Llegar a tiempo iba a ser imposible. El ministro lo había entretenido durante horas, lamiéndole descaradamente las botas mientras endulzaba sus palabras todo lo posible para que no se notara tanto que en realidad le estaba pidiendo dinero.
Era su modus operandi habitual. A Fudge no le gustaba Lucius, pero si le gustaban las toneladas de galeones que reposaban en la cámara acorazada de Gringotts de los Malfoy.
No importaba realmente, a Lucius tampoco le agradaba ese ministrucho lameculos, no más allá de lo que le agrabadan los elfos domésticos de su mansión, la forma de alabarle hasta el hartazgo que tenían ambos siempre le habían resultado parecidas.
En cualquier caso, soportar a Fudge era un mal necesario, igual que él quería su oro, Lucius quería el poder que este le daba. Todo el mundo tenía un precio, y los Malfoy no tenían ningún inconveniente en pagarlo si eso convenía a sus planes para que se aprobara alguna ley o se derogara otra. Política de toda la vida.
Normalmente no le suponía un inconveniente pasar la mañana en el ministerio fortaleciendo sus diversas relaciones socio-politicas. Lucius se movía en ese ambiente como pez en el agua, habría sido un buen político, si su padre lo hubiese permitido, claro, pero eso era del todo imposible. Aún conservaba las cicatrices de la paliza que le dio cuando se le ocurrió sugerir semejante tontería tan indigna para un Malfoy.
Hoy, sin embargo, no tenia tiempo para politiqueos y adulaciones. Su esposa y su hijo lo esperaban en San Mungo, solo había accedido a visitar a Fudge a primera hora, porque según el ministro era una emergencia.
Menuda emergencia de mierda, que necesitaban más dinero para pagar un plus a los aurores que iban a la caza de las manadas más peligrosas de hombres lobo del país. Después de un par de muertes y un desgraciado contagio de licantropía, la mayoría de aurores se negaban a realizar esas misiones. Fudge pensaba que un poco de oro les animaría a cambiar de opinión. Su oro, concretamente.
En otro momento habría negociado mejor, pero lo único que quería era salir de allí cuanto antes, así que se limitó a darle a Fudge el oro que le pedía y dejarle claro que le debía un favor que pensaba cobrarse más pronto que tarde.
Ahora, ya fuera del ministerio, andaba todo lo rápido que podía sin perder su trabajado porte con algo tan vulgar como echar a correr, buscaba algún callejón oculto de la vista de los muggles en el que desaparecerse. Lo encontró enseguida, un mugriento escondrijo en el que jamás habría puesto un pie si no se tratase de una emergencia.
Apareció en el hall de San Mungo apenas unos segundos después, teniendo cuidado de no tambalearse ni lo más mínimo allí a la vista de todos. Se dirigió rápidamente al mostrador, pero antes de que pudiera abrir la boca, la recepcionista le reconoció.
—El señor Malfoy ¿Verdad? —Preguntó con una sonrisa roja llena de dientes manchados de carmín.
—Así es. —Respondió tranquilo, pero sin devolver la sonrisa.
Antes de que pudiera añadir nada más, la recepcionista empezó a hablar de nuevo.
—Le he reconocido por su hijo, es una copia exacta de usted, solo que en miniatura. Un niño muy guapo y muy cortés, debe estar usted muy orgulloso de él.
Por fuera, Lucius permanecía estoico como la más ancestral de las rocas, pero por dentro, estaba henchido de orgullo. Adoraba a Draco, lo quería por encima de todo y de todos, aquel mocoso de apenas seis años era lo más increíble que le había pasado en la vida, y no podía evitar hincharse como uno de los pavos reales de su mansión cuando alguien recalcaba lo perfecto que era.
—Mi esposa y yo lo estamos, sin duda. —Respondió con el mismo rostro pétreo.— Y si no le importa, me gustaría reunirme con ellos inmediatamente. ¿Me dice donde están?
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San Valentín 2024
FanfictionUna enfermedad contagiosa, una familia sangre pura y un misterioso chico del que solo sabemos su nombre de pila. San Mungo como escenario siendo testigo de un amor que florece y de otro que se reafirma. ¿Te lo quieres perder? Esto es un oneshot esp...