Me he dado cuenta de que el tiempo no lo mide el reloj. Lo único que puede medir el tiempo son las veces que lo perdemos. Porque el tiempo que no perdemos es el que de verdad vivimos.
No necesito explicaciones para entender la vida, ni razones para saber cómo vivirla. Quizá lo que necesite sean más personas y menos gente.
Llevo buscando en mí el error que me hace fallar siempre. El hecho que me hace caer. La circustancia que no deja levantarme. Y la única razón por la que no encuentro el error seguramente sea porque no está dentro de mí, si no dentro de esas personas que mentían ser diferentes.
Mato el tiempo buscando la manera de sentirme bien, la forma de evadirme de la realidad. Matar las malas rachas. Matar lo que duele. Matar lo que necesito olvidar. O matar la parte baja de la montaña rusa de mi vida.
Ahora sé ver lo bueno dentro de lo malo. Sé sacar luz de dónde todo está apagado. De los malos momentos he sacado personas que ahora son familia. Y amigos que ahora son personas que conozco.
Todo aquel que esté en lo malo, tendrá paso a lo bueno. Y el que decida irse, no dejaré que vuelva nunca más.Cómo jode querer de verdad a alguien sólo por un tiempo. Apretar sus manos fuertes para que no se escape, o para que le cueste poder escapar. Lo peor de todo no es que la persona a la que quieres se escape. Lo peor de todo es que se vaya sin decir adiós. Que las despedidas duelen, pero más duele no despedirse.
Intento que algo me salga bien, o que me dure algo más que pocos meses. Pero es como si intentase hacer fuego en los polos de la Tierra. Como tirar una piedra y hacer que vuelva. Trato de arreglar la curva en la que me he salido ya contadas veces, pero lo único que hago es torcerla más. Tanto que ya es un círculo gris constante.
Escribir me hace sentir bien. Es la única forma de contar lo que me pasa sin miedo a nada. No escribo para que os enteréis de mi vida. Ni para darme a conocer. Escribo porque me apetece hacerlo. Como cuando me apetece decir te quiero. No escribo para alguien, ni escribo sobre nadie.
Hay cicatrices por todo mi cuerpo. Por dentro de mí. Unas más grandes, otras más pequeñas, pero todas con nombres y apellidos. Aunque algunas de ellas más que nombres llevan sentimientos.
Echo de menos momentos que quizá nunca salgan de mi cabeza. Echo de menos morirme de ganas por ser feliz. Pero no echo de menos a nadie, porque quien merece la pena, no dejo que se marche de mi vida.
Madrugadas en vela desde que dejé de ser yo. Mañanas frías estando en cualquier estación. Días soleados, y yo por dentro ténebre, como una lampara de aceite.
Tengo el sonido de la lluvia grabado en mis oídos. El sonido de los truenos en la mente. Y dentro de mi cuerpo aferrada la tormenta. Terremotos cada vez que intentan quererme. Hace tiempo que cayeron las vigas del alma. Las paredes del amor las tengo agrietadas. Y las de los sentimientos hechas trizas. Lo que me salva de no estar muerto es la esperanza de no morir. Y mientras esté vivo por dentro, que me maten lo que quieran por fuera.
Ahora todo sin dolor, sin compasión. Sin pensar antes de actuar. Sin pedir perdón por haber fallado. Sin confianza, sin esperanza. Y así lo prefiero. Así me han demostrado que todo irá mejor.
Todo lo que he sentido volverá algún día. Volverá por alguna razón. Volverá por alguna persona. Y todo lo que estoy sientiendo se irá. Y no me importa lo que tarde en irse, porque si lo que he sentido llega, este desastre desaparecerá.
Camino hacia delante, pero sin dejar de mirar atrás. Y eso me hace caer más de lo normal. Pero no soy capaz de mantener la vista firme en el horizonte que todavía no he alcanzado. Continúo, siento que no me muevo. Y ahí aparecen los que valen, para moverme.
Subir para rozar el cielo. Caer hasta desaparecer en el vacío. O mantenerte en la línea intermedia a la que llaman suelo. Avanzar tras superarnos, continuar acelerando. Y finalizar dándonos de boca con el límite.
Desde no sé que día me quiero a la mitad. Ahora los lunes son más lunes. Los martes los termino lloviendo. Los miercoles secándome. Y los jueves no sé cómo acabo durmiendo. Y aquellos viernes que se iban como venían, ahora pasan más despacio. Supongo que tengo que adaptarme a esta vida, aunque podría adaptarme a otra persona. Pero mejor me adapto a la vida, que tardará más en irse.