Misión fallida.

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Mirando hacia el exterior, solo podía el mentalizarse con los cientos de ideas que pasaban para culminar con su existencia, pero el imaginar en terminar con su vida podría ser el equivalente de dejar que Chuuya muriera a causa de su habilidad.

La primera vez que pensó que podría morir era a los 13 años.

Le gustó la idea, no porque haya tenido un pasado catastrófico como cualquier traumado relata en sus dolencias, más bien, era porque la idea de vivir era un desperdicio a su existencia. No había motivo para aplazar la carencia de sentido de la cual la vida poseía. Vivías sin un motivo, fingiendo poseerlo para creer que este era razón suficiente como para amortiguar lo agonizante que era permanecer en un limbo.

Suspiró profundamente.

Eso era lo que creía y aún así se daba el motivo de vivir esa vida únicamente para mantener con vida a Chuuya de él mismo.

Algo que nunca le diría o jamás confesaría abiertamente, cubriendo sus falsos intentos de suicidio con actos supuestamente reales.

¿Acaso nunca nadie se había cuestionado por qué nunca funcionaba su deliberada actividad para terminar con su vida? No era muy difícil de deducir que en realidad no lo hacía en serio —aunque en realidad si deseaba hacerlo—. No se puede fallar 116 veces en solo dos años.

—¡Otra vez estás perdiendo el tiempo! —exclamó con una voz irritado el dueño de su vida entera.

Sonrió de medio lado.

—¿Para qué esforzarme? Chuuya puede hacer todo por nosotros.

Un chasquido salió de la garganta del pelirrojo, tomando una pequeña piedra que yacía debajo de sus pies desnudos para así arrojarla al joven ejecutivo que, indignado, recibía el golpe, logrando obtener la atención del mismo hombre que le provocaba tantas nauseas como curiosidad.

—¡Eres un perro tan malo! —masajeo el lugar donde fue golpeado, frunciendo su ceño con molestia—¡Necesitas urgentemente un collar para dejarte amarrado!

Chuuya recibió la provocación, apretando sus puños para así acercarse a Dazai, que se recargaba en el balcón de la mansión de aquellos mafiosos que habían ido a matar. El castaño vio con una sonrisa, como su compañero se acercaba a él para tomarlo de la camisa, apretando sus puños fuertemente en la tela, volviendo sus nudillos blancos por el esfuerzo.

Le encantaba la pasión de Chuuya.

—¡Tenemos un problema que hubiéramos solucionado si no te hubieras escondido, imbécil! —el rojo en las mejillas de Chuuya era hilarante.

—¿Qué clase de problema? ¿Acaso tiene que ver con el hecho de que perdiste tus zapatos? —se burló.

Notaba que la ropa rasgada de Chuuya comenzaba a mostrar rastros de su piel nívea, observando como había algo de pólvora en su ropa. No era normal que Chuuya no se protegiera de cualquier proyectil que pudiera dañarlo, así que supuso de inmediato que había alguien o algo que proteger durante su misión, dándole prioridad antes que su vida.

—¡Ven acá! —lo arrastró con brusquedad.

Dazai se dejó guiar, aburrido por la idea de pensar que había salvado a algún perro. Chuuya tenía debilidad por los niños y los animales. Al adentrarse a la mansión, los cadáveres comenzaron a rodearlos en una piscina de sangre y sudor. Los ojos de todos ellos carecían de vida —algo que envidiaba—. Pasó sobre los cadáveres de los mafiosos que creyeron que serían suficiente para detener al doble negro, observando como toda la mansión había sido producto de la ira de su compañero.

Al llegar a lo que era el área de lavado, Chuuya soltó finalmente a Dazai para así adentrarse, inclinándose en la lavadora horizontal de tamaño espectacular. La abrió, adentrando sus dos manos cuidadosamente, sacando algo que jamás imaginó que vería en ese lugar.

El error de aquella misión - SoukokuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora