Utanıyosun aşktan-[Hünkar ve Şermin]

Utanıyosun aşktan

El desafío de todo creyente es amar a las personas como Dios las ama.

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El pico impactando sobre los ladrillos la ensordecen, pero nada la detiene, ni el cansancio, ni su vista nublada, ni el calor que la hace transpirar más de lo normal. Harta está de todo ese teatro, de ese muro de porquería y de tener que, todas las malditas mañanas, montarse a su auto para dar la vuelta a toda la finca y poder salir.

Sigue picando, porque no piensa darse por vencida ante esos ladrillos que parecen rocas imposibles de derrumbar. Pero los derrumba, porque siente su pecho lleno de cólera. Lo primero que se asoma detrás de la caída de ese ladrillo es el cuerpo de Hünkar a la distancia, que la observa con el rostro imperturbable pero los ojos flameantes de algo indescriptible para ella. Percibe que sus brazos se adormecen bajo esa mirada que la incentiva a continuar tirando los ladrillos que le siguen al agujero que ha formado.

Hünkar gira sobre sus talones y niega sin poder contener una sonrisa. Entra a la mansión, sin importarle mucho que siga picando. Por ella, que haga lo que le dé la gana. Hünkar también está harta de ese muro que hizo edificar para dejar de verle la cara, para prohibirle el paso a su mansión y sus consecuentes pedidos de dinero. Pero era inútil, porque de todos modos se topaban en todos lados. La familia es la familia y más aun si la tienes como vecina.

-Madre, ¿qué son esos ruidos?- pregunta Demir, bajando las escaleras con Leyla en brazos y Adnan a un costado.

Hünkar cierra la puerta, aislando el ruido externo y regalándole un gesto con la mano que resta valor a la preocupación de su hijo.

-Es tu prima. Le dio un brote y está derrumbando parte del muro- responde Hünkar, dirigiéndose con su hijo y nietos al comedor, tomando asiento en la cabecera de la mesa.

-¿Por qué? ¿Qué pasó ahora?

-¿Crees que lo sé?-responde Hünkar, con una expresión de enojo y fingido desinterés que le hace entender a su hijo que no desea hablar del tema porque, la verdad es que, sí lo sabe; sabe lo que pasó y es un secreto que resguarda dentro suyo como trofeo en una vidriera. Goza de la sabiduría del enojo de Şermin y lo saborea satisfecha de la reacción que obtuvo de la mujer.

Varios golpes retumban en su gran puerta, manteniéndolos alertas.

-¡Dile a tu Büyük Hanım que nada es gratis! ¡Me va a pagar, Saniye, me va a pagar con creces!- Hünkar se levanta y se asoma a la entrada, viéndola agitada, con los cabellos rubios desarmados y el pico temblando entre sus manos-. ¡Te arrepentirás, Hünkar Yaman, lo harás!- finaliza, lanzando el pico con fuerza a sus pies.

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No lo entendían. En la hacienda a todos les sorprendía lo terriblemente enfadada que se ha encontrado Şermin estos días, saliendo y entrando a través de los portones negros con cara de pocos amigos y un ánimo comparable al de un demonio.

Lo que más los atemorizaba era no escucharla. Muy acostumbrados estaban a su lengua filosa, viperina para algunos, pero no a sus silencios y menos cuando venían acompañados de miradas que pegaban como puñales en sus cuerpos. La mirada de Şermin había cambiado, era escalofriante y había perdido la luz juguetona que la acompañaba. Su mirada daba miedo y a la vez entristecía a quien pudiera toparse con ella más de dos segundos.

No entendían qué sucedió, porque todo parecía haberse calmado por algunos meses que resultaron el cielo. Meses en los que no hubo gritos, no hubo insultos, no hubo oficiales llegando a la mansión por alguna falsa denuncia. Toda la finca y las personas que vivían y trabajaban en ella estaban tranquilas. Realmente, el ambiente se había tornado cómodo, se podía disfrutar de trabajar porque la Sra. Hünkar impartía órdenes con paciencia y cuando los trabajadores cometían algún error no los regañaba con dureza, sino que con un gesto de comprensión. Algo estaba pasando y, aunque nadie pudiera saber qué era, deseaban que continuara sucediendo con tal de que su jefa continuara de buen humor.