| Reese Fernsby |
Recién acudo a la llamada del deber. Le he pedido a la señora Moya, una vieja amiga de mi madre, que me permita dejar el auto frente a su casa y le comento con cierta sonrisita que voy a ver a un muchacho más arriba.
—Cuídate bien. Que últimamente han salido una cantidad de maleantes impresionante —dijo ella mientras me acariciaba la mejilla—. No quieres que a tu madre le dé un ataque.
—Claro que no. No es un maleante —contesté. El maleante era yo, me reí con aquel pensamiento mientras cruzaba la cerca de su casa.
Después me puse a subir cuesta arriba, intentando ocultarme en la oscuridad. Agarraba fuertemente la culata de la pistola en mi cinturón y miraba detenidamente a mi alrededor. Estuve a salvó hasta que entré en la casa —salté la valla y toqué la puerta rápidamente—. Me asusté pensando en que podía haber otra persona en la casa, si llegaban a descubrirme, no sé que iba a hacer. Lamentablemente Gardi no tiene una hermana con la que disimular.
Aunque resulta ser peor, me hiere el corazón. Él si abre la puerta, pero se encuentra pálido. Sus ojos azules parecen perdidos en la nada y ni siquiera me sonríe al verme.
—Pasa —me pide agarrándome la mano. Tras ello, cierra la puerta. Parece que ha apagado todas las cámaras del interior, su familia no le reclamaría por hacerlo.
—¿Te encuentras bien? —pregunté colocando el dorso de mi mano libre en su mejilla.
—Me quiero morir —dijo con un suspiro—. No sé cómo voy a cargar con estás responsabilidades.
—No seas pesimista —le pedí bajando mi mirada hasta sus labios. Detestaba verlos tan pálidos y vueltos casi añicos—. Tú puedes con esto.
—No —dijo de manera cortante—. Ni siquiera puedo bajar de peso por mi mismo, ¿acaso crees que puedo mantener una familia?
Sus ojos se llenaron de lágrimas. Unas gruesas que terminaron mojando mi camisa cuando lo apreté a mi pecho. No le iba a decir que fuera fuerte, eso era pendejada. Solo le revolví el cabello mientras le apretaba con la otra mano la espalda.
—Eres hermoso. Tienes el peso perfecto —dije, aunque notaba que su peso era demasiado bajo para una persona de su complexión. No iba a decir nada al respecto, no era el momento—. Eres inteligente, puedes con esto. Y... Además, tienes mi ayuda.
Continúo llorando, solo deseaba desahogarse. Me apretaba fuertemente la espalda, no quería siquiera que hiciera el amago de soltarlo. Creo que estás son sus costillas digo observando su cuerpo. No es el momento, estúpido. Me dije a mi mismo, tras sorprenderme pensando en desnudar a Gardi. No era algo que pensase con regularidad, pero cuando llegaba a mi mente no era algo que pudiese quitar.
—Yo te voy a apoyar en todo lo que necesites —intenté hacer que dejase de llorar, porque me empezaba a afectar—. Siempre me vas a tener aquí, a tu lado.
En eso, él se apartó un poco de mi pecho. Sus ojos estaban enrojecidos, tenía unas ojeras ligeramente moradas bajo los ojos y sus labios se notaban temblorosos. Por un instante nos quedamos mirando, hasta que volvió a dar un paso atrás. Soltó mi espalda y me hizo soltarle.
—No creo que sea para siempre —dijo con voz amargada.
—Por mi parte, será un para siempre. Te lo prometo con todo mi corazón —dije extendiendo mi mano para que la tomase.
—Por mi madre no va a ser así —contestó cortante—. Ella no va a dejar que esto pase. Quizás está sea la última vez que nos veamos.
Me quedé en silencio, solo pude mirarle. No dejaré que eso pase. No importa a quien tenga que matar, no te voy a dejar solo no, eso no era lo que debía decir. No tenía que amenazar con matar a su madre, ya no tenía padre y eso sonaría peor todavía.
ESTÁS LEYENDO
Deseo
Short Story[CAPÍTULO ESPECIAL DE DESTRUIDA INOCENCIA] Edgardo es hijo de una madre estricta y sumamente homofóbica. Por lo cual dedica toda su vida a esconder el amor que siente hacia su mejor amigo y novio, Reese. Cuando su padre muere de manera súbita y extr...