La tapera

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PARTE I

Marcos Mendes, desapareció un 20 de marzo de 2003. Fue lo que dijo mi tío José cuando le pregunté quién era el nene de la foto que guardaba en su billetera, no dijo mucho más, y yo no le seguí preguntando. Sabía que la historia le dolía porque sus ojos se pusieron rojos y su voz tembló ligeramente cuando dijo su nombre. Jamás había visto a mi tío dudar o quebrarse, por lo que estaba muy sorprendido.

Marcos debió ser alguien muy importante para mi tío.

―Termina de tomar la leche.

Hice caso, dejé la billetera a un lado después de sacar el dinero para las golosinas y se la devolví a mi tío. Joaquín y Marcelo me estaban esperando para que saliera a jugar con ellos, por lo que no debía perder el tiempo. Eran las cinco de la tarde y aunque todavía quedaban un par de horas para el anochecer no quería desperdiciar ni un minuto, lo bueno del verano además de la pileta eran los días más largos, idóneos para pasar el día entero jugando.

Lavé mi taza, me puse repelente y salí afuera. Joaco y Marce estaban en la esquina cazando pajaritos, cuando me vieron me saludaron con la mano y corrí para llegar a ellos. Hacía tanto calor que apenas salí sentí la espalda mojada.

―El Joaco quiere ir para la tapera. ―Marcelo me miró, quizás buscando que yo fuera el que dijera que no podíamos ir.

―¿Estás loco? ―le pregunté a Joaquín, él esquivó mi mirada.

―Dijo que su hermano fue con unos amigos y no les pasó nada.

Joaquín estaba callado, algo raro viniendo de él.

―Seguro fueron a fumar, además ellos son grandes ―dije con obviedad.

Claro que todos teníamos prohibido ir a la tapera. Nunca habíamos ido a ese lugar y tampoco habíamos tenido el deseo de hacerlo. La tapera estaba ubicada a unos doscientos metros de mi casa, era un lugar lleno de árboles y maleza creciente. Mi tío siempre me decía que esas ruinas se caerían en cualquier momento y era peligroso jugar por ahí, además, había un pozo profundo apenas cubierto por un tronco seco, cualquiera que no estuviera prestando atención se podría caer.

―Vamos igual, quiero ver qué hay ―dijo Marcelo con un tono elocuente. No parecía el mismo que momentos antes estaba horrorizado con la idea de ir.

―Plantas y paredes sin techo, eso es lo que hay ―dije y giré los ojos con diversión, Marcelo odiaba que hiciera eso―. Encima si se enteran nos van a re cagar a pedo.

―Sos la persona más aburrida del mundo, Esteban ―dijo Joaquín.

―No, no soy aburrido.

―Entonces sos un cagón ―dijo Marcelo con una sonrisa bufona.

―Sólo es una casa vieja con maleza por todas partes, ¿qué diversión le ven a eso? ―Tuve la sensación de ser el ser más sensato del mundo, pero los chicos me miraron aburridos y se giraron para caminar en dirección a la tapera―. Bueno, pero vamos y volvemos ―dije detrás de ellos.

La tapera no quedaba lejos, pero era zona prohibida y sentía que me iban a castigar de por vida si seguía a mis amigos, sin embargo, no quería quedar como un cagón, y mucho menos un aburrido. Marcelo y Joaquín se habían hecho mis amigos porque me veían como una persona interesante, que le agradaba a las maestras y le gustaba a las chicas del colegio, pero yo seguía siendo un pendejo de trece años que no tenía idea de la vida.

Caminamos por la maleza, entre las ortigas y el pasto seco hasta que llegamos a la tapera: una vieja casa de las de antes, con puertas grandes y muchas ventanas, habían grafitis en las paredes y basura esparcida por ahí, lo que hacía difícil caminar y ver lo que estaba pisando.

―¿Dónde está el pozo? Tengan cuidado ―dije distraído, por lo que pisé un tronco con espinas―. Ah, mierda.

―¿Qué te pasó? ―preguntó Marcelo.

―Me pinché, pero no es nada.

Revisé mi pie y vi que las espinas se habían clavado en mi zapatilla, con algo de esfuerzo las saqué y seguí a los demás, que se habían adelantado un poco.

Joaquín trepó un árbol con la agilidad de un mono y miró del otro lado de la casa. No sé qué esperaba encontrar, pero lo que vio lo decepcionó.

―No hay nada, solo pasto alto ―gritó Joaquín.

―Les dije que no había nada interesante acá ―murmuré por lo bajo―. ¿Nos vamos?

―¿Y si vemos qué tan profundo es el pozo? ―Joaquín bajó del árbol y miró para todos lados buscando el dichoso pozo. Por supuesto que ambos ignoraron mi pregunta.

―¿Para qué? ―dije rascando detrás de mi oreja.

―Para ver si te podemos tirar ―dijo Marcelo―, ¿para qué va a ser, boludo? Para ver nomás.

Como éramos tres chicos que recién empezaban la adolescencia, era lógico que hiciéramos cosas tontas. Como tirar piedras dentro de un pozo, por ejemplo. No se le escuchaba fondo, por lo que la cosa pintaba ser muy profunda, yo le tenía cierto miedo, temía acercarme demasiado y caerme, pero Joaquín y Marcelo no parecían tener el mismo miedo que yo.

―Bueno, vayámonos ya ―dije parándome, limpié los pastos y la tierra que se había pegado a mi ropa―. Ya vieron que no hay nada que hacer acá.

Estaba seguro de que nos iban a retar si alguien nos veía acá. Mi tío se podía enterar de la boca de cualquiera ya que era muy conocido en el barrio y ese sería mi fin.

Nos fuimos a casa, al pisar la calle sentí un profundo alivio, pero algo más, algo más fuerte que el alivio me recorrió la espalda y me encogí inseguro. Ese día mi tío hizo pizzas e invitó a los chicos a comer, de paso los dos preguntaron si se podían quedar a dormir. Ya era tarde, la noche había refrescado un poco y yo ya tenía mucho sueño.

―¿Esteban?

Miré al suelo donde había puesto los dos colchones para Marcelo y Joaquín.

―¿Qué pasa? ―pregunté bajito.

Ninguno de los dos me miró, parecían estar profundamente dormidos. Volví a apoyar la cabeza en la almohada y cerré los ojos.

―Esteban.

Abrí los ojos de golpe, mi cama estaba de repente en medio del campo, en la oscuridad de la noche, una espesa neblina no me dejaba ver más allá de dos metros. Me levanté de la cama y al pisar el suelo frío me estremecí.

―Esteban...

Estaba entre seguir la voz que me estaba llamando, y correr lo más lejos posible, pero no sabía dónde había ido a parar ni cómo. La voz continuó llamando mi nombre y yo no podía identificarla, era demasiado baja y susurrada, con eco. Miré hacia atrás, a los costados, de frente, pero la neblina era cada vez más espesa.

―¿¡Dónde estás!? ―grité, pero mi voz sonó baja―. ¡¿Quién sos?! ―Traté de gritar otra vez, pero estaba mudo, no podía hablar.

La desesperación empezó a correr por mis venas.

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⏰ Última actualización: Feb 16 ⏰

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