.

—Bien.

Serena respondía lo mismo todas las noches, a pesar de que Darien la veía muchas veces a lo largo de la jomada y sabía que trabajaba a destajo. La miró, contempló los mechones de cabello que se le habían soltado de una de las coletas y deseó acariciarlos.

Después, la siguió hasta su coche y se dedicó a admirar su traje chaqueta de color azul y sus zapatos bajos, que le parecían refrescantes en comparación con los escotes atrevidos y los zapatos de tacón alto de Galaxia.

Cada vez que la veía en la oficina, se preguntaba qué llevaría debajo de aquella ropa. Su indumentaria era bastante conservadora, de modo que dejaba mucho espacio a la imaginación. Y él tenía mucha imaginación. Ella sacó las llaves del vehículo y declaró, sin mirarlo:

—Gracias por acompañarme.

—Serena...

Serena se giró hacia él y las llaves se le cayeron al suelo. Darien se inclinó, las recogió y se las devolvió sin apartar la mirada de sus ojos de color azul cielo.

—Gracias —repitió ella, ruborizada.

El se metió las manos en los bolsillos.

—Que tengas un buen fin de semana.

—Igualmente.

Serena había entreabierto la boca. Darien clavó la vista en sus labios y volvió a sentir la tentación de besarla. Pero era su jefe. No podía abusar de su poder. De modo que dio un paso atrás, permitió que entrara en el coche y se quedó allí, en el aparcamiento, hasta que Serena arrancó y desapareció en la noche. Cuando volvió al despacho, Galaxia se levantó de la silla donde estaba.

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