Castillo de cartas

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La calle estaba iluminada, reluciente con las luces de los autos y bares que la mantenían despierta a pesar de que ya era adentrada la noche. Esteban era uno de esos muchos conductores que llenaban el centro e iban apurados de un lugar a otro, había quedado con dos compañeros de trabajo después de posponerles la juntada un millón de veces.

Van a un bar lindo y con ambiente tranquilo. Rafael decía que usualmente los clientes eran más o menos de su edad,  había música en vivo, era acogedor y no podía quedarse sin conocerlo; lo habría arrastrado allí aunque se negara y los tres sabían muy bien eso.

Mientras Rafa busca los tragos de los tres, porque la predisposición de Esteban era baja a estas horas de la noche, se queda con Fer analizando el lugar. Era bastante tranquilo, las personas no hablaban alto y se escuchaba a la perfección a la chica que cantaba en el escenario, la iluminación era más intensa en las cercanías a él pero  todo el lugar estaba cubierto con una luz cálida que daba sensación de comodidad.

—Es lindo, tranquilo.—comenta con desinterés, todavía girando su cabeza para ver los detalles de un lado u otro.

—Que no te escuche Rafa porque no te va a dejar en paz nunca.—ríe con más energía.

—¿Qué no puedo escuchar?—deja los tres vasos que se había arreglado en traer con dificultad. Al instante, Esteban agarra uno y analiza su contenido, no tiene idea de qué había pedido.

—A Kuku sí le gustó el lugar.

—Era obvio, todo el ambiente de artista lamentado es muy vos.—le habla directamente. Eso toca un nervio sensible porque no cree que sea un aire de artista lamentado sino más bien una bruma artística, sin optimismo pero constante, segura.—¿No pintabas antes de recibirte?

Asiente con rapidez y le da un largo trago a su bebida, no le agrada el tema y sacarlo a discusión  siempre se siente como un mal presagio o un intento de revivir una ilusión tonta. No es la culpa de sus compañeros, quienes tienen una noción sobre su pasado como pintor solo porque cuando fueron a su departamento se toparon con un viejo cuadro, pero el tema eriza los bellos de su nuca y no vale la pena ser frecuentado.

Su actitud tajante es suficiente para que no retruquen sobre lo dicho y divaguen de cosas de las que sí está dispuesto a hablar. Mientras ríen de anécdotas compartidas, unas tres personas diferentes se suben al escenario -algunas más confiadas que otras al cantar- y acaban con otra ronda de tragos.

Esteban la está pasando tan bien que llega a lamentarse su falta de simpatía con sus compañeros, siempre rechazándolos sin contemplaciones. La música se detiene por unos segundos y no necesita mirar al escenario para saber que alguien nuevo había llegado. 

Una melodía suave empieza, un rasgueo de guitarra y una brisa de familiaridad que pellizca su columna vertebral. La guitarra continúa sonando llenándolo de una asfixiante sensación de nostalgia. Cuando el chico entona el primer verso, su corazón ya late desbocado.

Sus amigos están comentando algo con emoción pero no los escucha, solo lo registra porque sus sonrisas y bocas moviéndose pasan frente suyo como una película muda, opacados por la voz que canta. Está hipnotizado por la voz aterciopelada, la canción vieja y conocida y el temor inevitable de voltear a ver al dueño de ella.

Se gira con miedo, casi sin quererlo en absoluto, pero sin poder evitarlo. Sus ojos siempre habían sido atraídos a aquellos claros que brillan en lo alto del escenario y sus oídos se deleitaban escuchándolo. Sus ojos brillan vidriosos y Francisco brilla con su energía.

Un nudo en su garganta se forma, con miles de sentimientos que lo recorren muy dentro suyo intentando salir a flote, sentimientos que habían estado encerrados por mucho tiempo y cobran vida con tanta facilidad que le parece imposible.

Conoce la canción que es cantada a la perfección, mejor de lo que la conoce cualquier otro. Sabe cómo fueron escritas esas letras, cuando lograron dejar de ser el intento de algo y qué las había hecho salir del pecho del otro. Conoce con exactitud la palabra y el verso que le sigue a cada uno, cada rima, cada estrofa. 

Su garganta se cierra cada vez más apretada y recuerda como aquella canción antes era susurrada en su oído. Se pierde, ahogado en recuerdos de su adolescencia, intentando entender la razón por la que le ocurría todo aquello después de tanto.

La melodía continúa y él sigue evitando concentrarse en ella, porque le lleva a una habitación diferente, unas manos acariciándole el cabello, una sonrisa reconfortante y un abrazo acogedor.

Todo lo que Francisco era para él vuelve como una ráfaga de viento mientras lo ve sonreír del mismo modo en que lo hacía antes, tan igual y tan distinto. Aquello le sobrepasa, su corazón retumba. No puede quitar su mirada del chico, de esos ojos brillantes, pelo rizado y energía exorbitante.

Sus manos se mueven nerviosas y sus miradas se conectan, Francisco le sonríe de manera extraña, pero a él y a nadie más que él. Llevando sus ojos a su guitarra rompe la conexión, como si no acabara de llenarle de angustia. Está en blanco, intentando mantenerse en el presente y no viajar de nuevo al pasado.

Cuando la canción termina, busca cualquier excusa para huir de allí, del antes que le persigue los tres minutos que dura, porque si había algo aún peor que volver a ello, era saber que el otro quizás no volvía; porque quizás la próxima canción que cantase no era una de las que escribió por él y estaban dedicadas a alguien más. 

Esteban no podría soportar sus propios recuerdos vivos y ardiendo en su mente, pero mucho menos que Francisco lo hubiera superado cuando él seguía reviviendo todo tan intensamente, cuando su corazón se encogía en su pecho al escucharlo y su interior quemaba.

Esteban necesitaba huir de Francisco y todo lo que solo él podía causarle.

Castillo de cartas - esteban x franciscoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora