1.I

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Cuando despertó de su desmayo, el fuego ya casi había terminado de devorar toda la hacienda. Pero aún no caía en cuenta del peligro porque mirar de pronto un cielo anaranjado tan solo abriendo los ojos la había hecho confundirse unos segundos. Creyó ver un bonito atardecer, creyó que ya todo había pasado pero el golpe de calor la hizo reaccionar.

Como encerrada en una gran caja de cristal, el invernadero la asfixiaba, se había convertido en una especie de horno gigante gracias al incendio peligrosamente cerca. Se intentó sentar con mucho esfuerzo pero apoyarse sobre las palmas hizo que se le resbalaran en el suelo. Volvió a quedar acostada, sentía abundantes gotas de sudor brotando de todas sus extremidades debido al calor concentrado en el lugar.

Desde esa posición giró un poco la cabeza y miró las plantas que le hacían compañía. Las flores, una vez exuberantes y llenas de vida, ahora estaban arrugadas, comprimidas, con las hojas cayendo. Toda la vida de ese lugar se estaba desvaneciendo. El miedo que sintió al pensar que también se iría con ellas le dio un impulso a seguir intentando levantarse mientras un oscuro pensamiento la hacía preguntarse ¿De verdad merezco luchar por mi vida? ¿Después de todo el mal que he desatado?

Debatirse a si misma le sirvió como distracción en lo que su cuerpo cedía al instinto natural de sobrevivir y se levantaba tambaleando. Cuando se acercaba a la puerta no pudo evitar que ante su vista todo pareciera empezar a girar, poco antes de alcanzarla su cuerpo se fue hacia delante y estrelló las manos para no golpear su cara contra el vidrio; el sudor de las palmas las hizo deslizarse abajo y dejar la huella de su desvanecimiento sobre el vapor adherido al vidrio.

Las fuerzas de luchar, de vivir, junto con el deseo de perdonarse a sí misma, la estaban abandonando. Dejó de moverse, cerró los ojos. Estaba preguntándose cuánto tiempo faltaría para que todo terminara cuando el sonido de un conjunto de clicks se hizo presente. Alguien le abrió la puerta, se dio cuenta que estuvo condenada a morir asfixiada desde un principio de no ser por esa persona. Pero no tuvo fuerzas para levantar la mirada, solo se arrastró de poco en poco afuera.

El alivio que le produjo la frescura del viento nocturno la hizo aspirar una gran bocanada de aire, aire que sabia a humo, a muchas cosas quemadas. Se encorvó y comenzó a toser. Todavía no terminaba. Sintió que con cada esfuerzo de su pecho dos puntos específicos en su espalda lo resentían y punzaban. Se quedó a reposar un rato y para cuando miró a su alrededor no había nadie cerca ni a lo lejos.

Pensaba una y otra vez de qué manera podría ayudar o arreglar algo. Se sentía increíblemente débil y agotada, pero se esforzaba en tratar de encontrar una manera de hacer que las cosas no fueran un desastre absoluto. Levantó la mirada siguiendo la colosal torre formada por humo que surgía a unos veinte metros de distancia. El silencio de todo humano y animal con el extraño canto de las llamas consumiéndolo todo era atemorizante.

Había respirado demasiado profundo otra vez y la tos regresó. Al momento de voltear al otro lado por ahí divisó el granero, lugar a donde el fuego todavía no llegaba. Se levantó con calma y caminó en esa dirección, sintiendo como el césped tostado parecía ser agujas sobre sus pies descalzos.

Al llegar casi chocando otra vez contra la puerta del granero, la deslizó con fuerza a un lado y se adentró. Los animales ya no estaban ahí, solo un montón de plumas blancas y excremento por todos lados. Mientras hacía esfuerzos sobrehumanos para subir unas viejas escaleras de madera, se dió cuenta que lo que más le dificultaba moverse no era la intoxicación sino el dolor agudo sobre los omoplatos. Arriba, en una simple plataforma de madera con un montón de paja por un lado y un escritorio viejo por el otro, no encontró a la persona que esperaba encontrar, ni a nadie más.

—No puede terminar así...—Murmuró entre dientes. Escucharse hablar la hizo detenerse de golpe.

Miró el escritorio. Estaba tapizado por un montón de hojas blancas y un pequeño río de tinta negra que ya había manchado la mitad de ellas avanzaba lentamente hacía el resto. Se acercó y sostuvo en su mano el frasco de tinta casi vacío que alguien había dejado caer. Una hoja casi limpia con una esquina negra y letras grandes estaba debajo.

Los descendientes de la rosaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora