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Ho Seok caminó y caminó durante toda la mañana. No sabía dónde iba, no le importaba. Solo se dedicó a sentir la brisa fría en su rostro. No prestó atención a dónde lo llevaban sus pasos, no se molestó en limpiarse las lágrimas del rostro. Ya se había hecho costumbre eso de llorar a solas, a escondidas.

Mientras caminaba susurraba la palabra Bultaoreune como si fuese una plegaria. Después de varias horas su ritmo se hizo más lento, más suave, menos accidentado pero seguía avanzando, plenamente consciente de que arrastraba los pies.

Al mirar hacia atrás en un recoveco del camino notó que la nieve que caía borraba sus huellas, más no le importó. Siguió avanzando ladera arriba. Le había parecido ver una lucecita en la colina justo en la cima donde las nubes parecían tocar, acariciar, la punta de la montaña.

Ho Seok quería llegar hasta allí, quería ser acariciado por ese majestuoso cielo azul celeste y hacerse uno con esa pequeña montaña.

Mientras avanzaba, fantaseaba con que esa lucecita en el medio de la niebla fuera un Bultaoreune que lo esperaba con los brazos abiertos para recibirlo en un hogar en el que nunca había estado pero del que tenía una cálida memoria en su corazón.

Llegó exhausto a la cima. El terreno plano con piedras pequeñas y con rocas más grandes regadas por doquier y con troncos añejos secos por el frío del Golfo hacían de aquella vista, una vista singular, una vista solitaria a resguardo de cualquier ojo humano.
Ho Seok suspiró y por primera vez en horas secó sus lágrimas. No había imaginado esa lucecita. Era la luz en el dintel de una puerta de una casa hecha de piedras, con techo de tejas azules, a dos aguas con ventanas pequeñas tapiadas. Parecía una casa abandonada, un hogar que hacía mucho tiempo había quedado vacío; un hogar que había sido abandonado por el amor y por el tiempo.

Ho Seok apresuró sus pasos y se resguardó en el porsche de maderas raídas. Dudó, con su mano temblorosa en el picaporte oxidado.

Deseaba entrar. Deseaba que allí adentro hubiera un fuego cálido en una chimenea, esperándolo. Deseaba con todo su corazón que hubiera allí adentro unos brazos que lo abrazaran fuerte y le dieran una bienvenida y le dijeran que lo habían estado esperando.

Volvió a secarse las lágrimas y se rió de sí mismo. La imagen de su padre y de su madre se le apareció en la mente sonriéndole burlonamente. Y así borraron cualquier fantasía.

Ho Seok amagó con dar la vuelta y tratar de encontrar el camino hacia el hotel pero un viento repentino como una garra fría lo golpeó en el rostro. El cielo de la nada se cubrió de nubes negras, el frío arreció y una lluvia implacable comenzó a caer.

Ho Seok volvió a mirar la luz en el dintel, ahora era una luz parpadeante y cálida y volvió a sonreír. Apoyó su mano en el picaporte y susurró otra vez la palabra Bultaoreune, deseando que fuera un hechizo para que la puerta se abriera. Y dándose coraje avanzó unos pasos, justo cuando el viento pareció susurrarle al oído una dulce canción de bienvenida.

BULTAOREUNE #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora