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Considera la nostalgia un sentimiento muy complicado y angustiante, más aún cuando siente que recorre su cuerpo, como si fluyera junto con su sangre en sus venas. Más cuando la deja de lado por segundos y luego le ataca, con mayor intensidad, anudando su garganta.

Siempre le pareció embriagante la nostalgia y angustia, nublando sus sentidos y poniéndolo en trance; calando en lo más profundo de su ser y habitándolo, comiéndole las entrañas, creciendo con su debilidad e intentando hacerle estallar en llanto, ira o ambas. Emociones curiosas que le hacían sentir atado de pies y manos, inmovilizado y sentado en un punto mientras todo se movía. Ver a Francisco había desencadenado un desastre en su interior que, no sabía, estaba tratando de contener.

El chico había tocado una herida que aún no terminaba de cicatrizar, mostrándose tan brillante y continuo en los que eran sus sueños en el pasado y recordándole, sin quererlo, que él los había dejado atrás hace mucho tiempo. Sonríe al pensar en que en el pasado sus sueños eran compartidos, en el de uno era partícipe el otro y viceversa.

Una parte de él quiere volver a verlo, más preparado mentalmente y menos aterrado por el otro, deseando y preguntándose qué tantas cosas serán iguales y cuántas habrán cambiado. ¿Sus miradas fugaces se dirigirán en su dirección para controlar que presta atención cuando canta? ¿Sabrá qué melodía quiere escuchar solo con una mirada? ¿Seguirá deslizando su nombre entre sus labios cuando toca notas al azar en su guitarra?

La idea de Francisco la llevaba tan dentro suyo dormida que es como si estallara de golpe. ¿Qué importa si está traicionando a su yo presente solo por revivir sensaciones pasadas? Por un gesto, una mirada y todo lo que podía desencadenarle un simple roce.

Esteban sabe que no pudo amar a nadie más que al chico de ojos atrapantes y sonrisa burbujeante. Simplemente no pudo volverse a abrir a otra persona, porque sabía de antemano que nadie compartiría la misma conexión que ellos tenían. 

Su yo del pasado lo odiaría por lo que eran ambos ahora, en lo que se convirtieron. Aquel yo, que quería corearle las canciones a Fran y hacer bocetos de su rostro tranquilo mientras dormía entre sus brazos, no le perdonaría nunca la distancia que habían tomado. Ese yo seguía dentro suyo y punzaba su pecho de forma constante.

Está revolcándose en su miseria, observando una botella de whisky caro con ojos anhelantes -porque nada solucionaba el sentimiento de estar embriagado en Francisco mejor que estar realmente ebrio- cuando escucha su teléfono sonar.

Controla el nombre antes de llevarlo a su oído con desgano.—Hola Enzo, ¿Cómo estás?

—Hola Kuku, todo bien. ¿Vos?

—Bien, bien.—dice sin ganas, moviéndose del lugar que estaba ocupando en su sillón desde hace mínimo una hora. Se había quedado tildado, todavía golpeado por el sorpresivo encuentro.

—Tengo noticias... ambiguas para darte.—lo escucha habar con alguien más de fondo. Lo está retando pero no parece realmente molesto.—Es sobre Fran.

El apodo quema en su pecho y sube por su garganta como una bola que se asienta allí, oprime su respiración y ralentiza el paso de los segundos. Francisco antes era su Fran, todo risas y amor de la adolescencia sincero, iban a envejecer juntos y mudarse a una casa apartada que pudieran llenar de los cuadros de Esteban y donde pudieran tocar las canciones de Francisco en sus noches de insomnio.

—¿Que volvió? Ya lo sé.

—¿Cómo que ya sabés?—se sorprende y calla a la voz de fondo, esta vez sí está enojado.—¿Lo viste?

—Sí, ayer, pero nada... Estaba tocando una de nuestras canciones. De las buenas igual, no en la que decía Te amo en veinte idiomas distintos.—se ríe con amargura y casi puede recordarlo.

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⏰ Última actualización: May 15 ⏰

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Castillo de cartas - esteban x franciscoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora