MICHELLE
point of viewEstaba en la etapa de la liberación antes del desastre.
Sí, salí de ese restaurante de mierda, qué alivio! Pero, ¿dónde carajo voy a conseguir plata ahora?
Crecí en una casa donde las reglas reinaban sobre todo, y mi relación con mi viejo y mis hermanos, tanto Irina y Isabel, las mellizas cinco años mayores que yo, como Alejo y Ander, los gemelos tres años más jóvenes que yo, era básica y re superficial. No los considero familia más allá de la definición más literal de la palabra. Compartimos sangre, y nada más.
Pero aprendí mucho de ellos. Aprendí que, en situaciones de mierda como esta, necesito pensar en el futuro sin apurarme ni desesperarme. Bueno, perdí mi trabajo, pero no es tan difícil encontrar otro, ¿no?!
Tenía una carpeta llena de currículums en mi cajón, en el dormitorio, justo para estos casos. A menos que Emilia también la haya tirado, así como tiró mis cosas que, según ella, no usaba y solo ocupaban espacio.
Es invasiva, muy extrovertida y a veces habla demasiada mierda, pero la amo.
A pesar de que estamos entrando en septiembre, o sea, todavía hace un poco de calor, hoy el día estaba nublado y frío. No me sorprendería si empezara a llover en cualquier momento.
Decidí encarar el día con una mirada más optimista. En lugar de pasar las horas frustrada, ajusté la correa de la mochila en la espalda y empecé a caminar hacia el barrio de edificios universitarios. Ahí es donde viven los hijos de puta ricos de Los Ángeles cuando van a la universidad y quieren salir de la casa de los viejos.
Uno de mis mejores amigos vive ahí, Aaron Díaz, hablaba en portugués y en español y me alegró mucho saber que no era la única persona en la clase de economía con un apellido y acento diferente. Nos hicimos amigos unos treinta segundos después de presentarnos.
Caminé durante aproximadamente media hora, bajo los débiles rayos de sol cubiertos por nubes oscuras, hasta llegar al edificio gris. Sin portero, solo una puerta de hierro de entrada automática. Cero seguridad, pero a quién carajo le importa?
Presioné el botón del ascensor al menos quince veces. Pero nada. Ni una luz, ningún sonido, nada de nada.
━━━ Quién te mandó a vivir en el noveno piso, hijo de puta ━━━ murmuré para mí misma, comenzando a subir los escalones sin entusiasmo ni energía.
Nueve escalones en cada tramo, ochenta y uno en total. Espero que tenga un almuerzo esperándome allá arriba para recuperar todas las mil calorías que perdí subiendo esa maldita escalera.
Me detuve una última vez para recuperar el aliento, empujé la puerta y entré en el piso de Aaron. Hay tres departamentos en cada piso de este bloque, y el número de su departamento es el veintinueve.
Toqué el timbre, golpeé unas cuantas veces, lo llamé por su nombre, pero ninguna señal de Aaron.
No puedo creer que subí todo esto al pedo.
━━━ ¡Aaron, pedazo de mierda! ¡Si estás ahí, es mejor que abras esta puerta en treinta segundos! ━━━ grité, sin importarme un carajo los otros dos vecinos del piso. Probablemente estén en alguna clase, o drogándose en algún lugar.