Sakura (桜)

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—Inuyasha, ¿podrías acompañarme?

No respondo y hago un gesto de fastidio, pero me levanto de la rama del árbol donde descansaba y caigo a su lado. Las risitas mal disimuladas de Sango y Miroku me molestan, pero aun así sigo a Kagome a donde sea que se dirija.

No caminamos muy lejos y lo hacemos en silencio. Ella va observando lo que nos rodea y yo aprovecho su distracción para observarla a ella. Nunca sé que hay en la mente de Kagome, pero he aprendido en nuestro tiempo juntos que, si me dejo llevar, siempre me muestra algo único y maravilloso que destruye mi idea preconcebida de que el mundo es un lugar cruel y horrible. Y, puede que no lo muestre, pero me hace bien destruir esa idea.

—Mira, Inuyasha, ¿no te parece que es bellísimo?

Y realmente lo es. Incluso yo tengo que admitirlo. Estamos rodeados por un bosque de sakura en plena floración. Los suaves tonos rosados cambian de intensidad en dependencia de la dirección de los rayos de sol y la suave brisa los mece creando un espectáculo único.

Pero no logro demostrar lo asombrado que estoy ante esa belleza natural, no me siento cómodo si lo hago, así que, en su lugar, frunzo un poco el entrecejo y miro hacia Kagome interrogante. Ella lee la pregunta en mi mirada y me responde.

—Durante la mayor parte del año, los árboles de sakura están forrados de hojas, y en invierno sus ramas están desnudas. Pero cuando, al comienzo de la primavera, muestran sus flores, todos se asombran por su perfección. Es cierto que no es por mucho tiempo, por eso simbolizan la belleza efímera, pero eso no le resta valor a su belleza. Creo que las flores son hermosas, todas ellas, sin importar por cuanto tiempo florezcan.

» En mi mundo, estas flores también simbolizan la renovación y la esperanza, por eso yo quiero usarlas para algo nuevo.

Observo a Kagome sin entender mucho lo que me dice, pero absorbiendo cada palabra como si se tratara de un cántico sagrado.

—¿Qué harías con ellas?

—Quiero pedirles un deseo.

—¿Para qué?

—No para qué, sino para quién.

No pregunto a quién se refiere con esa entonación. La fuerza de su mirada me dice que sólo está pensando en alguien ahora mismo y mi pecho se inflama en respuesta.

—¿Qué desearías? —logro preguntar.

—Deseo que puedas ser feliz. Entiendo que el pasado para ti ha sido extremadamente doloroso y es algo que ni yo ni nadie puede cambiar, pero te queda el futuro por delante. También sé que el futuro no siempre va a traer cosas buenas o alegres, pero deseo que dentro de todo lo que pueda pasar, tú siempre encuentres algo que te haga feliz.

Me quedo completamente en blanco ante lo que me dice, pero sé por su expresión, que no espera respuesta. Sólo se queda observándome, queriéndome transmitir toda la fuerza de su deseo.

Y yo la observo abiertamente ahora, sin guardarme nada, mostrándome completamente vulnerable frente a ella por primera vez desde que la conocí. Dejo que vea mi pasado, mi presente y mis deseos para el futuro, unos que siempre me negué a admitir que tenía, al menos, hasta que ella llegó como un vendaval a mi vida.

Y ella solamente me sonríe, con la fuerza y la belleza de la que es dueña y señora, que supera incluso la de esa naturaleza que se alza salvaje tras ella, mostrando uno de sus paisajes más increíbles y que, a mis ojos, palidece en comparación con la chica, no, con la mujer que me dice que desea mi felicidad, que ha estado a mi lado en más situación complicadas de las que podría contar.

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